Hoy es 11 de junio. No es un día cualquiera para el Betis, sino todo lo contrario. Es el día en que ganó una Copa del Rey, la segunda de su historia. Ocurrió en 2005, así que se cumplen diez años de aquella mágica y gloriosa noche en la que el estadio Vicente Calderón, igual que en 1977, vio cómo el conjunto verdiblanco llevaba a sus vitrinas el tercer título de toda su vida.
Aquel caluroso 11 de junio de 2005 junto al río Manzanares, el Betis de Lorenzo Serra Ferrer salió a enfrentarse a Osasuna con la felicidad de saberse clasificado para la previa de la Liga de Campeones por primera vez en su historia y con la responsabilidad de saberse favorito frente a un rival que aspiraba a ganar su primer título. El míster balear no se dejó nada en el banquillo y salió con Doblas; Melli, Juanito, Rivas, Luis Fernández; Arzu, Assunçao; Joaquín, Fernando, Edu; y Oliveira. Seis canteranos, tres brasileños, un cántabro y un malagueño, el esqueleto del equipo que había acabado cuarto en la Liga. Osasuna, con Javier Aguirre al mando, opuso a Elía; Expósito, Cruchaga, Josetxo, Clavero; Valdo, Puñal, Pablo García, Delporte; Webó y Morales.
La final, en un magnífico ambiente con leve mayoría de aficionados verdiblancos en las gradas, se desarrolló con una grandísima igualdad y de hecho no hubo movimiento alguno hasta la recta final. En el 76’, Oliveira se aprovechó de una descoordinación entre Cruchaga y Elía para mandar el balón a la red. Ocho minutos después, cuando Serra se disponía a meter a Benjamín, empató Aloisi al cabecear un excelente centro de Delporte.
Fue entonces cuando el técnico verdiblanco tomó la decisión clave de la final. En vez de meter a Benjamín para reforzar el centro del campo optó por Dani. Además, quitó a Edu, hombre fundamental en la exitosa campaña. El encuentro alcanzó la prórroga, jugada con bastante precaución por ambos contendientes, pero a cinco minutos del final se inventó el Betis la jugada del partido. Una rápida triangulación en el centro del campo permitió a Varela encarar la frontal del área rojilla para allí abrir a la izquierda, por donde Dani había encontrado un carril. El balón estuvo a punto de tocar en el talón de la bota de Oliveira, pero no lo hizo y llegó franco al trianero, que largó un zurdazo que pasó por encima de Cruchaga y superó a Elía.
La locura se desató entonces en la mitad del Calderón que era verdiblanca. No hubo tiempo para más. Osasuna, abatido ya, vio cómo Pablo García se autoexpulsaba en el último minuto por una durísima patada a Joaquín y ahí se acabó todo. El beticismo disfrutó por fin de lo que se le había negado durante tantos años y Cañas, que no jugó pero era capitán, recogió la Copa de manos del Rey Juan Carlos I.
Después de aquella histórica noche llegó el no menos histórico día siguiente, con decenas de miles de béticos en Santa Justa y por toda Sevilla camino del Villamarín, donde toda la plantilla, el cuerpo técnico y el consejo, con Manuel Ruiz de Lopera a la cabeza, festejaron aquel hito. Y después de todo aquello, como todos los béticos saben, llegó todo lo contrario: la cuesta abajo tras saborear la miel de la Champions, los problemas, los cismas con la afición y, finalmente, el descenso de 2009, que puso el punto y seguido al enésimo capítulo de lo que el Betis pudo haber sido y lo que realmente fue.