Veinte años de la trágica muerte del guitarrista lebrijano Pedro Bacán

El guitarrista lebrijano vivió como para dejar una obra flamenca que lo inmortalizó

Manuel Bohórquez @BohorquezCas /
27 ene 2017 / 10:34 h - Actualizado: 27 ene 2017 / 10:38 h.
"Flamenco","La Gazapera"
  • Pedro Bacán en una imagen durante una actuación. / El Correo
    Pedro Bacán en una imagen durante una actuación. / El Correo

Ayer se cumplieron veinte años de la trágica muerte del guitarrista lebrijano Pedro Bacán, al que echamos mucho de menos no solo por cómo tocaba la guitarra, con ese sabor a Lebrija que caracterizó toda su obra, sino por cómo era este gitano, el hijo del cantaor Bastián Bacán. No se podía ser ya más bueno, cariñoso y generoso. No he conocido jamás a nadie que haya amado más a Lebrija que él.

Fue precisamente camino de este pueblo cuando se mató conduciendo su propio coche, en la autopista. Había estado esa noche tocándole a su primo Juan Peña El Lebrijano, en la Peña Flamenca El Laurel, de Lora del Río. Después de llevar a Juan a su casa de Sevilla, decidió irse para Lebrija sin descansar porque tenía una cita con algunos amigos, a pesar de que su primo le rogó que diera una cabezada en su casa.

No lo hizo, se quedó dormido y fue a estrellarse contra un poste de la autopista, muriendo en el acto. Camino de Lebrija, su pueblo y el de sus antepasados, una familia de las más flamencas de Andalucía, cuyas raíces se hunden en el fondo de la tierra. De la casta de Popá Pinini, aquel gitano que alborotaba la calle Nueva de Utrera cuando se emborrachaba, que nos legó unas cantiñas muy flamencas. Estuve en su entierro y no he olvidado aún la gran cantidad de artistas y aficionados que fueron a darle el último adiós. Las calles de Lebrija eran ríos de dolor, los lebrijanos salían de sus casas al paso del féretro y se veían caras con una tremenda amargura, porque Bacán era del pueblo, no solo porque hubiera nacido en él, sino porque siempre quiso ser de Lebrija y lebrijano.

A veces lo visitaba en su casa de San Juan de Aznalfarache y cuando cogía su guitarra para explicarme alguna cosa, cerraba los ojos y se iba de la salita de estar. Se iba a Lebrija, claro, que fue siempre la fuente de su inspiración, el motor que movía sus manos y las ideas de su prodigiosa cabeza de músico flamenco.

Pocos meses antes de su muerte coincidimos en un congreso en Ronda donde él tenía que dar una de las ponencias sobre el origen del flamenco. Comenzó diciendo que el flamenco era un arte gitano, ante el asombro de algunos flamencólogos que habían ido para defender otras teorías. Luego quiso demostrar que era un arte creado por los gitanos de Andalucía la baja, esto es, de Sevilla y de Cádiz, para acabar asegurando que en realidad había nacido poco menos que en el corral de su casa lebrijana, en el seno de su propia familia.

Se pueden imaginar las caras de quienes fueron a ese congreso a intentar demostrar que el arte de lo jondo era de cualquier parte, menos de Andalucía. Y es que Pedrito Bacán siempre defendió la teoría de que el flamenco era cosa de unas pocas familias gitanas de la baja Andalucía, y lo defendió con uñas y dientes hasta su trágica muerte.

Como buen músico que era, le atormentaba su arte y sufría a veces por no poder llevar a cabo tantos y tantos proyectos que tenía en la cabeza. Técnicamente, Bacán no fue un prodigio y se fue sin desarrollar lo que le bullía en la cabeza.

No sabemos si lo hubiera logrado alguna vez de no haber sufrido aquel accidente camino de Lebrija, pero vivió lo suficiente como para dejar una obra flamenca que lo inmortalizó. La modesta obra musical de un guitarrista puro, gitano, enamorado de su pueblo y dedicado en cuerpo y alma a los suyos, a su familia, que para él siempre fue lo más importante.