Es un tipo especial. De una naturaleza peculiar y con un corazón de guerrero nato. Iván Casas López (Zúrich, Suiza, 8-7-1990) protagonizó en Utrera un episodio de fidelidad a un escudo y de compromiso con un grupo. El cancerbero del Cabecense, el único de la plantilla que dirige Manuel Luque a causa de la grave lesión de Revuelta, intervino en el encuentro ante el Utrera apenas 72 horas después de enterrar a su padre y confidente, que falleció el pasado martes 14 de febrero de una parada cardíaca fulminante.
El arquero fue informado del óbito mientras entrenaba a los benjamines del Cabecense, su Cabecense del alma. «Siempre quise jugar aquí», relata con un recuerdo cariñoso hacia su progenitor, un fiel espectador en los entrenamientos y encuentros de Liga del Cense. La plantilla rojinegra, el cuerpo técnico y la directiva al completo, cuya plana mayor se desplazó al lugar del deceso para acompañar al cancerbero, evitaron que Iván soportara el momento del duelo en soledad. El sepelio se celebró el jueves y el guardameta, puro corazón, acudió a su cita habitual para completar el entrenamiento previo al partido ante el Utrera. «Es un tipo de otra pasta», presume el director deportivo y hombre de carisma en el Carlos Marchena, Jesús Valladares.
El meta aceptó la titularidad en el choque ante la formación del San Juan Bosco y soportó estoicamente el minuto de silencio escoltado por sus compañeros. «Fue un momento duro y hubo algunos instantes en los que me apeteció llorar, pero supe que mi padre no querría verme así en un campo de fútbol y aguanté», rememora apenas unas horas después de haber sentido en su propia piel la solidaridad y la soledad del fútbol, un deporte adictivo para aquel chico de 16 años que aterrizó en la pedanía ugiense de Marismillas y que hoy es el portero del Cabecense. Un hombre de una raza especial. La de un guerrero nato.