La vocación de fraternidad y convivencia que impulsó hace trece años la creación de la Fundación Barenboim-Said, tuvo en este concierto de clausura del curso otra demostración de que se sigue luchando por unos objetivos que a día de hoy son menos renunciables que nunca. El éxito de nuestros músicos más jóvenes, en formaciones como ésta, la OJA o la Conjunta, por citar algunas de las más cercanas, tienen un espejo en el que mirarse en esta fundación que lucha por mejorar el nivel interpretativo en nuestra comunidad, así como dar salida a proyectos que hagan de éste un planeta más justo y habitable, como apoyar a la Agencia de Naciones Unidas para los refugiados de Palestina, a la que fueron destinados los fondos recaudados con este evento. Las propias palabras de Hernández Silva al final del encuentro, recordando todo el camino que queda por andar y la esperanza de llegar a buen puerto, tuvieron su mayor justificación en el propio sufrimiento del director venezolano, actual responsable de la Filarmónica de Málaga, al referirse a los conflictos que se viven en su tierra natal.

Mientras sus profesores, la mayoría integrantes de la plantilla de la ROSS, cumplían sus responsabilidades con el programa de abono de la Sinfónica, sus alumnos y alumnas aprovechaban la oportunidad de tocar frente al público para dar muestras de madurez técnica y expresiva impensables décadas atrás en gente de su edad y experiencia. Gran parte del éxito de la empresa la tuvo naturalmente la batuta firme y disciplinada, con ideas claras e informadas, de Hernández Silva. Lástima que el Espacio Turina, con tan buena acústica para la música de cámara, ofrezca una resolución tan opaca cuando una formación numerosa ocupa su escenario. La Júpiter lució su carácter olímpico, con especial acento en sus matices dramáticos, con un primer movimiento opulento y cromático, pero un andante cantabile más endeble técnicamente, languideciendo en ocasiones puntuales y descuidando su majestuosidad y melancolía. El minueto recuperó la elegancia y la confianza del conjunto, que ya en el finale consiguió plena agilidad hasta llegar a una conclusión vibrante y triunfante, manteniendo equilibrio y proporción en casi todo momento.

La Cuarta de Schumann es un derroche de ingenio e imaginación en estructura y forma, por lo que lograr una interpretación aceptable se antoja una tarea difícil. El resultado en esta ocasión, teniendo en cuenta los condicionantes, fue bastante satisfactorio. Hernández Silva optó por efectos muy dramáticos, a veces incluso toscos, potenciando su carácter cíclico sin dejar apenas transcurrir unos segundos entre movimientos y procurando en lo posible mantener el halo misterioso y trascendente de la transición entre los dos últimos, aunque no pudo evitar algunas caídas de tensión. Los movimientos extremos se impulsaron con emoción, pero faltó lirismo, delicadeza y depuración técnica en la romanza central. La guinda la puso un final fogoso y heroico.

ACADEMIA ESTUDIOS ORQUESTALES ***

Concierto benéfico a favor de UNRWA. Academia de Estudios Orquestales de la Fundación Barenboim-Said. Manuel Hernández Silva, dirección. Programa: Sinfonía nº 41 K. 551 en do mayor “Júpiter”, de Mozart; Sinfonía nº 4 Op. 120 en re menor, de Schumann. Sala Joaquín Turina, jueves 29 junio 2017