Un problema físico importante es lo primero que se nos viene a todos a la cabeza para intentar comprender qué le pasa al Sevilla. Sin embargo, los datos que se analizaban esta semana en estas páginas demostraban que, salvo excepciones muy puntuales, carece de sentido basar el tremendo bajón del equipo de Sampaoli en un cansancio colectivo y sin razón de ser. El Sevilla no está cansado. El Sevilla está despistado, desordenado. En un bache sin paliativos a las puertas de dos partidos importantísimos: Leicester City para intentar pasar a los cuartos de la Champions y Atlético de Madrid para no dilapidar más ventajas con los colchoneros en la lucha por el tercer puesto.
El problema del Sevilla parece más sencillo: las continuas rotaciones que está sufriendo en su once titular –algunas por obligación– han acabado por desordenar su estructura. Esto se elevó a la máxima potencia ante el Leganés. Una cosas es rotar y otra desmantelar. Kranevitter intentanto hacer de N’Zonzi pero pasándole continuamente el balón a Lenglet; Correa dejando ver la distancia sideral que le separa de Vitolo; y Franco Vázquez al ritmo de un palio de vuelta si lo comparamos con Nasri. Añadamos que la clarividencia de Sampaoli ha desaparecido a la hora de hacer los cambios, porque si en Vitoria tardó en reaccionar, sustituir al Mudo, pese a todo, no pareció tener mucho sentido –A todo esto, ¿alguien se acuerda de Ganso?–.
Ni siquiera tiene ya el Sevilla el empuje de su hinchada como antes, como ha hecho célebre al (ex)Sánchez-Pizjuán. Ver así al campo del Sevilla es un resultado nefasto fruto de una gestión impeorable de un problema de violencia que trasciende al fútbol y que algunos están utilizando para sus fobias personales. Los principales culpables son los violentos, los que se pelean por las calles, no lo olviden. Y sus cómplices por omisión. Pero también señores con corbata y bien alimentados que no se dan cuenta de que la medicina que intentan aplicar al enfermo simplemente para cubrirse sus espaldas es completamente inútil: el resultado son gradas sepulcrales y sin colorido, mientras los amantes de los botellazos y sillazos siguen por ahí con una risa floja parecida a la que se escucha en muchos de esos despachos. No hay que ser Einstein para verlo, pero ¡qué difícil es todo en este país!
El caso es que al Sevilla le han quitado el alma en el césped y el empuje de su hinchada –entre la huelga de animación de los Biris y el «es que yo no puedo hacer nada» de José Castro–. Olvídense del cansancio porque Montoya, Carriço, Correa, Kranevitter, o Iborra, Vietto y N’Zonzi cuando salieron al campo sencillamente no pueden estar cansados. ¿O lo estaba el Sevilla en la primera parte del Villamarín pero no en la segunda mitad? Sin sentido.
Es fútbol, y los problemas de fútbol con fútbol se solucionan. En Leicester, con Vitolo, N’Zonzi, Nasri y compañía, el Sevilla debería apostar por volver a ser él mismo. Apostar por la continua movilidad de su centro del campo –que ha desparecido– para poder mantener la posesión y generar huecos en la muralla del rival, para volver a ser protagonista en el partido, como dice Sampaoli. Sólo así evitará un fracaso como sería caer ante el Leicester City en los octavos de final de la Liga de Campeones. Más que descansar, el Sevilla tiene que reaccionar para no emborronar de manera triste una temporada que está siendo genial.