Abdul Jeelani, el crack y el dandy

Talento puro en la pista, regaló a Sevilla su último año para ascender a la ACB. Educado, divertido, vividor y derrochador hasta quedarse en la calle

05 ago 2016 / 01:27 h - Actualizado: 05 ago 2016 / 01:27 h.
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  • Pesquera da instrucciones a Jeelani en un entrenamiento en la temporada 88-89. / Archivo El Correo de Andalucía
    Pesquera da instrucciones a Jeelani en un entrenamiento en la temporada 88-89. / Archivo El Correo de Andalucía

Abdul Jeelani moría este jueves, con sólo 62 años, después de una vida en la que tocó la gloria y conoció el infierno. Su enorme talento para el baloncesto le llenó los bolsillos de dinero, que despilfarró con la misma facilidad con que burlaba a rivales con sus movimientos de espalda al aro, ya fuera en la NBA, en la Lega italiana o en la ACB. Su última temporada (88-89) fue todo un regalo para el baloncesto sevillano, porque a pesar de que arrastraba una rodilla izquierda tan maltrecha que los médicos la consideraban inviable para el basket, fue clave para que el Caja San Fernando lograse el ascenso a la ACB, firmando unos play offs, ante Lagisa Gijón y Syrius Palma, absolutamente magistrales.

Abdul Jeelani (Bells, Tennessee, 10 de febrero de 1954) fue Gary Cole hasta que abrazó la religión musulmana. Jugó dos temporadas en la NBA, con los Portland Trail Blazers y los Dallas Mavericks, con la curiosidad de que fue autor de la primera canasta en el estreno de la franquicia tejana. Llegó a Italia en 1977 al Lazio Roma pero fue en Livorno donde se convirtió en el mejor jugador de la Lega, un ídolo y una de las grandes estrellas del baloncesto europeo, y como tal uno de los jugadores mejor pagados del momento (contratos de hasta 750.000 dólares). Llegó a España por Vitoria, al Saski Baskonia, y pasó al Askatuak antes de arribar a Sevilla. Todo alrededor de Jeelani era especial, diferente.

«Era muy, muy peculiar, pero tengo que decir que también muy honesto. A mí nunca me mintió, al menos en la faceta deportiva, porque su vida personal era para él», recuerda Alberto Pesquera, su entrenador en aquel Caja San Fernando que sólo tenía dos años de vida. Había dudas de su fichaje, no sólo por su estado físico, también porque en Italia hablaban de su coqueteo con las drogas. «Su agente era Miguel Ángel Paniagua, que también era el mío y confiaba mucho en él. Me senté con Abdul y me dijo que no podía entrenar cada día ni jugar algunos partidos, pero que no me preocupara, que él iba a ascender al equipo, que cuando llegara el momento, él lo haría».

Su autoestima era enorme, como su calidad. «Ha sido el mejor que he entrenado, y mira que he tenido a Brian Jackson, a Bingo... era otro nivel. Hoy en día sería una estrella absoluta en la ACB». El entrenador y sus compañeros aceptaron ese día a día en que Jeelani apenas aparecía. «Si acaso los viernes para hacer un poco de tiro», recuerda Chus Llano, uno de sus compañeros. Acabó promediando 25 puntos y 10.2 rebotes y partidos estratosféricos como ante Syrius con 43 puntos y 16 rebotes, equipo al que luego ganó el Caja la final por el ascenso. Clave en el recordado play off ante Lagisa. En Gijón, a falta de diez segundos, con uno abajo y tiros libres, se mostró en toda su dimensión. «Subió el balón como un base y le hicieron falta. Miro al palco. Allí estaba Miguel Ángel Pino. Levantó la mano señalando cinco. Volvió a mirar e hizo lo mismo. Anotó los tiros y ganamos. En la celebración le pregunté: ‘le estaba pidiendo 5.000 dólares al presidente’», recuerda Pesquera.

Jeelani era extrovertido, pero no tenía una relación especial en el vestuario. Eso sí, nunca estaba solo. Siempre bien acompañado. Frecuentaba un local de jazz, donde escuchaba su música bebiendo champán. Muchas veces vestía traje y pajarita. Extremadamente educado, acabó perdido en su vuelta a USA tras perder a su madre, víctima de un cáncer, a la que cuidó hasta el final. Acabó arruinado, sin casa, en comedores sociales. Allí lo descubrió un italiano del Livorno, y organizaron una recogida de dinero para ayudarle. Así volvió a Italia un par de años.

Volvió a su país. «Quiso perderse. Intenté contactar pero no quería. Así era. Le tendré un agradecimiento eterno porque me ayudó mucho, eran mis primeros pasos como entrenador. Y cumplió su palabra. Con la ayuda de sus compañeros, pero él ascendió al Caja cuando llegó el momento».