La magia de la Copa del Rey, el mejor torneo de este país año tras año –aunque las habichuelas más importantes se cuezan en la Liga– y el rescatado carácter del Sevilla, enterrado quién sabe cuándo y por quién, hicieron posible que el moribundo Sevilla le ganara al fortísimo Atlético de Madrid en su propio estadio en una tarde, la de este miércoles, que debe ser un punto de inflexión en el devenir del equipo nervionense y, sobre todo, en el trío que comanda su destino: José Castro, Óscar Arias y Vincenzo Montella. Que sepan analizar bien la crisis pese a este magnífico resultado y que rearmen al equipo, cada uno en el área que le toca. Sigue siendo muy necesario.
Sólo con esos intangibles se puede explicar una resurrección como la que protagonizó el Sevilla en una de las plazas más difíciles del panorama nacional, donde no había ganado en ninguna de sus últimas 10 visitas, donde había caído con extraordinaria facilidad en septiembre y en un escenario que casi nadie –sólo el Chelsea esta temporada– había profanado. Un alegrón así permite al Sevilla respirar, poder luchar por el pase a las semifinales dentro de cinco días y proclamar ante el mundo entero que está de vuelta. Al menos en constantes vitales. Veremos en fútbol, pero ya es un mundo ver a las líneas juntas, una presión organizada, faltas tácticas y ayudas en defensa. Algo que se presupone innegociable en cualquier equipo serio pero que el nervionense había perdido lastimosamente.
Dice Montella que necesita entrenamientos más que partidos. Hasta ahora, la mejoría que el italiano exponía en sus conferencias de prensa se limitaban realmente a la mera intención de atacar más rápido y algún que otro detalle en jugadas ensayadas. Sin embargo, dicen quienes tienen el privilegio de asistir a los entrenos que estos tienen muchísima mayor carga táctica y de intensidad física que en la etapa de Berizzo. Lo cierto es que lo que muchos achacan –un resultado, por muy bueno que sea, no permite hablar ya en pasado– a falta de actitud de los jugadores es en verdad un problema de fútbol. Y lo que muchos otros tildan de irrupción violenta de los ultras en un entrenamiento –por mucho que quede feo ver a gente con caras tapadas y pinta de malotes saltando una valla en la ciudad deportiva para hablar con los futbolistas– responde al sentir general de que falta autoridad de mando en el club, simplemente.
Lo fácil es señalar esa supuesta falta de actitud que, bajo mi punto de vista, tiene una explicación más lógica. Casualidad o no, en el Wanda se vio a un Sevilla disciplinado tácticamente y sólido en el campo, curiosamente con un once de jugones y tirando muchas veces al 1-4-4-2, es decir, algo diferente. Y sin bajón físico. Cuando el equipo funciona como tal no hay aparente falta de ganas en nadie y quizás sea porque el propio jugador ve que la cosa funciona y se viene arriba, justo al contrario que con un planteamiento diabólico en Mendizorroza, ante el que acaba bajando los brazos por falta de fe, no por dejadez. Cuando un equipo funciona como tal Muriel tiene cosas, Sergio Rico hace buenas paradas, Franco Vázquez es el del año pasado, la supuesta parsimonia de Nzonzi es clase y elegancia, la necesaria agresividad de Mercado es bienvenida y Corchia destaca por su voluntad. Cuando un equipo funciona como tal y encima responde al nombre de Sevilla Fútbol Club, reaparece ese halo místico que engaña al rival cual ave Fénix. «Y se levanta el joío», exclamó esta vez el Atlético. Como tantos otros antes.