Todo lo que sucede lo resumió en una sola frase Joaquín Sovilla, librero de La Extra-Vagante: «Aquí en Sevilla, el libro no es el ocio de la gente». Todo lo demás está muy bien: organizar un bazar callejero una vez al mes para mostrar los productos a la gente y su proceso de creación; poner en común a todos los miembros del gremio para hacer cosas juntos; organizar actos participativos... Pero lo cierto es que el negocio editorial indie sevillano –todo lo que no son los grandes sellos que relucen en los escaparates y las estanterías de novedades de los grandes almacenes– está pidiendo socorro a gritos para sobrevivir en un mundo donde las ayudas a la cultura están bajo tierra y los obstáculos por las nubes. Esa es la verdadera razón de este Zoco de Libros y Objetos relacionados con las Letras que, con todo este porte de mayúsculas, se estrenará hoy en la Alameda si no llueve –porque hasta de eso dependen– y también es la verdadera razón de que ayer bendiciese el acto de presentación en la librería Padilla el concejal de Cultura y otros asuntos, Antonio Muñoz, mecenas de la iniciativa: para escenificar el giro de timón del Ayuntamiento en la materia tras la entrada de los socialistas.
Ofició como presentador Jaime Romero Ruiz de Castro, coordinador del Zoco de Libros y representante de Arma Poética Editorial, intentando transmitir optimismo sobre una idea que aglutina a su alrededor, de momento, a nueve editoriales, seis librerías y dos negocios dedicados a las ilustraciones, «con idea de sumar más participantes» conforme avance. Habló de su vocación integradora y de diálogo entre los agentes del mundillo editorial, y calificó este mercado callejero como «un hito». Pero también recordó, con un conmovedor «estamos muy solos», que de lo que se trata en realidad es de sacar los libros a la calle porque la gente no entra en las librerías.
«Nos cuestan los lugares cerrados», dijo el citado Sovilla, en un intento de explicar suavemente las reticencias de la población local. Pero lo cierto es que ni siquiera estos profesionales supieron precisar ayer cuántos son, quiénes, cuántas familias hay en Sevilla intentando vivir de eso, si vivir fuese el verbo. Todos convinieron con el concejal en que hasta ahora «cada cual ha hecho la guerra por su cuenta y ha habido poco calor de los políticos». Jaime Romero reconoció que «esto está muy mal», refiriéndose al negocio. «Hay librerías que no saben si seguirán el año que viene». A la pregunta de qué es lo que falla, lo tiene claro: «Faltan políticas de dinamización de la lectura. En los colegios no hay nada. En la Universidad cada vez hay menos lectores. Y en la vida real, la ciudad de Sevilla genera mucha resistencia».
Buscando el nicho
Buscar el nicho es una expresión muy lúgubre, pero eso es precisamente, en el mejor sentido, lo que están haciendo las editoriales sevillanas. «Hemos visto que hay demanda muy especializada de libros», advirtió Juan Luis Gavala, de Palimpsesto Editorial, «y atenderla es lo que puede hacernos competitivos con las grandes editoriales». Por parte de Triskel, Rafael Velis y Pablo Campos destacaban que hay que aprovechar la ocasión que se abre con este zoco, y que mostrar el trabajo que se hace en estas pequeñas firmas es una buena opción para interesar al público. Además, solos no podrían. «No tenemos capacidad para llegar a los medios», lamentaban.
Con esa mirada del artesano que no espera milagros pero tampoco hace ascos a la esperanza, Antonio Abad, de Maclein y Parker editorial, habló del negocio que todos ellos representan. Tiradas cortas. No hay distribuidores, para ahorrar. Son ellos mismos los que se recorren las librerías y se hacen amigos en ellas. De cada título, beneficios justitos. Para ellos, un éxito es vender más de 200 ejemplares de cada obra. «Más de 300 sería lo ideal». Ellos llevan casi dos años aguantando el aluvión o, como dicta el tópico, la que está cayendo. Para hoy, Aemet da un cien por cien de agua. Así de literaria es la cultura en Sevilla.