Tristeza y penurias en Nervión

La segunda peña más antigua del Sevilla, con 60 años de vida, ‘Al Relente’, aguantó una de las noches más negras y esperpénticas que se recuerdan de la época dorada

22 abr 2018 / 00:10 h - Actualizado: 22 abr 2018 / 00:28 h.
"Vincenzo Montella"
  • Alrededor de medio centenar de personas se dieron cita en la sede de la peña sevillista. / Manuel Gómez
    Alrededor de medio centenar de personas se dieron cita en la sede de la peña sevillista. / Manuel Gómez

Nervios, tensión, expectación. Todo esto se mascaba 40 minutos antes de comenzar la ansiada final de la Copa del Rey en la Peña Sevillista Al Relente, la segunda peña sevillista más antigua, que este año celebró sus 60 de fundación, seis décadas, que se dice pronto. Ubicada a escasos 200 metros de los aledaños del Ramón Sánchez-Pizjuán y pegada a la calle Antonio Puerta, esta peña, de la que precisamente fue socio la malograda Zurda de diamantes, está conformada por 350 abonados, de los cuales reunió en su local alrededor de 50 de estos peñistas, ya que la gran mayoría se marcharon hasta el Wanda Metropolitano para alentar al equipo hispalense.

Tras el pitido inicial todos esos nervios previos se tornaron en sentimientos alentadores y motivacionales de todos los allí congregados, desde pequeños de apenas diez años hasta los más veteranos y fundadores del local. Pasados los primeros minutos del choque, y tras un inicio bastante dubitativo por parte del Sevilla, en el que el FC Barcelona se adelantó a las primeras de cambio, las quejas empezaron a aparecer y comenzó a imperar un ambiente de crispación. Después del gol encajado y el tímido despertar sevillista se volvía a implorar al clásico «dicen que nunca se rinde», con Mudo Vázquez y Banega como timones de navegación, acompañado de la exasperación que provocaban las indecisiones de Muriel y Correa.

La primera levantada de asientos llegó en el minuto 29 merced al cabezazo del Mudo Vázquez que atajó Cillesen sin aparente complejidad. Todo fue un espejismo porque, un par de minutos después, apareció la bestia negra argentina para dilapidar cualquier tipo de esperanza blanquirroja. Como una apisonadora blaugrana llegó el tercero al marcador, acompañado de la caída de brazos por parte de todos los peñistas, pues el varapalo fue de magnitudes desproporcionadas. Lo mejor del primer tiempo para los aficionados fue el pitido que marcaba el final de la primera parte.

«Bochornoso» fue la palabra más repetida durante el descanso, junto con las críticas al mal planteamiento ejecutado por el italiano Vincenzo Montella. El miedo a recibir otra de las goleadas que ha encajado este año el Sevilla era el factor más temido entre los aficionados. Mismo guion al comienzo de la segunda mitad con el gol de Iniesta y nuevo guantazo con la mano abierta. De la desilusión y tristeza se pasó al enfado y cabreo de ver como los jugadores iban arrastrando el escudo con las cinco estrellas doradas sobre el verde del Metropolitano. El partido pasó a un segundo plano en la peña de la que un día fue socio Antonio Puerta, y ya nadie quería continuar con este azote tan severo al que estaban asistiendo. Unos tímidos vítores por parte de algún creyente cuando Sandro se plantaba solo ante Cillesen fue lo más potable de una afición desolada.

Y tras dicha ocasión llegó lo que todos temían al descanso: la indeseada «manita» marca de la casa con la que el equipo de Montella se ha familiarizado en demasiadas ocasiones durante esta temporada. Muchos abandonaron ya sus asientos tras la devastadora actuación que estaba protagonizando el equipo sevillista. Noche negra para una afición que vivió la peor actuación que se recuerda del Sevilla en una cita finalista a unos metros del Sánchez-Pizjuán.