Y ahora... ¿qué?

Una legislatura fallida, dos elecciones generales y muchas investiduras negativas. El año político ha sido el más intenso de la historia democrática, y cuyas consecuencias, con el espectro político aún más polarizado, no se harán esperar. España vive un auténtico proceso de permuta del régimen general democrático. Aquí las claves.

30 oct 2016 / 20:40 h - Actualizado: 31 oct 2016 / 07:09 h.
"España sale del bloqueo","Mariano Rajoy"
  • El hemiciclo, completamente vacío, a la espera de una legislatura que, ahora sí, avanza.
    El hemiciclo, completamente vacío, a la espera de una legislatura que, ahora sí, avanza.

Hace unos tres años, Pepe Gotera y Otilio entraron en el Congreso. No como fichajes estrella de un nuevo partido multicomprensivo, sino como frangollones encargados de arreglar unas filtraciones en la techumbre. Enfoscando, enfoscando, que es gerundio, los andobas taparon el penúltimo vestigio de la Transición patria: donde los balazos del bigotudo Tejero colocaron –y ahí sigue– una hortera rejilla de ventilación. El adiós a varios de esos orificios pasó sin pena ni gloria, pese a que durante tres décadas horadaron el cielo del Palacio de la Cortes en acertado honor al recuerdo de aquel tan democrático día.

Y de un golpe, no de palustre sino de abstención, ayer cayó el último bastión. El de la identidad del único partido de índole nacional que se mantenía vivo –y podía decirse que íntegro- desde el citado lapso postfranquista. El PSOE entregó la llave útil de las Cortes Generales a su más acérrimo rival, a un contrincante al que no le ha hecho falta negociar, ni ceder en sus obstinadas posturas para llevarse el gato al agua. No ha hecho falta, siquiera, plantear alternativas de líder pese a estar cercado por feos asuntos corruptos y palmaria inoperatividad ejecutiva. Con lo anterior, la abstención socialista abre la puerta de un tiempo nuevo: una legislatura inexplorada cargada de aristas.

1. ‘Majestic’, el precedente de un gobierno en minoría

Rajoy acaba su último discurso antes de recibir el definitivo apoyo del Congreso con un claro «sin que sea un cheque en blanco, solicito la confianza de la Cámara». El líder popular, una vez salvada la legislatura de la repetición electoral, se aventura a un gobierno en minoría, pero no será el primero. El precedente es el de su antecesor al frente de partido, y por ende, de un Ejecutivo conservador, José María Aznar. En la primera de sus dos legislaturas –con Rajoy de ministro–, y tras 14 años de los socialistas en la Moncloa, el PP se hizo con la investidura a la primera tras el Pacto del Majestic –junto a nacionalistas catalanes y vascos– que además le permitió sacar adelante cada presupuesto hasta agotar los cuatro años de mandato.

Rajoy no lo tendrá tan fácil. En un país necesitado de reformas, que serán exigidas desde patronal y sociedad civil, el PP no se destaca por tener una cintura ágil proclive al consenso. Legislar en minoría requiere de un esfuerzo negociador ingente, de inicio y con urgencia, en materias de educación, empleo, territorialidad, Consititución, déficit público y pensiones, en las que sus propuestas distan diametralmente del resto de la Cámara.

El posible apoyo de Ciudadanos será crucial, aunque no definitivo. Está por ver la actitud del PSOE tras «entregar» el Congreso.

2. Rajoy podrá convocar nuevas elecciones el 3 de mayo de 2017

Tras ser investido ayer, Rajoy tendrá que permanecer al menos 185 días al frente del Ejecutivo para poder volver a convocar comicios generales, según dicta el artículo 115.3 de la Constitución. Eso podría suceder el 3 de mayo de 2017, y siempre y cuando, el líder popular considerara inviable legislar con garantías al estar en minoría. No se trataría, en ese efecto, de una legislatura fallida, como sí ocurrió con la pasada –XI Legislatura- que apenas superó los cuatro meses de vigencia.

El primer escollo de importancia que habrá de superar Rajoy serán los Presupuestos Generales del Estado. Ya en el discurso de apertura de la sesión de investidura del pasado miércoles solicitó «acuerdos» para aprobar las cuentas de 2017, que apremian dada la orden de Europa y la imposibilidad de prórroga. El Ejecutivo de Rajoy pretende que estén en vigor ya en enero. Harina de otro costal serán los de 2018, que habrán de negociarse en el último tramo del próximo año. Con el PP en minoría, conseguir apoyo parlamentario se antoja difícil. En la práctica, que no por mandato constitucional, cuando un gobierno no consigue aprobar el presupuesto, lo habitual –y ético– es anticipar elecciones.

Para lanzar la investidura y trabajar ya en la cuestión presupuestaria, Rajoy busca acelerar los plazos. Jurará su cargo ante el Rey antes de noviembre y nombrará ministros el próximo jueves. Tiene algún tiempo a favor, gracias a la desestructuración del PSOE. La necesidad que tiene el histórico partido de la rosa de rearmarse y frenar la sangría de simpatías, hace que no barrunte, por ahora, el nubarrón de la legislatura corta.

3. Un PSOE descosido cerrado por reformas

Tras 137 años y una dilatada trayectoria democrática en España, el PSOE vive su particular annus horribilis. Dos elecciones consecutivas cosechando sus peores resultados desde el franquismo, cercado por una nueva fuerza que le ha robado casi todo el voto joven y otros muchos apoyos en distintos tramos de edad y sucumbiendo, casi obligado por el abismo de terceras elecciones, a entregar su valiosa abstención al rival contrario en el arco ideológico. Mal fruto hay que esperar de esta nefasta cosecha. El partido que fundara Pablo Iglesias Posse el tipógrafo, se enfrenta a un complejo proceso de refundación: en manos de una gestora, un conflicto reciente y a la espera de lanzar una cruenta carrera por la Secretaría General.

Si lo anterior no es ya suficiente, el PSOE también se rompe por Cataluña. Tras años de cierta discrepancias al respecto de la cuestión territorial, tapada con muchos eufemismos, este parece el momento de la ruptura total con el PSC, el «partido hermano catalán», que realmente se trata de una fuerza asociada –ocupa la referencia socialista en Cataluña-. Hablamos de la segunda potencia en el Comité Federal, en militantes y granero de votos tras la federación andaluza ante la que la dirección tendrá que tomar una decisión tras su rebelión masiva en la investidura de Rajoy: todos sus diputados electos votaron no desoyendo el dictamen del Comité Federal, rompiendo la disciplina de voto.

4. El debate está servido, ¿quién lidera ahora la oposición?

El Congreso de los Diputados ha enterrado –por el momento– la pugna del «todos contra Rajoy» y ha abierto la lucha sin cuartel por el liderazgo de la oposición. Podemos, con el dedo en la llaga socialista, reivindica el lugar que habitualmente corresponde al segundo partido más votado, y que en situaciones anteriores, en el contexto bipartidista, no ofrecía discusión. La débil situación del PSOE, cautivado por su propia abstención, abre la puerta a las reivindicaciones podemitas, y tendrá que recuperar el primer lugar en la pelea parlamentaria a base de redoblar su oposición al gobierno ya lanzado, con su ayuda, de Mariano Rajoy.

Esta pelea, que estará vigente durante toda la legislatura de cara a armar apoyos para los siguientes comicios, beneficiará sin duda a un Partido Popular que gana con la fórmula del divide y vencerás, y que además, cuenta con un socio que ha votado sí a su investidura y que está aún más deslegitimado para plantear discrepancias con su gobierno, Ciudadanos. El partido naranja ha pasado de firmar un pacto sin salida con el PSOE a lanzarse a los brazos de Rajoy, convirtiéndose en rehén del PP y de las políticas que aplique.

El contexto no es precisamente proclive para un bloque fuerte y conjunto de toda la oposición para plantar cara al desarrollo del Ejecutivo popular, ni mucho menos, para plantear sobre la mesa propuestas necesarias como la reforma de la Constitución o de la Ley Educativa, por citar dos ejemplos que los tres partidos –PSOE, Podemos y Ciudadanos– están de acuerdo en afrontar.

5. Desconfianza ciudadana, aún más

Mientras sus señorías votaban en la sesión de investidura, una multitud –6.000 según la Policía y 100.000 según los organizadores...– rodeaba el Congreso en protesta por la entrega del gobierno a Rajoy. Ya sea una u otra la cifra, o ninguna de las dos, esta era la representación de una porción de la sociedad española, dividida al extremo en distintos bloques casi compactos como hacía años no se veía, aunque con un denominador común: la desafección. La ciudadanía ha observado con estupor cómo se han repetido elecciones por puro tacticismo hasta llegar a un acuerdo de mínimos, sobre la bocina y fruto de un duro conflicto interno en el partido con más historia democrática. La ruptura con el bipartidismo, que parecía acercaba más al pueblo al contexto político, ha sido también sinónimo de polaridad y de aún más crispación, sin que se palie la falta de confianza hacia los dirigentes.

La consecuencia directa de este proceso de animadversión hacia la clase política, fruto también de la corrupción, el desatino gubernativo y otras lacras, es palmaria en los grados de abstención en los distintos procesos electorales, a lo que no ha ayudado la repetición sistemática de las convocatorias al voto.