Cuesta trabajo escribir sobre algo que no ha cubierto nuestras expectativas. Una mala noche la puede tener cualquiera, y a la vista de los curriculums de los artistas convocados y de un programa diseñado para más de un descubrimiento, esta podría ser la causa de tan pobres resultados. No cabe duda de que la violinista rusa Yulia Iglinova y el pianista madrileño Mario Prisuelos son intérpretes más que competentes, capaces de acuñar los elogios que han recibido y frecuentar salas más que emblemáticas. Su entusiasmo ante su debut en la escena sevillana no se tradujo sin embargo en una velada memorable.

No deja de tener atractivo invocar autores tan poco o nada programados como Marcial del Adalid, del que Prisuelos ha grabado un disco monográfico, o Jesús de Monasterio, el mayor exponente de la escuela violinística española del siglo XIX junto a Pablo Sarasate, el otro compositor programado para tejer una suerte de precedentes del universo postromántico de Granados. Es cierto que la inspiración del autor de Goyescas procede realmente de los maestros centroeuropeos que también influyeron en estos románticos españoles. De cualquier modo la música en cierto modo irrelevante del llamado Chopin español no parece el vehículo más adecuado para lucirse, y así quedó demostrado en una Escena Cantante bonita pero monótona, en la que el violín sólo pudo recrear su sencilla melodía, mientras el piano sonó entrecortado y escuálido en el Scherzo nº 3, de gramática espesa y articulaciones anárquicas.

La quinta vez que la Sonata para violín y piano de Granados sonó este verano en el Alcázar, incluyendo su variación para clarinete, no fue la más memorable, pero aún así se logró una interpretación sobria y elegante, sobre todo por parte de Iglinova, que la paladeó con dominio técnico y cierto virtuosismo, aunque con un timbre más bien áspero. Más virtuosismo en Sarasate, con el inconveniente de un pianista desganado, no como su entusiasta oratoria, tosco y seco, sin lirismo ni cuerpo; apenas esbozos o líneas esqueméticas en un acompañamiento que incluyó una equivocación en Aires gitanos que provocó una violenta interrupción y evidenció la falta de compenetración, al menos esa noche, entre los músicos. Mejor les fue en el Adiós a la Alhambra, pieza de enorme virtuosismo que Iglinova salvó con tanto empeño y energía como en Sarasate.