El orden cigarrero de sufrir para disfrutar

Iñaki Alonso @alonsopons /
h - Actualizado: 14 abr 2017 / 00:02 h.
"Cofradías","Jueves Santo","Las Cigarreras","Semana Santa 2017"
  • El paso de Jesucristo atado a la columna, rodeado por la multitud./ Jesús Barrera
    El paso de Jesucristo atado a la columna, rodeado por la multitud./ Jesús Barrera
  • La Virgen de la Victoria./ Jesús Barrera
    La Virgen de la Victoria./ Jesús Barrera

«Para disfrutar hay que sufrir». Carlos Villanueva arengaba a los suyos subido sobre uno de los escalones del edificio principal de la Fábrica de Tabacos, en uno de los pocos puntos de sombra del recinto interior de la antigua tabacalera. Casi a modo de bronca, exigía a los suyos, la cuadrilla del misterio de Columnas y Azotes, ese plus de saber soportar las dificultades que vivió su Jesús, maniatado y flagelado antes de su crucifixión. Quedaban 70 minutos para que la Cruz de Guía saliera, pero el capataz, de una saga familiar junto al martillo y dicen que con sangre cigarrera, quería poner en orden a su tropa bajo las trabajaderas, para que llevara a la práctica eso de apretar los dientes y «ser buenos compañeros, solidarios con la persona que tiene al lado».

Arengas aparte, el calvario estaba asegurado. Al sopor imperante durante toda la Semana Santa se sumaba un inicio de discurrir de la hermandad que no era fácil, minado de plazas y calles duras con mínimo resguardo. Ni el anuncio de temperaturas más livianas –no era el bochorno del Miércoles Santo, pero la brisa seguía siendo imperceptible para los que, como marca la tradición, iban de riguroso luto, sea de mantilla o de chaqueta, imaginen los nazarenos– ni la peatonalizada y animada Asunción servían de bálsamo. Y más a las tres de la tarde. Tanto es así que, pese a la multitud, no hizo falta los afamados aforamientos en el interior de la fábrica de Tabaco. Las vallas las formaban, imaginariamente, las zonas de sombra que conformaban los árboles del recinto cigarrero. Los más mayores, aposentados en los gastados bancos a un lado de la capilla. Con sus andadores o muletas a mano, contemplaban el goteo de nazarenos con sus antifaces de raso morados entrando en la capilla. Al otro lado, cuatro mujeres preferían posponer su batalla de tacones y mantilla aposentándose en unas escaleras a la espera de la llegada del Señor. Y los músicos, dos de las tres bandas de Las Cigarreras, afinando instrumentos bajo la buena sombra de los abetos.

Quien no aguardaba allí, saciaba el gaznate en la ruta de bares, ingeniando su propia fórmula de evitar insolaciones. Pero eso era otra historia. La realidad es que el barrio despertó de la mano de la banda de cornetas y tambores Sagrada Columna y Azotes, que desperezó al personal al son de Centuria Romana. Ya no se escogía sol y sombra, sino Cigarreras. El portalón se abrió un minuto antes y la hermandad cigarrera hizo su particular carrera oficial por sus orígenes. Ese camino que discurre desde la capilla, bordear la rotonda y encarar la puerta de entrada de la fábrica hasta encauzar un tramo de la calle Juan Sebastián Elcano y revirar hasta Virgen de la Victoria.

Las Cigarreras es una hermandad: de brío y animosa en su barrio; clásica y sobria una vez que surca el puente de San Telmo. Qué pena que el pésimo estado de conservación, como de lugar abandonado de la mano de Dios, de la Fábrica de Tabacos no contribuya a los sobrados y merecidos intentos de lucimiento tanto en la entrada como en la salida.

Casi en un suspiro, Jesús atado a la columna hacía acto de presencia, no sin antes ser precedido por un tramo invisible de monaguillos –sólo se veían a padres y familiares–. El poderoso misterio volvía a incorporar otra novedad. Un último detalle para completar esa renovación que iniciara Navarro Arteaga en 1996, con la sustitución de todas las figuras secundarias e incorporar un romano más: la presentación de los dos romanos flagelantes con unas cotas más fieles a la realidad histórica, del taller barcelonés de Jorge Mambrilla y no con las de cuero que lució hasta ahora.

La nueva vestimenta le daba un aire más sobrecogedora a esta escena del castigo al Señor, que abandonaba lentamente su casa, primero con Virgen de la Victoria, dejando la Banda de Cornetas y Tambores de Nuestra Señora de la Victoria para después Azotes. Poco después, con el misterio en la calle Virgen de la Victoria, el palio irrumpió con salve dentro de su capilla, acompañado con las voces de los pocos hermanos que quedaban. Una salida sobria de una Virgen que lucía la misma indumentaria que llevara en 1929 y a la que sólo le falta que le pongan fecha a la ansiada coronación. Se habla de 2018. Mientras, la corona está forjada de aplausos, los que la dolorosa se llevó al finalizar la Marcha Real. Ahí tocó el turno para lucirse a la Banda de Música de Las Cigarreras, que bajo la dirección de José Manuel Toscano –40 años de música ya es decir– escogió una de su repertorio de más de 170 marchas para alejarse: Corpus Christi.