¿Y si solo fuéramos máquinas?

La exposición ‘El circo de las penas’ lleva al feSt una reflexión sobre las emociones humanas

h - Actualizado: 19 ene 2017 / 19:32 h.
"Cultura"
  • El Casino del a Exposición es el escenario de esta exposición final del Festival de Artes Escénicas de Sevilla, ‘El circo de las penas’. / Manuel Gómez
    El Casino del a Exposición es el escenario de esta exposición final del Festival de Artes Escénicas de Sevilla, ‘El circo de las penas’. / Manuel Gómez

¿Qué es lo que nos hace sentir? ¿Qué extraña maquinaria somos y qué resortes mecánicos nos permiten imaginar que tal vez seamos mucho más que simple ferretería? Hay toda una serie de preguntas atroces, terribles, que el Festival de Artes Escénicas de Sevilla, el feSt, considera que deberíamos hacernos. Y para eso, aprovechando los últimos días de la presente edición, ha invitado a venir al Casino de la Exposición a la compañía catalana Antigua y Barbuda con una muestra de la que no se sale ileso: El circo de las penas. Desde el viernes hasta el domingo, de 11 a 19 horas.

Se trata de un muestrario de cachivaches inverosímiles: la máquina de los recuerdos, la máquina de llorar, la máquina de la esencia de la música, la máquina que mide el amor... Artilugios enormes con aspecto de haber salido del laboratorio de un desquiciado; vetustos armazones de fantasía donde mediante interruptores, compresores, clavijas, cables, válvulas, chirriantes engranajes, motores que suenan a corazón, pedales y llaves de paso se da con la mecánica de las emociones y los sentimientos humanos. Todo parte de la ficción de un personaje imaginario, el portugués Joao Siqueiro, un difuso y misterioso constructor de ingenios del siglo XIX que diseñó incluso un artefacto con forma de escalofriante y negro sepulcro cuya finalidad se ignora, al que se culpa de su desaparición a la edad de 87 años y al que denominó Máquina da Morte. Siqueiro, según esta fantasía teatral, dejó escrito: «Amo las chatarrerías igual que vosotros amáis los camposantos. Yo, que solo soy máquina, también quiero ser desguazado. Mi sangre almacenada junto a los lubricantes y refrigerantes. Dejad que mi carne se pudra rodeada de plásticos y cauchos. Mis huesos serán olvidados entre bielas y árboles de levas. Mi corazón dejará de latir al igual que baterías y fuentes de alimentación. Y al instante, mi cerebro olvidará todo aquello que fui, todo lo que viví».

La compañía barcelonesa de Jordà Ferrer y Óscar de Paz da en el clavo –dar en el clavo forma parte de su trabajo, como creadores de ferretería teatral que son–. Ferrer, en un alto mientras terminaba de montar la exposición este jueves por la mañana, explicaba que con esta muestra –perteneciente a un espectáculo más amplio que aquí no ha llegado– se ha querido desarrollar y exponer lo que son: «Nosotros somos una compañía de teatro de máquinas, queríamos que las máquinas contaran cosas, y pensamos que esta era la manera de mezclar sentimientos y emociones con las máquinas. Cada máquina, como manual de instrucciones, tiene un poema. Nos parecía muy bonita esta mezcla de poesía y de máquinas, de sentimientos y objetos». Bonita y perturbadora, a poco que uno acuda allí en actitud receptiva y con el ánimo dispuesto a digerir lo que le echen.

Como explican ellos al referirse a uno de los enseres mecánicos, el dedicado a los recuerdos, «cada máquina construida por Siqueiro tiene como objetivo provocar una reacción de los sentidos: vista, oído, olfato gusto y tacto. Para Siqueiro, el recuerdo unifica todos los sentidos de la persona y funciona haciendo reconstrucciones subjetivas de la realidad. Con la construcción de esta máquina Siqueiro quiere demostrar que la memoria humana no es fiable y emplea un camino de estudio que lo llevará al descubrimiento de la Emoción Objetiva presente en su manifiesto titulado Contra la emoción. La Emoción Objetiva se aprende, pero los mecanismos de aprendizaje no pueden ser neurológicos, tienen que ser mecánicos».

El portugués imaginario, en su locura racionalista, quiso desentrañar todas las claves de un misterio que jamás había logrado experimentar: el amor. Y con esa intención diseñó un artilugio que degeneró en un estrepitoso fracaso, pero que también está en la muestra, y con el que el enigmático constructor pretendía obtener las respuestas esenciales del ser humano: «El latido de un corazón dura un segundo. Sesenta latidos el corredor de maratón. Ochenta el contable cornudo de Rua Santiago Dantas. Cien el fumador de opio de Al Juripis. Ciento veinte la hija de Mario Andrade que es virgen y amada. Ciento cuarenta el hijo de Sa Carneiro cuando mira a la hija de Mario Andrade. ¿Qué cantidad de amor llena un latido? ¿Cuánto amor deja ir una sístole? ¿Qué damos cuando damos amor? ¿Qué recibimos cuando somos amados? La hija virgen de Mario Andrade tiene cinco litros de sangre, 55 por ciento de plasma, 43 de glóbulos rojos. ¿Cuanto amor necesita para cautivarle tanto? El hijo de Sa Carneiro tiene cinco litros de sangre, glóbulos blancos gases y plaquetas. Les ha dejado ir con un corte preciso en la vena. ¿Cuanto amor se escapa por una herida de quien cree que no es amado?». Que vaya cada cual a estremecerse con las respuestas que se dé a sí mismo.