Cultura

Viaje a los mundos «nunca perdidos de la infancia»

La artista conceptual Teresa Lafita presenta una muestra «autobiográfica» dedicada a los recuerdos «vividos e imaginados» del domicilio familiar en el Patio de Banderas. Se puede visitar del 22 de enero al 8 de febrero en el Colegio de Arquitectos de Sevilla

22 ene 2019 / 12:37 h - Actualizado: 22 ene 2019 / 13:35 h.
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Los silencios, las pisadas, los ecos de las voces, las luces, las sensaciones, los olores, los muebles, el halo invisible de los que vivieron antes allí, las presencias y ausencias que codificaron las normas por las que se regía esa casa y esa familia... La artista conceptual Teresa Lafita (Sevilla, 1957) realiza a través del arte un viaje interior hacia un pasado que se remonta a través de los lazos consanguíneos. Se trata de la exposición Aquella, la que fue mi casa, que desde este martes y hasta el 8 de febrero se puede visitar en la sede del Colegio Oficial de Arquitectos de Sevilla, en el número 35 de la plaza Cristo de Burgos.

La muestra recoge una serie de collages sobre papel comenzada años antes, pero de una manera continuada a partir de mayo del 2014, donde se plantea todo eso que puede considerarse «hasta cierto punto como una autobiografía», teniendo en cuenta que se basa en los recuerdos vividos -y también imaginados- durante los años que vivió en el Patio de Banderas, número 1, en «aquella», la que fuera la casa de sus ancestros paternos. Lafita cuenta además que la exposición está dedicada a sus tías Isabel y Salud Lafita Seva y, a su padre, José Jacinto, como «homenaje a ellos» y también un regreso «a esos mundos nunca perdidos de la infancia, la adolescencia y la primera juventud».

Viaje a los mundos «nunca perdidos de la infancia»

Teresa Lafita explica que ha intentado reflejar a través de las obras que presenta, «ese mundo destinado a acabarse inevitablemente con ellas [por sus familiares], pretendiendo retenerlo para siempre en un imaginario que refleje todo lo que puede entenderse como el microcosmos de una familia en decadencia», entendida esta «en el sentido de finitud asociada a un sistema de vida y a un lugar concreto y la que se fue adosando con la pátina del tiempo a las fachadas, los patios, las habitaciones, las galerías, alcobas, alhacenas, leñeras, lavaderos... y a los salones prohibidos, a las murallas donde estuvo encastrada». En definitiva, a todo lo que pudo representar una casa que intenta «rescatar de la destrucción, el abandono o el olvido».

Viaje a los mundos «nunca perdidos de la infancia»

Los silencios, las pisadas, los ecos de las voces o las luces de los que vivieron antes allí, las presencias y ausencias, han supuesto a la autora un viaje interior hacia un pasado que se remonta a través de los lazos consanguíneos. En este sentido, como explica Juan López Díaz, esta exposición «tiene su continuidad en otra serie como es La Memoria de la Sangre, donde aborda más directamente asuntos tales como la genética -la paternidad y la maternidad- la biología, los aspectos que no son de la índole subjetiva (tanto para el espectador como para ella), que esta representa».

Por todo ello, se trata de una obra personal, cargada de simbolismos que quiere compartir en el pensamiento, la estética, los significados de las formas y elementos arquitectónicos que introduce, los cuadros, las lámparas, las cortinas, ... «una especie de narración literaria, escenográfica o fílmica que introduzcan al espectador en la imaginación de cada uno».

Viaje a los mundos «nunca perdidos de la infancia»

Finalmente, esta obra de Lafita tampoco está exenta de humor negro y alude explícitamente a los lienzos, las esculturas, las colecciones y los talleres de arte que durante siglos se reunieron allí, y «que hoy inevitablemente se dispersan». La casa y la familia como «un barco, que es sinónimo de alegrías y tristezas, de nacimientos, de muertes y de vida, de todo lo que vea cada uno, porque esta casa que no existe más, sólo pertenece a la ficción».