Jardines palaciegos

Palacios como Las Dueñas o la Casa de Pilatos guardan escondidos en su interior ‘jardines secretos’

13 ago 2017 / 11:45 h - Actualizado: 13 ago 2017 / 11:45 h.
  • Árboles y flores en un patio interior del Palacio de las Dueñas. / El Correo
    Árboles y flores en un patio interior del Palacio de las Dueñas. / El Correo

Sevilla, como muchas ciudades medievales meridionales, apenas si tenía árboles en el viario de su caserío. De ahí que cuando en una calle o una plaza hubo alguno, ese enclave tomara de él su nombre: la calle Peral o la plaza del Pumarejo lo testifican. Sin embargo la frondosidad y hasta los cultivos existían en el interior de recintos palaciegos monacales o vecinales y, a pesar de los grandes cambios que se han operado, aún perduran algunos en el casco histórico sevillano.

La visión que, a pie de calle, este ofrece al viandante en su sector norte y este, por ejemplo, es la de una ciudad cuya flora se limita exclusivamente a la que, a principios del siglo pasado, se plantó en las aceras y en las plazas; pero esto cambia sustancialmente cuando la visión se realiza desde la altura, por ejemplo, desde las terrazas de las Setas de la Encarnación.

Desde allí el ocre extenuante de los tejados y el blanco o el albero de las azoteas se ve salpicado por brotes de vegetación, algunos de ellos de considerables dimensiones. Esos son los jardines secretos que siempre estuvieron en la ciudad pero que raramente se mostraron.

En una simple ojeada por los de los recintos nobiliarios (dejaremos los conventuales para otra ocasión), casi a los pies de ese observatorio tan privilegiado como el del Diablo Cojuelo de Vélez de Guevara, emerge una gran mancha verde que se extiende en derredor de un edificio con cúpula mudéjar. Son los jardines del Palacio de las Dueñas.

Aunque Antonio Machado los resumiera en dos versos, forman en realidad un conjunto muy diverso. El que se abre tras pasar la puerta de la calle Dueñas, con sus hermosos naranjos enmarcando el muro del palacio, cubierto enteramente de vegetación, seguramente es uno de los más bellos patios de carruajes de España. Pero los verdaderos jardines de recreo con sabores entre andalusíes y románticos se encuentran en el costado este del inmueble, donde también se alza –formando, prácticamente, parte de ellos– la vivienda en la que nació el poeta.

Ya en las cercanías de la Puerta de Carmona tenemos dos ejemplos de jardines secretos dentro de una misma casa, la de Pilatos, el palacio que creó el estilo renacentista andaluz y exportó a España y al mundo los cánones del neomudéjar.

Los dos jardines de la casa de los Ribera son pequeños pero singulares cada uno en su estilo. El primero, a la derecha de la entrada de carruajes, su inusitada frondosidad le confiere misterio y con las piezas arqueológicas diseminadas artísticamente por su extensión adquiere aires del Bomarzo florentino.

Al segundo se accede por el fondo del patio principal. Su vegetación está dispuesta geométricamente en derredor del quiosco o cenador que se alza en el centro y que alberga en su interior lo que alguien podría imaginar el altar en el que Hércules depositó su escudo y su maza. Las armas, sin embargo, pertenecieron a la Atenea del patio: adiciones posteriores a su figura original de las que, con buen criterio, se la despojó y que, dispuestas así adquieren el carácter de reliquias románticas.

Volviendo la vista hacia el Nordeste, por donde se alzan las torres o alminares de San Marcos y San Román y en la línea de donde se encontraba la Puerta del Sol sevillana, se halla la casa-palacio más pequeña y más antigua de Sevilla, la llamada del Rey Moro que tuvo una gran huerta de la que, andando el tiempo, no quedó más que la noria. Quizás para compensar esa desgracia, la justicia poética hizo nacer allí, hace años, un puñado de huertos urbanos que aparecen ante los ojos del paseante inadvertido como salidos de las pinturas de Fra Angelico. Son un raro ejemplo de jardines de un aristócrata que, andando los siglos y contradiciendo a quienes solo ven en la Transición un enjuague, acabaron siendo un falansterio del socialismo utópico.