Este tipo de partidos ante equipos como el Real Madrid tienen una motivación especial para el aficionado. Será por la falta de costumbre a la hora de ganarlos o vaya usted a saber por qué, pero lo cierto es que no es igual que cualquier otro.
Por si era poco, el Sevilla se jugaba más que mucho de aquí al final de temporada y los de Ancelotti, ni les cuento. Pero el sevillismo se fue contento de su estadio a pesar de la derrota. Sabe que su equipo dio la cara, peleó y, por momentos, llegó incluso hacer buen fútbol.
Es lo que tiene ser campeón de Europa, sí, porque tan campeón es el Madrid como el Sevilla. Los dos ganaron una competición continental la pasada temporada, motivo por el cual se citaron en Cardiff el pasado mes de agosto.
Y es que tres veces se han visto ya las caras esta temporada y en ninguna de ellas los de Nervión pudieron con Cristiano, Ramos y compañía. Lo que no quita que en este último partido el Sevilla haya sido superior en otras muchas facetas.
El que mejor jugó fue el de blanco, vuelvo a insistir, tan campeón como los que prefirieron el luto para saltar al césped del Sánchez-Pizjuán, una premonición o vaya usted a saber. Porque por momentos hubo luto para los de Concha Espina. De no haber puntuado en Sevilla, hubieran perdido las opciones de pelear por lo que queda de Liga. Eso también se nota y si no, recuerden cómo saltó el entrenador para celebrar con sus jugadores el 1-3. Algo sintomático y es que, para ellos, venir a Nervión tiene su miga. Como para el resto. Echen un vistazo a la estadística: más de un año sin perder en casa llevaba el equipo de Unai que ayer volvió a estar señalado.
Un buen planteamiento; valiente, atrevido y que desprendía fútbol hasta que sus dudas por la lesión de Krychowiak le hicieron perder ocho minutos mágicos que acabaron en tragedia. El desconcierto que generó la situación no sólo caló en la grada. En el campo los jugadores se miraban preguntándose qué pasaba. Y lo que pasó, lo vieron todos. Una pena, quién sabe qué hubiera pasado si ese choque fortuito con Sergio Ramos hubiera propiciado antes la entrada de Vicente Iborra, porque el polaco no estaba para entrar al terreno de juego y el que quiera hacer ver lo contrario no vio el partido. Una indecisión que puede haber costado más cara de lo que creemos pero, ya se sabe, en esto del fútbol no siempre se puede ganar y al Madrid. Parece que este año tampoco.
Poco o nada le va a importar eso al sevillismo si al final se acaba logrando el objetivo de la Champions, por cualquiera de las dos vías o por las dos, quién sabe.
Este equipo tiene casta y coraje y lo ha demostrado ante el todopoderoso Real Madrid. Un lujo al alcance de muy pocos y que debe servir para motivarse, nunca para agachar la cabeza. Este Sevilla pude estar a 180 minutos de una nueva final, casi nada. Todo sigue estando igual que ayer o hace una semana. Da igual el hat-trick de Cristiano, las tarjetas que no sacó el árbitro o el enfado que provoca ver caer a tu equipo después de tanto tiempo. Calderilla si lo ponemos enfrente del premio gordo que puede suponer volver a ganar la Europa League o entrar en la máxima competición continental. La gente lo sabe y por ello acabó entonando aquello que ya sirvió de conjura y puede seguir dando tanto: Échale...