El Sevilla está acostumbrado a vivir grandes experiencias a lo largo de su dilatada historia, pero la temporada 2016-17 será recordada por la aglomeración de sentimientos y sensaciones extenuantes. En su enésimo lavado de cara, el club de Nervión dio un volantazo total al apostar por Jorge Sampaoli como sustituto de Unai Emery, que cambió Nervión por el PSG. Un giro total en estilo de juego y en la ambición del discurso. Con Sampaoli a las riendas, el Sevilla ya no iba a ser un equipo de contragolpe o especulación, aunque los excelentes resultados de Emery hacían sospechar a muchos de la conveniencia del cambio. Era un all in en toda regla, un capricho que este gran Sevilla se podía permitir.
La temporada empezó con la final de la Supercopa de Europa ante un Madrid en rodaje que privó a los sevillistas de otro título en una última jugada fatídica en la que Sergio Ramos forzaba la prórroga, donde el Real noqueó a los nervionenses. Muy tocada por lo de Trondheim, la tropa de Sampaoli afrontó con la mirada baja otra final, la de la Supercopa de España ante el Barça: 0-2 y 3-0. No hubo opciones ante Messi y compañía.
La Liga empezó y el Sevilla se presentó con un 6-4 al Espanyol tan loco como divertido. Era una señal: si el cuadro de Sampaoli aguantaba la pegada, los agujeros defensivos serían un mal menor. Los partidos se sucedían y el Sevilla sólo perdió en Bilbao en las 10 primeras jornadas, además de empezar de gran manera la Liga de Campeones: 0-0 en casa del ahora finalista Juventus y dos triunfos ante Lyon y Dinamo de Zagreb. La cosa marchaba y un final de 2016 pletórico extendió el amateurismo por toda la afición: clasificación para los octavos de final de la Champions, 0-3 en Vigo y 4-1 al Málaga, todo rematado con un 0-4 en Anoeta ante una Real lanzada para empezar con buen pie 2017.
En ese momento idílico apareció el Real Madrid, con todo lo que conlleva eso. Octavos de la Copa y debacle en el Bernabéu, donde un arbitraje escandaloso de Mateu Lahoz y un planteamiento diabólico de Sampaoli dieron un rejón mortal. En la vuelta un gran Sevilla puso en aprietos a un Madrid al que Undiano Mallenco tuvo que echar otra mano y en donde Sergio Ramos desató un vendaval que hirió al Sevilla para el resto del curso: los cánticos tras su provocación a la grada derivaron en cierre de la grada de los Biris y pulso de José Castro y Javier Tebas al grupo ultra, apoyado, en su vertiente de grupo de animación, por el resto de la hinchada, asqueada ante la evidente persecución.
Pero Sampaoli levantó al equipo: la venganza ante Ramos y el Real llegó sólo tres días después, con una remontada in extremis en el partido liguero y decisivo autogol del hoy capitán madridista. El Sevilla se creía que podía pelearle la Liga a los dos colosos –el tercero, el Atlético, seguía por detrás–: 42 históricos puntos tras la primera vuelta. Y la segunda ronda la empezó ganando cinco de los seis primeros partidos.
No había mejor manera de encarar la gran prueba de la temporada, la eliminatoria ante un Leicester City en grave crisis. Ganó el Sevilla la ida, pero encajando un gol y por un pobre 2-1 tras un partido que pudo finalizar perfectamente en goleada. En Nervión había la sensación de que se había dejado con vida a un peligroso rival resucitado tras la destitución de Claudio Ranieri. Los de Sampaoli mostraron un claro declive en su juego y el entrenador no se decidía a dar entrada a jugadores de refresco en un equipo tocado. Aun así, la inercia le dio al Sevilla para vencer de nuevo al eterno rival en el Villamarín y derrotar al Athletic.
Y de repente, marzo. Un mes oscuro donde el Sevilla enterró las ilusiones de pasar a los cuartos de la Champions y de seguir el ritmo en la Liga a la espera de que Real Madrid y Barça se despistaran. Un calamitoso partido en Leicester, aderezado con un show impropio a la hora de ejecutar un penalti en el tramo final y por la expulsión absurda de Nasri, dejaron KO al Sevilla y a su entrenador, incapaz de levantar al equipo durante todo el mes. El Atlético le pasó por la derecha y el Villarreal aprovechó para echarle el aliento en el cogote. Poco a poco, el Sevilla fue volviendo en sí, ya con el asunto de la afición solucionado, sumando un 10 de 12 que a la postre le permitió finalizar en una cuarta posición meritoria pero agridulce.
En ese tramo final, el Sevilla se encontró con otros dos terremotos. Primero Monchi, el mago artífice de este gran Sevilla del siglo XXI, dijo adiós definitivamente. Su marcha a la Roma ha dejado al sevillismo con las carnes abiertas: indudablemente el futuro es incierto en Nervión sin la varita del director deportivo. Y acto seguido, Sampaoli. Argentina, que ya había intentado boicotear su fichaje en verano, recurrió al técnico para encauzar su deriva. Esta vez Sampaoli no pudo resistirse y dio un sí quiero que la AFA expandió con altavoz y sin disimulo. Las consecuencias han sido evidentes: Sampaoli, la cara de este nuevo Sevilla que tanto aportó en emociones, ha tenido que salir por la puerta de atrás de un Sánchez-Pizjuán que ha demostrado que es capaz de resistir todo tipo de envites. No dirán que se aburrieron, ¿no?