En determinadas ocasiones, sin casi esperarlo, el misterio llama a la puerta del investigador. En su largo peregrinar por la geografía nacional en busca del misterio hay veces, aún hoy, que siempre hay que dejar un lugar para la sorpresa. Tras un ciclo de conferencias en la FNAC de Sevilla, impartido por este que hoy le guía por las calles de esta ciudad de embrujo y encanto, un joven acompañado de su padre se acercaba y preguntaba abiertamente: “¿Investigáis edificios encantados?” Junto con un compañero me apresuré en contestar: “Sí, de hecho es el campo por el que en estos últimos años hemos demostrado un mayor interés pese a que hoy hemos hablado de profecías”. Ambas personas parecían inquietas, sujetas a una tremenda presión nerviosa, se mostraban sudorosos, temerosos. “Queremos que vengáis con nosotros a un lugar donde nos están ocurriendo cosas muy extrañas. No queremos lanzar conclusiones ni decir que está pasando allí aunque las ideas acerca de ello las tenemos muy claras. Si estudiáis casas encantadas el lugar os llamará poderosamente la atención”. Con tal carta de presentación los investigadores concertaron una cita para el siguiente día, sobre todo debido ya a la hora, para visitar tan misterioso lugar.
Sobre las 18:30 horas de un nuevo amanecer se dieron cita en la sevillana, y anteriormente mencionada, Alameda de Hércules, en su remozado pavimento y los secretos que guarda este ilustre lugar de la capital hispalense ambos se preguntaban donde les llevaría, en esta ocasión, los inescrutables hilos del destino en busca del misterio. A la hora convenida padre e hijo aparecieron conduciéndoles por las cercanías a un lugar muy concreto. Allí, en una calle cercana estaba nuestro destino conforme con la arquitectura de los edificios circundantes, de no demasiadas plantas, de sevillano blanco resplandeciente sus paredes.
Al llegar a nuestro destino otros jóvenes acompañados por sus padres aguardaban en un lugar cercano al centro y allí se nos comenzó a relatar cómo el terror y el miedo se ha apoderado de muchos de ellos. Y en su interior todo un rosario de fenómenos inexplicables: Ruidos extraños, presencias, susurros, bajadas de temperaturas, movimiento de objetos y un sin fin de fenómenos extraños parecen haberse instalado en este lugar minando la racionalidad de aquellos que acuden a diario a sus aulas con el ánimo de aprender.
Carmen R. tuvo una extraña experiencia cuando se encontraba en la biblioteca: “Estaba estudiando para un examen de filosofía, trataba de concentrarme, no tenía claros algunos filósofos. Entre el silencio que había en aquella aula comencé a sentir como alguien me siseaba, levanté la cabeza pero allí no había nadie, estaba yo sola en ese momento, seguí estudiando y nuevamente me comenzaron a sisear, pasé de distraerme pero algo sentí, como si alguien me pasara un dedo helado atravesando mi espalda de hombro a hombro, aquello hizo que me encogiera y me pusiera nerviosa, entonces fue cuando el bolígrafo que tenía frente a mi comenzó a rodar sólo hasta el otro lado de la mesa, cuando se detuvo se reventó la tinta. Aquello fue tremendo. Salí corriendo en busca de una amiga a la que le conté lo que me había pasado y decidimos mejor guardar silencio y preguntar a otros compañeros si habían tenido también alguna experiencia extraña en el colegio”.
Y las encontraron. Nerviosa, inquieta, temerosa nos presentaban a Isabel L. una chica de buenas notas y seriedad intachable. La experiencia que nos iba a narrar sin dudas es para detenerse y tranquilizarse, entrecortadamente detallaba: “Estaba en clase, acabando de recoger mis cosas, cuando casi había acabado la puerta se cerró sola, pensé que tal vez el aire podía haberla cerrado, me extrañaba porque la puerta es pesada pero bueno. Recuerdo que la señorita (profesora) había borrado la pizarra antes de salir y las luces estaban apagadas, entonces fue cuando las luces se encendieron solas. Eso me puso un poco nerviosa porque las luces se encienden desde dentro, aquellas luces se apagaban y encendían vertiginosamente, entonces algo comenzó a mover la papelera, se movía sola...” Isabel en este punto del relato comienza a llorar. Tratamos todos de calmar a la joven y tras unos instantes, prosiguió: ”Aquella papelera se estaba moviendo lentamente sola, aquello me puso fatal y entonces en la pizarra se comenzó a escribir mi nombre, solo ponía: Isabel, Isabel, Isabel”. Fue demasiado. Borré mi nombre de la pizarra y le pedí a aquello en nombre de Dios, por caridad, que me dejara salir, que me dejara escapar, que yo no había hecho nada y que me dejara irme. Las luces dejaron de encenderse y apagarse, la papelera dejó de moverse y las tizas cayeron de la pizarra. Entre lágrimas vi como la puerta se abría sola y salí corriendo tan veloz como pude. Fue horrible, espantoso, no lo olvidaré mientras viva”. Y es que a nadie, en la situación de Isabel, les gustaría vérselas a solas con algo que es capaz de atemorizar de esta forma. Isabel L. nos preguntaba: ”Si es capaz de mover objetos y alterarnos de esa forma... ¿Qué sería capaz de hacernos?” Y este investigadro añadiría una pregunta más a sus libros de consultas sin respuestas.