«Haremos una cinta telescópica para la industrialización del pimiento marismeño»

Con más de una década de experiencia, esta empresa familiar sobrevivió a la crisis gracias a las pistas de autochoque. El secreto de su éxito está en la diversificación: así tiene trabajo todo el año, ya sea en el sector agrícola, en el industrial o en el de ocio

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
27 may 2018 / 07:15 h - Actualizado: 27 may 2018 / 07:15 h.
"Empresa familiar","Marcaje al empresario"
  • Nicolás Tapia, gerente de ICM, con sede en Los Palacios y Villafranca. / Á. Moreno
    Nicolás Tapia, gerente de ICM, con sede en Los Palacios y Villafranca. / Á. Moreno

ICM es ya una de las mayores empresas palaciegas, pero sigue siendo una empresa familiar, ¿no?

—Sí, lo sigue siendo. Mi tío y mi padre, los hermanos Tapia, empezaron haciendo aperos de labranza, pero cuando vinimos empujando la siguiente generación decidieron emprender caminos distintos, y nosotros nos fuimos al polígono industrial El Muro llamándonos ya ICM. En 2005, arrancábamos con poca carga de trabajo cinco o seis personas, que eran mi padre, mi mujer, Yolanda, y un par de profesionales de confianza... No teníamos ni luz ni agua, pero hicimos una cosa distinta y crucial: no montar un taller esperando que vinieran los clientes, sino ir a buscarlos en sectores como la industria, la alimentación o las atracciones de feria. En dos años habíamos pasado de seis a 25 trabajadores.

Hoy son muchos más...

—Sí, son ya más de 50, que además son fijos prácticamente durante todo el año. Y además muchísimos siguen siendo de la familia. Estoy muy orgulloso porque es nuestro principal valor. Aquí trabajan comerciales que han sido compañeros míos de toda la vida, pero también mi mujer, mis primos, mis cuñados... Hay quien huye de eso porque prefiere separar familia y trabajo, pero aquí siempre hemos sabido separarlo sin problemas.

De ese triple nombre, Ingeniería, Calderería y Mecanizados, ¿qué es lo más productivo?

—Nuestro principal sector es el industrial, aunque también la decoración roza ya el 20 por ciento, y las atracciones de feria, como un 25 por ciento... Tenemos muchos acuerdos con ingenierías en distintos puntos de España e incluso de EEUU. Fabricamos productos que ellos son capaces de exportar. Por eso hemos llegado indirectamente a Francia o México. Producimos material para centrales nucleares, para el sector de la aeronáutica e incluso para el mundo del teatro. La última reforma del teatro Maestranza la hicimos nosotros. En medio ambiente, estamos fabricando muchas depuradoras de agua. De hecho, estamos cerrando un acuerdo con una gran empresa estadounidense para fabricar aquí, con sus directrices, sus depuradoras para el mercado europeo. Por otro lado, nos ocupamos de mucha maquinaria de alimentación que necesitan cooperativas cercanas para el algodón o el tomate...

¿Su mercado es sobre todo nacional?

—Sí. Ahora vamos a Barcelona para montar una espectacular escalera de caracol de tres plantas en una casa del siglo XVIII transformada en hotel... Pero gracias a nuestro servicio a grandes empresas exportadoras, llegamos a Portugal, Bulgaria, México, Emiratos Árabes...

¿Cuál fue el punto de inflexión para dar el gran salto?

—No sé si lo hubo. Al principio crecimos mucho y cuando llegó la crisis y se rumoreaba que iban a cancelar pedidos tuvimos la suerte o la estrategia de diversificar. Fueron las pistas de autochoque las que nos salvaron. También el hecho de no habernos metido en el sector del ladrillo, sino en el industrial, y cerca de empresas con capacidad de vender a países menos afectados e incluso de sectores de lujo como el mobiliario de Nespreso o Máximo Dutti.

No tienden a una clara especialización entonces...

—No necesariamente, porque así tenemos trabajo durante todo el año: cuando no es el sector agrícola, es el industrial o el alimenticio o el de decoración, y luego están las atracciones...

¿Es dura la competencia?

—Nos situamos en una interesante medianía, y entonces las grandes empresas no nos afectan, y muchas pequeñas no nos alcanzan. Ahora bien, invertimos mucho. Hemos ido comprando una máquina de corte de agua, otra de soldadura robotizada, y hace tres años invertimos 800.000 euros en un láser y una maquinaria de plegado de última generación, de tecnología japonesa.

¿Cuánto factura ICM al año?

—Algo más de tres millones de euros. Pero nuestro problema es ya el espacio...

Tienen 5.000 metros de instalaciones...

—Ya. Pero son insuficientes. No tenemos por dónde crecer. Se lo hemos dicho muchas veces al Ayuntamiento palaciego, pero no creo que nos esté tomando en serio. Nosotros queremos quedarnos aquí, pero la tentación es grande cuando hay ayuntamientos como el de Dos Hermanas que nos ofrecen 20.000 y muchas facilidades. Aquí, la promesa de Palenquivir es lenta y muy cara... Sería empezar de nuevo.

Han contribuido al principal símbolo local, el de La Unión, haciendo el escudo que da la bienvenida en Los Palacios y Villafranca.

—Sí, nos sentimos orgullosos de ser palaciegos. Ese escudo fue una idea que surgió en una Feria del Ganado y luego de haberle dado muchas vueltas, salió así de espectacular. Queremos seguir colaborando con nuestro pueblo para devolver lo que el pueblo nos da. Hay cada vez más gente que se casa y confía en nosotros para su nuevo hogar.

¿Qué proyecto amasa ICM actualmente?

—Las depuradoras para toda Europa nos ilusionan, pero también un catálogo de decoración exquisita de un productor italiano. Luego, seguimos con las pistas de autochoque, un nuevo látigo, cabinas de noria. Lo más interesante puede ser el proyecto de una cinta transportadora telescópica de 24 metros que estamos desarrollando ya para un megaproyecto de siembra de pimientos en la marisma que nos han presentado empresarios de Lebrija.