Una historia en la que lo mejor está por escribirse

El pasado teatral y operístico de Sevilla fue débil hasta el 92. De repente, la bonanza, el asentamiento y el futuro a conquistar

17 nov 2016 / 08:41 h - Actualizado: 17 nov 2016 / 08:00 h.
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  • Niños a las puertas del Teatro de la Maestranza, buque insignia de la cultura en Andalucía que nació con la Expo’92 y que continúa buscando la estabilidad presupuestaria que le dé proyección / D. Estrada
    Niños a las puertas del Teatro de la Maestranza, buque insignia de la cultura en Andalucía que nació con la Expo’92 y que continúa buscando la estabilidad presupuestaria que le dé proyección / D. Estrada
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El 22 de enero de 1761 no resulta ser una fecha cualquiera para la historia de Sevilla. Fue la primera vez que una compañía bufa italiana representó una ópera. Según detalla Francisco Piñal en su Historia de Sevilla, «este divertimento, costeado por algunos particulares, se realizó sacando una licencia por la cual se dispuso un teatro de madera en un solar de la calle Carpio, para dar vista al convento de monjas dominicanas de Santa María de Gracia». Gustó entonces la ópera, tanto que la autoridad eclesiástica, en 1766, se manifestó en su contra porque «aquellos hombres y las mujeres que la representaban narraban historias, generalmente de amor profano, que excitaban los sentidos de los oyentes». Así sucedió, que la voz de la Madre Iglesia bajó los humos líricos de una ciudad que aun debería de aguardar tiempo para que los escenarios cobraran vida propia.

En el siglo XIX comenzaron a sentarse las bases. Con el romanticismo y los nacionalismos muchos compositores miraron a Sevilla, la sublimaron por su tipismo, por su exotismo, y la ciudad entró en multitud de óperas, en muchas más que las que lo hizo ninguna otra urbe europea. De ahí que la Unesco nos condecorara en 2006 como Ciudad de la Música, en lo que supuso más un golpecito en el hombro que un verdadero empuje en la programación y difusión del arte lírico.

Teatro y ópera corren de la mano, su historia es también la historia social de Híspalis. Y, prácticamente, desde comienzos del siglo XX ambos relatos corren parejos, con la salvedad de que la ópera, claro, siempre ha precisado de una inversión mayor para su puesta de largo. En aquellos primeros años de la centuria el centro histórico albergó hasta una decena de salas de teatros, cines y salones de variedades.

El 25 de noviembre de 1906 se inauguró en el número 25 de la calle Sierpes el Salón Imperial, que luego se convertiría en Cine Imperial y que, allá por los 90, acogería diversos espectáculos bajo el nombre de Teatro Imperial. El teatro, pero también la zarzuela y los recitales líricos –con recordados conciertos del tenor cordobés Pedro Lavirgen– se han ofrecido en él. Por su parte, el Teatro Duque comenzó en 1866 como circo; después, en 1867, se trasformó en teatro, acogiendo espectáculos de zarzuela bufa. Se demolió en 1938. Su historia estuvo vinculada a los hermanos Álvarez Quintero, pues acogió el estreno el 6 de mayo de 1898 de su primer trabajo dramático, El peregrino, una zarzuela cómica en un acto.

El Teatro Trajano, antes Lope de Rueda, acogió variedades en los 20 y tuvo una azarosa existencia que le acabó llevando a ser sala X hasta su clausura en 2003, desde cuando no ha vuelto a abrirse. El Teatro Novedades, el Cine Rialto, el Teatro Llorens, el Cine Pathé y el Álvarez Quintero fueron otras de las insignes salas de una ciudad en la que los estragos de la Guerra Civil se hicieron notar hasta muy avanzado el siglo XX. Antes, la Exposición Iberoamericana del 29 siguió sembrando, abonando, creando infraestructuras y, lo mejor, público con la que llenarlas. El Sábado de Gloria de 1929 tuvo lugar, en medio de una gran expectación, la solemne inauguración del Teatro de La Exposición –desde 1936, Lope de Vega– con la obra de Gregorio Martínez Sierra, El corazón ciego, interpretada por la Compañía de Catalina Bárcena. El 28 de Octubre, esta sala recibiría la visita de los Reyes de España: Alfonso XIII y Victoria Eugenia, que asistieron a la representación de la zarzuela de Juan Ignacio Luca de Tena y Enrique Reoyo, El huésped del sevillano.

No hay aficionado a la lírica en Sevilla que no recuerde la anécdota –verdadera o no, quien sabe– de aquel vicepresidente que sugirió a Felipe González que un teatro de ópera para Sevilla era «mucha tela». Porque, hasta 1991, el arte canoro se vivía en la ciudad de forma modesta, con compañías de segunda y tercera fila, el esfuerzo de los artistas locales y mucha precariedad escénica (como las temporadas que, de manera no fijada, se programaban en el Lope). Las colas de público aguardando comprar una entrada contestaron en aquellos primeros años de los 90 cualquier duda posible sobre la pertinencia de un teatro como el Maestranza.

Cuando el año pasado se conmemoró el 25 aniversario del coliseo del Paseo Colón, la cifra oficial hablaba de 206.000 visitantes al año. Diseñado por los arquitectos Aurelio del Pozo y Luis Marín, el proyecto del Maestranza incorporaba la fachada existente de la antigua Maestranza como pórtico del volumen principal correspondiente al auditorio y un peculiar cilindro cubierto con una bóveda rebajada. Posee además una de las mejores acústicas de un teatro de ópera en Europa. Puede no ser el más barroco, ni el más imponente, pero desde su creación lleva cumpliendo su función de ser faro lírico del Sur. «Es lamentable que la historia de este teatro se venga escribiendo, casi desde su apertura, a golpe de crisis y polémicas. Probablemente no encontraríamos un caso similar en España, pero tampoco en buena parte del continente», opina Javier Somoza, musicólogo y especialista en teatros líricos.