Una fiesta no solo se hace con tres personas

22 sep 2016 / 19:18 h - Actualizado: 22 sep 2016 / 19:20 h.
"Flamenco","Bienal de Flamenco 2016"
  • Un momento del espectáculo de Gerardo Núñez con la Flamenco Big Band. / Óscar Romero
    Un momento del espectáculo de Gerardo Núñez con la Flamenco Big Band. / Óscar Romero

Con el debido respeto a los críticos y aficionados que exigen a la Bienal unos límites muy definidos, me muestro partidario de admitir en su programación propuestas que ensanchen o incluso cuestionen esos límites. No digo que valga todo, ni que se dé al público gato por liebre, pero tampoco veo razón para que propuestas heterodoxas que tengan su anclaje flamenco no puedan ser defendidas en este hospitalario marco.

A Gerardo Núñez no vamos a descubrirlo aquí. Ni a él, ni a su filiación flamenca arraigada en el Jerez profundo, ni a su célebre curiosidad, la misma que le ha llevado a encabezar proyectos como Jazzpaña o compartir experimentos con músicos enormes por todo el mundo, desde Paolo Fresu a John Patitucci.

Después de plantarse en la Bienal de 2004 a guitarra pelada, la noche del pasado martes quiso Núñez irse al otro extremo y subir a las tablas del Central con el Séptimo de Caballería: junto a su fiel percusionista Cepillo, su compañera, Carmen Cortés, el cante de Antonio Carbonell y un joven guitarrista que no figuraba en el elenco, volvió a Sevilla con toda una big band dirigida por el saxofonista Kike Perdomo, con la presencia destacada del excelso batería Marc Miralta.

La idea era adaptar para esta formación flamenco-jazzera una antología del repertorio de Núñez, desde los tanguillos de Puente de los alunados hasta la celebrada Calima, pasando por los tangos, soleá por bulerías y martinetes, entre otros. No tanto arropando la guitarra, como tratando de que todos los músicos se involucraran en las composiciones hasta lograr la ilusión de una creación colectiva.

Con momentos de enorme intensidad (¡cómo sonó La Habana a oscuras!) y otros, contados, algo más desfallecientes, la conclusión es que la música de Núñez gana en exuberancia, en amplitud rítmica y riqueza melódica, abriendo la puerta a que otros compositores flamencos puedan desarrollar en un futuro audacias como esta sin temor a extraviarse.

¿Pierde algo el flamenco? Acaso cierta hondura e intimidad, imposible en el mencionado formato; cierto recogimiento que es también un atributo de lo jondo, esa fiesta que, al decir de Manuel Machado, «se hace con tres personas: Uno baila, otro canta y el otro toca». No obstante, si se admite ese posible déficit, a la fiesta pueden sumarse muchos más. Y abrir un horizonte nuevo, otro más, para ese flamenco que se resiste a quedar encerrado en cuatro palos, por muy grandes que sean.