La mejor forma de figurarse cómo es este libro para quien no lo haya hojeado es imaginarse una revista de la National Geographic Society escrita a mano y con acuarelas en vez de fotografías. Es un ejemplo que honra al autor de este libro, Enrique Flores, y a la editorial A buen paso, pero también a la afamada revista americana. Porque este pequeño volumen atesora, al igual que sucede en la citada publicación, todo el amor, la intrepidez, el sentido de la aventura, la búsqueda de lo auténtico, la nacesidad de experiencias personales y el acercamiento a otros pueblos y costumbres que cabría esperar entre los aficionados al género. Dice Elvira Lindo en el prólogo: «Me alarma y me sorprende esa capacidad suya de inventarse un recorrido y echarse a andar por paisajes que para personas como yo, tan prisioneras del asfalto, sería como dar un paso sobre el suelo de otro planeta». Flores garrapatea escenas al tiempo que las pinta: «En el campo de fútbol (es curioso, aquí juegan al fútbol y pasan del críquet) que hay junto a la casa de María vemos un interminable baile nepalí que se baila en corro, como la sardana, pero que es infinitamente más aburrido». Son las gentes, las casas, las costumbres, los caminos, las palabras aprendidas y todo cuanto quepa en la memoria de un viajero, salpicado aquí y allá de un billete de autobús y el envoltorio de un paquete de tabaco. Un álbum parecidísimo a viajar.