El más veterano de los concertinos actuales de la Sinfónica volvió a ejercer de maestro de ceremonias en el ya tradicional concierto de apertura del curso de la Universidad de Sevilla; o quizás debiéramos limitarlo a director musical, pues si el acto careció de algo fue precisamente de maestro de ceremonias. Autoridades académicas sí que honraron la celebración, pero haciendo gala una vez más de nuestra incapacidad para expresarnos en público y cierto miedo escénico acomplejado, lo cierto es que nadie se dignó a añadir categoría al asunto con unas, aunque fueran breves, palabras de bienvenida.
En lo musical la propuesta se centró este año en tres serenatas románticas para cuerda, muy apropiadas para el otoño recién estrenado, siguiendo la tradición del divertimento vienés del S. XVIII y el sinfonismo italiano de las escuelas milanesa y veneciana. Resulta sintomático que tratándose de un compositor tan poco programado aquí, la de Elgar, sin ser una de sus obras más representativas, haya sido ya interpretada tres veces en los últimos cinco años, en este mismo evento y con Crambes también al frente en 2011 y con la Bética de Cámara el año pasado. Su espíritu pastoril encontró buen eco en las prestaciones de la cuerda de la Sinfónica, reducida a menos de la mitad, sobresaliendo un larghetto lleno de emoción y nostalgia.
Más similitudes hay entre las serenatas de Dvorák y Chaikovski, desde su duración a su material temático, entre la referencia clásica y la inspiración nacional. Pero en ambos casos se hubiera agradecido un mayor número de efectivos. El compositor ruso decía que cuántos más fueran mayor sería la proximidad con su intención. Por el contrario nos encontramos con unas versiones camerísticas, bien articuladas, de acentos pronunciados y dinámicas generosas, aunque también con alguna que otra puntual caída de tensión y languidez; pero en general resultaron correctas, enérgicas y transparentes, si bien un poco más de desenfado y frescura no les hubiera venido mal. La repetición del célebre y elegante vals chaikovskiano sirvió como propina.