Un club de fútbol no sería nada sin sus aficionados. Absolutamente nada. No tendría ni alma ni historia. Nada que contar. Podrá tener llenas las vitrinas, pero en el fondo estaría vacío. Las personas hacen los clubes llenándolos de una personalidad específica y una particular idiosincrasia. Cada uno de sus socios tiene cientos de historias, recuerdos, anécdotas, risas y lágrimas recordando un triunfo, una derrota, un viaje o un trofeo. Y nunca olvida cómo fue aquella primera vez, aquella primera tarde de fútbol en Nervión en la que, a través de la mano de un padre o un abuelo, se iba transmitiendo una pasión y una ilusión. Y una forma de entender la vida.
Nos ocupa en estas líneas el Sevilla Fútbol Club, una centenaria institución que después de muchos años de sequía se ha convertido en una máquina de generar títulos. Pero por encima de los títulos genera ilusión. Mucha ilusión. Cuatro campeonatos de la Europa League y la posibilidad de llevarse el quinto este miércoles ante el Liverpool han vuelto a desatar la locura en las filas rojiblancas. Y de nuevo empezó la bendita rutina de mayo para la sufrida y fiel infantería de Nervión: una nueva semifinal, un nuevo triunfo, una nueva bufanda, una nueva entrada, un nuevo viaje. En definitiva, miles kilómetros de sevillismo que la pasión y la ilusión convierten en un pequeño trayecto en el que no pesan las horas y los kilómetros. Y siempre con el recuerdo para quienes metieron litros de este dulce veneno rojo y blanco a chorros por las venas.
Quien sabe mucho de kilómetros, aeropuertos y horas y horas en autobús siempre por y para el Sevilla es Jesús Docsion, un sevillano de la Puerta Osario que tiene el honor de haber estado presente en las 12 finales que hasta hoy ha jugado el Sevilla desde 2006. Como no podía ser de otra forma, esta noche estará en las gradas del Saint Jakob-Park, el domingo estará en el Vicente Calderón y tiene sana la intención de viajar a Barcelona a la Supercopa de España.
Aunque parezca que debe ser una persona bien situada económicamente para tanto viaje, Jesús asegura que es «un auténtico tieso» y que incluso sus amigos se ríen un poco de él cuando se busca los viajes. La opción más barata siempre es la mejor por muy complicada que sea. «Antes de la semifinal ante el Shakhtar compré un vuelo Sevilla-Lyon por 37 euros. Una ganga, pero había que jugársela». De ahí irá en coche hasta Basilea. Así ha viajado desde niño, y aunque ahora lleva con orgullo el escudo del Sevilla por Europa, no olvida cómo recorrió media España siguiendo al club de sus amores con Biris Norte «pero sólo con el orgullo, porque nunca se lograba nada». Recuerda con nostalgia y cariño aquellos viajes con el equipo en Segunda División a Ferrol, Almendralejo, Toledo o Murcia. Mínimo glamour. Máximo sevillismo.
Este sevillista, socio 2.506, lógicamente quiere que la quinta Europa League viaje a Sevilla pero con la mano en el corazón confiesa que sus aspiraciones como sevillista están más que satisfechas. «Me he quedado sin objetivos. Hace años sólo quería jugar una final de Copa del Rey, aunque se perdiera. Después de todo lo que hemos vivido, ya sólo pienso en disfrutar». Y así seguro que lo hará esta noche con sus amigos de Gol Norte, con los que lleva varias décadas siguiendo al Sevilla allá donde juegue.
En Basilea también estará esta noche Francisco García junto a sus hijos, Sergio y Alberto, una familia que siempre acude al Ramón Sánchez-Pizjuán en familia. «Mi abuelo Pedro nos metió este veneno por el Sevilla y esta forma de ver el fútbol. Siempre en familia. Nunca hemos ido con los amigos. Siempre con mi hermano, mi padre y con mi abuelo hasta que nos dejó», explica Sergio. Y como no entendían el sevillismo de otra forma, a la final de Eindhoven sabían que o iban juntos, o se quedaban en Sevilla. «Teníamos dos entradas. Mi padre decía que fuéramos mi hermano y yo pero dijimos que no. Llevábamos toda la vida yendo juntos al fútbol y a la final había que ir juntos, no había más opciones. Al final logramos otra, pero en otra zona». Aquella experiencia, con una odisea de viaje, la llevan los tres siempre en su memoria sevillista porque, como buena parte de la afición, pensaban que aquel acontecimiento en Eindhoven sólo se iba a dar «una vez en la vida». Sergio tuvo que ver el partido alejado de su padre y su hermano, pero nunca olvidará el abrazo que se dieron en las entrañas del Philips Stadium cuando Javi Navarro ya había levantando el trofeo. Entre lágrimas, los primeros recuerdos iban para el abuelo Pedro, afortunadamente el gran culpable del sevillismo que corre por las venas de Francisco, Sergio y Alberto.
Los tres estarán también en Basilea, como también estuvieron en Glasgow, Turín y Varsovia, además de las finales de Copa de 2007 y 2010. A la del domingo en Madrid tampoco faltaran. Así viven el sevillismo. Siempre juntos. Siempre en familia. Porque el Sevilla, al fin y al cabo, es una gran familia. Y siempre, recorriendo kilómetros. Miles. De sevillismo.