Manuel Díaz, cuando el amor por un escudo crea adicción

A sus 56 años, Manuel Díaz, presidente del Calavera desde abril de 2014, ha asumido los designios del conjunto sénior en una época sólo apta para tipos con carácter

18 abr 2015 / 12:51 h - Actualizado: 18 abr 2015 / 13:00 h.
"El Otro Fútbol","Tercera Andaluza"
  • Manuel Díaz posa junto al Centro Deportivo Calavera. / Carlos Hernández
    Manuel Díaz posa junto al Centro Deportivo Calavera. / Carlos Hernández

Es, en esencia, el Calavera CF. Manuel Díaz Domínguez (Sevilla, 9-8-1958) representa la simbología de una entidad en la que aterrizó en 1977 y en la que ha asumido las funciones de entrenador, presidente, delegado y jugador. Su cuidada y canosa melena y su rostro de tipo afable se han familiarizado en la vida diaria de un club que en los años 40 militó en la antigua Tercera División e intervino en el extinguido formato de la Copa del Generalísimo. 70 años después, el CCF trata de conservar el prestigio de antaño con su labor formativa de cantera y su emblema, el conjunto sénior, en Tercera Andaluza, un torneo del que, salvo milagro, se despedirá. La dimisión del anterior técnico, Antonio Silva, ha propiciado que Díaz, calaverista hasta el tuétano, haya asido la pizarra y el reto de dirigir al equipo de su vida en las seis últimas semanas de Liga. «He salido al ruedo porque había que hacerlo», confiesa.

El carismático preparador, que el próximo mes de agosto cumplirá 57 años, debutó el pasado domingo con una meritoria igualada ante uno de sus más directos rivales en la pugna por esquivar el peligro el pasado estío, el Demo de José Antonio Izquierdo. El ‘9’ Álex Garrido, que retornó a su hogar después de rellenar el macuto en verano para unirse al Brenes Balompié de José Antonio Arias, fue el autor del 1-0 en el minuto 53. La alegría apenas se prolongó 16 minutos, el tiempo que invirtió el cuadro de San Jerónimo en pactar la ‘X’. Sintomático. «Es la quinta o la sexta vez que cojo al equipo. Hablo de memoria», asegura con el tono de voz sosegado que le caracteriza. «Como jugador logré dos ascensos aquí y como entrenador otros dos –ambos a Primera Provincial–, pero la actual es una situación diferente», admite mientras a su alrededor suena el susurro de los cientos jóvenes que acuden a diario a la Calle Hespérides.

El Calavera ha conservado la pasión por un color, el negro, que fue símbolo de la rebelión de los modestos en la Sevilla de los felices años 20, en los que los encuentros ante el Triaca, un histórico que languideció en pleno XXI, eran sinónimo de fiesta popular. Sin embargo, el Calavera mantuvo el tipo tras los conflictos de la Guerra Civil y, en la década de los 40, ascendió a Tercera División. El ADN calaverista se graba en los huesos de Manuel Díaz, Manolito para el globo futbolístico. «Había que tirarse al ruedo. El equipo lo necesitaba y no lo dudé. Se lo propuse a la directiva y como a la mayoría de la gente del club le pareció bien tiré hacia adelante», subraya. Su mujer, colaboradora abnegada en los años de la calculadora de dos dígitos, tampoco censuró su idea. «Me comentó que viese lo que hacía», señala con la sonrisa socarrona de quien sabe que se ha enfundado el traje ignífugo. «Los chavales me han recibido bien», presume alguien que para muchos de aquellas generaciones de los 60 y los 70 fue casi un padre. «Con algunos ya había coincidido en otras épocas y eso ayuda», dice.

La última ocasión en la que Díaz asumió los designios del primer plantel fue en la campaña 2009-10, en la que adiestró a algunos de los jugadores que hoy son un emblema en la Calle Hespérides, los Eli, Gerardo o Álvaro. «Ellos también me han recibido muy bien», espeta. En aquel momento, curiosamente, relevó a Manuel Vela, actual responsable del Infantil A de la entidad. Hombre de palabra y de principios, Manuel Díaz ejerció el encargo de reflotar al sénior por una sencilla y atronadora cuestión de honor. «Podía haber encontrado a un entrenador, pero no quería cerrar nadie sin tener la certeza absoluta de que el elegido, por cuestiones diversas, pudiese continuar el año que viene», expone.

Las matemáticas y las estadísticas son sus enemigas números uno, aunque en su discurso la palabra descenso no es tabú. «Esa no es la cuestión. Yo decidí dar el paso por otras razones. Había que estar en ese momento», razona. El domingo, aunque sólo sea por unas horas, aparcará la función de presidente que asume desde abril de 2014 para recoger la pizarra y dirigir al Calavera de su alma ante el colista. La mejor oportunidad de que Manolito, el tipo que jamás abandonaría al club de su vida, sonría nuevamente en un banquillo. Una cuestión de amor indestructible.