«Romper la barrera de ser nuevos y sevillanos fue difícil»

Dice que para fabricar tablas no necesita olas. Y es cierto. Estar en Sevilla no les ha impedido convertirse en uno de los mayores fabricantes europeos, con 3.000 tablas de surf anuales, ni conquistar una de las marcas más reconocidas, como es Ripcurl

03 sep 2016 / 20:58 h - Actualizado: 03 sep 2016 / 22:37 h.
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  • Jesús Ruiz, fundador y gerente de Glassing Monkey, en una de las salas de su taller, ubicado en el Polígono Pisa. / Pepo Herrera
    Jesús Ruiz, fundador y gerente de Glassing Monkey, en una de las salas de su taller, ubicado en el Polígono Pisa. / Pepo Herrera

—¿Cómo nace una fábrica de tablas de surf en Sevilla?

—En el año 2006 aparecieron unas máquinas de control numérico que permitían convertir el surf en un negocio. Un amigo me propuso montar una fábrica, que en un principio se ubicó en el Puerto de Santa María. Yo venía de otro sector, pero me apeteció la idea. Al cabo de un año mi socio no pudo continuar y me vendió su parte. Entonces nos trasladamos a Sevilla.

Glassing Monkey surge a las puertas de la crisis, ¿les afectó?

—No nos hemos enterado. Con la crisis la gente empezó a tener tiempo libre para el deporte y el surf empezó a popularizarse. Hace cinco años ibas a El Palmar y en un día con buenas olas éramos diez en el agua, hoy somos entre 300 y 400.

—¿Cómo se crea una tabla?

—En una tabla blanca, primero se procedería al shape –proceso de formado de la tabla– del núcleo, que se inicia con la introducción del diseño en la máquina de control numérico, y finaliza el shaper. Luego vendría la laminación, que es la adhesión de las capas de fibra de vidrio con resina de poliéster para endurecerlo e impermeabilizarlo. El siguiente paso consistiría en la instalación del sistema de quillas, sin el que la tabla no funcionaría; y por último llevaría el proceso de lijado, y la terminación final. Es un trabajo muy artesanal. De hecho, uno de los retos de la industria es la especialización de la mano de obra porque no hay ningún sector que nos pueda nutrir; o ya han trabajado en otras fábricas o los formamos desde cero. En la tabla no sólo influye la inversión en los materiales, también la mano de obra.

—¿Cuántas personas trabajan en la empresa?

—Entre los dos shapers, los dos glassers (laminadores), otros dos sanders (lijadores), el decorador, el encargado de poner las quillas, el diseñador gráfico y las responsables de administración, somos una decena de empleados.

—¿Cuántas tablas de surf fabrican al año?

—En torno a 3.000. Somos los fabricantes europeos que más producimos. La media está en 800 tablas.

—¿Qué marcas trabajan?

Tenemos cuatro marcas propias, Soul, que es la nuestra, Zero, Aloha y Ripcurl, y además damos servicio de fabricación a otra veintena de marcas. En el caso de Ripcurl somos la única empresa europea que tiene los derechos de fabricación. No es fácil que una marca de este nivel te dé los derechos porque los estándares de calidad que exigen son muy altos.

—¿Fue difícil posicionar Soul entre las marcas?

—El surf es un mundo muy marquista, demasiado. Conseguir hacerte un hueco es muy complicado porque la gente pone en stand by a las marcas nuevas. Tienes que hacer un gran esfuerzo para demostrar tu credibilidad y que tu tabla es buena en el agua, lo que lleva al menos un año. Nos costó mucho posicionarnos. Tuvimos que romper la barrera de ser nuevos, andaluces y sevillanos. Muchos decían que en Sevilla no hay olas, pero para fabricar para qué las quiero, cuando las mayores industrias están en Tailandia y China. Aquí por los menos somos surfistas.

—¿Cómo ha evolucionado Glassing Monkey?

—Durante los primeros ocho años hemos ido creciendo a un ritmo del 20 por ciento anual. Hace tres años duplicamos la producción y ahora continuamos creciendo. Facturamos en torno a 800.000 euros, que vamos a mejorar con la incorporación de una tienda física y otra online (www.surfmania.es).

—¿Han conquistado ya el mercado extranjero?

—Hemos vendido en Inglaterra, Francia, Italia, Portugal e incluso en Grecia, aunque este mercado ahora está paralizado. Las ventas al exterior suponen un 30 por ciento, pero tenemos que crecer más. Donde conseguimos poner el pie fuera, la aceptación de nuestro producto es muy buena. En España solo se busca el factor precio y no se miran las calidades.

—¿Por dónde pasa el futuro de la empresa?

—A corto plazo es trabajar otros materiales para la construcción de tablas, la mayoría procedentes del sector aeronáutico. El problema es que necesitamos materiales tecnológicamente buenos pero económicamente baratos. Otra meta es la captación de nuevas marcas internacionales.

—¿Existe el intrusismo en este sector?

—En 2010, las importaciones chinas destruyeron el mercado, sobre todo los precios. Traían un producto mucho más barato, aunque gracias a Dios la calidad no era buena. Nosotros teníamos una ventaja respecto a las importaciones: las tablas custom, que se hacen en función del cliente; pero en las fábricas de China no pueden personalizarlas. No se trata solo de los colores, también se tiene en cuenta el nivel del surfista, su complexión, el tipo de ola... También tenemos que lidiar con los talleres ilegales, que tiran los precios y no cumplen con la normativa medioambiental. No obstante, la calidad de los ilegales nos beneficia por que suele ser mala.

—¿Qué son los riders?

—Son los chicos que patrocinamos y pertenecen a nuestro equipo. Así estamos representados en la competición, nos da credibilidad como marca y nos permite desarrollar nuestros modelos de tablas.

—¿Alguno tiene posibilidad de competir en Tokyo 2020?

—Sí, Ariane Ochoa. Es una chica vasca que probablemente acabe siendo este año campeona de Europa.