Una gran escuela de arte flamenco en el corazón de Triana

El centro de Pureza cuenta con nueve aulas y un gran salón de actos

Manuel Bohórquez @BohorquezCas /
07 abr 2017 / 12:18 h - Actualizado: 07 abr 2017 / 12:19 h.
"Flamenco","La Gazapera"
  • La Fundación Cristina Heeren inauguró su nueva sede en Triana el pasado miércoles. / E.P.
    La Fundación Cristina Heeren inauguró su nueva sede en Triana el pasado miércoles. / E.P.

Las escuelas de flamenco en Sevilla son muy antiguas, desde aquellas academias de mediados del XIX que tenían boleras y boleros de prestigio como Félix Moreno, Miguel y Manuel de la Barrera –ya demostramos en su momento que no eran hermanos–, o la célebre Amparo Álvarez Rodríguez La Campanera, hija de Juan Álvarez Espejo, célebre campanero de la Giralda, que daba clases de baile en la mismísima torre de la Catedral.

Antes de que llegaran los cafés cantantes, estas academias eran algo más que eso, que escuelas de baile: se convirtieron en tablaos para turistas y viajeros románticos, y ahí empezaron su carrera no solo grandes bailarinas y bailaores, sino cantaores como Silverio Franconetti, José Lorente, Enrique Prado, Juraco el de Alcalá de los Panaderos, Ramón Sartorio, José Perea del Puerto o el guitarrista Antonio Pérez Galindo, entre otros.

Más tarde llegarían el Maestro Otero, de la calle San Vicente, Ángel Pericet Carmona, el popular Realito, Enrique el Cojo, Juan Morilla, Caracolillo, Matilde Coral, Manolo Marín y un largo etcétera. Alguien puede pensar que eran solo escuelas de baile, pero no, lo eran también de guitarra y de cante, de una forma indirecta. Que le pregunten a Manolo Franco, ganador del Giraldillo del Toque en 1984, quien siendo apenas un adolescente y discípulo de Antonio Osuna, estaba ya trabajando y aprendiendo en la academia de Matilde Coral, al lado de un maestro como Manuel Domínguez El Rubio, por citar solo a uno de los muchos que pasaron por esa academia.

Cuando se fundó en Sevilla la Fundación Cristina Heeren, recuerdo que muchos flamencos sevillanos decían –no sé si lo dije también alguna vez–, que el cante no se podía enseñar en una escuela y que el proyecto no llegaría a buen puerto. Algunos lustros después, la escuela de la estadounidense está más que consolidada, ahora con nueva sede en Triana, nada menos que en la popular calle Pureza, antigua calle Larga, donde estuvo la famosa taberna de Rufina, dada a conocer por Fernando el de Triana en su célebre libro, y vivió algún tiempo el célebre romancista gitano Juan José Niño, nacido en San Roque aunque criado en el arrabal.

El edificio de esta escuela tiene unos 1.500 metros cuadrados y su remodelación y adaptación ha costado casi cuatro millones de euros. Cuenta con nueve aulas y un salón de actos para cien personas. Estamos hablando de unas instalaciones de lujo, donde alumnos de todo el mundo vienen a labrarse un porvenir en el difícil mundo del flamenco. De hecho, muchos de los cantaores y muchas de las cantaoras profesionales de la actualidad han pasado por esta escuela, así como destacadas figuras del baile y la guitarra. Y suelen salir con una buena formación técnica, aunque no todo se pueda aprender en una escuela por muy buenos maestros que haya.

Maestros como Naranjito de Triana y Calixto Sánchez, en el cante; como Milagros Mengíbar y Javier Barón en el baile; y como José Luis Postigo y Paco Cortés en el toque, son algunos de los muchos que han pasado o están aún en esta escuela, donde en la actualidad hay más de un centenar de alumnos, muchos de ellos españoles y otros venidos desde distintos puntos del mundo.

Recuerdo que hace muchos años me invitó Naranjito de Triana para que lo viera dar clases, y me llamó la atención el interés que tenía en que escuchara cantar por soleá a una finlandesa. No era Fernanda de Utrera, desde luego, pero había que ver cómo le brillaban los ojos al gran maestro de Triana viendo como aquella muchacha tan rubia se emocionaba cantando.