Inmolación histórica

El Sevilla se ganó a pulso la eliminación de la Champions con una concatenación imperdonable de despropósitos, impropio de un equipo que tenía al alcance de la mano un sueño perseguido durante 60 años. Ahora tiene una enorme deuda pendiente.

15 mar 2017 / 00:56 h - Actualizado: 15 mar 2017 / 12:37 h.
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  • Vitolo es derribado por Schmeichel en la acción del penalti que fallaría después N’Zonzi. /Efe
    Vitolo es derribado por Schmeichel en la acción del penalti que fallaría después N’Zonzi. /Efe

Difícil, muy difícil, la digestión de una eliminación como la que sufrió ayer el Sevilla. Rondará durante muchos días en la cabeza de sus futbolistas y por siempre en el corazón de los sevillistas, ahí quedará guardada hasta que su equipo vuelva, porque volverá, para superar de una vez por todas esta barrera de los octavos de final en la mejor competición de clubes del mundo. Era el día, un día para hacer historia, el día en el que los chicos de Sampaoli debían tomar el relevo de los Busto, Romero, Campanal, Valero, Ruiz Sosa, Jerónimo Palacios, Antoniet Iborra, Arsenio Iglesias, Loren Pérez, Pepín Muñoz, Pahuet... aquel Sevilla en blanco y negro que hace casi 60 años luchaba entre los ocho mejores equipos de Europa. Este Sevilla tiene ese nivel pero cuando debía demostrarlo no lo hizo, protagonizando una inmolación que, como el reto, es histórica. El Sevilla le perdonó la vida al Leicester en el Sánchez-Pizjuán, cuando lo tenía contra las cuerdas, le dejó respirar, tal vez porque en ese momento se sintió tan superior que no olió el peligro que siempre acecha en el fútbol de súper élite. Y cuando llegó el tanto de Vardy, todo cambió, fue un punto de inflexión no sólo en la Liga de Campeones, sino en el global de la temporada.

Ha sucedido muchas veces en el fútbol y seguirá ocurriendo, un detalle, un descuido, el rival se levanta y te cuesta caro, muy caro. No ha sido una sola circunstancia, han sido muchas. El despropósito con los penaltis ha sido extremo, no ya por los errores, sino porque ambos hayan sido lanzados por dos jugadores sin experiencia y, visto lo visto, sin pericia, para asumir un trance tan trascendente. Nada que achacar a Correa y N’Zonzi, que asumieron la responsabilidad, sino a Sampaoli y su cuerpo técnico, por omisión en la preparación o en la toma de decisiones sobre los lanzadores. Lamentable. Fueron dos regalos para hacer héroe simulado a Schmeichel.

Y de héroe a villano, de apellido Nasri. Desde el principio del choque se le vio venir. Estaba que saltaba a las primeras de cambio, se ganó pronto una tarjeta amarilla absurda, y los jugadores ingleses ya lo tuvieron claro: había que buscarle las cosquillas hasta que Vardy logró sacarlo del partido. Increíble que un futbolista de su nivel, con la experiencia que acumula en este tipo de partidos, se desentendiera de su responsabilidad y cayera en la trampa como un novato.

Su comportamiento le deja marcado porque jugó con un sueño 60 años esperado y que su equipo y su afición tocaba con los dedos. No era el día para sacar a escena la peor cara de Samir Nasri, después de convencer durante casi toda la temporada de que es ese tipo de futbolista que han llegado para hacer más grande a este club en el sitio que se ha ganado con un crecimiento ininterrumpido en la última década.

Mazazo gordo del que el Sevilla debe recuperarse y pronto, porque el domingo tiene un partido clave para mantener la distancia con el Atlético de Madrid en la lucha por la tercera plaza, para volver a la Champions y reparar esta deuda pendiente con su afición. Ahora no puede caerse al suelo como un castillo de naipes.