La ‘Venta de los Gatos’

Las leyendas en Sevilla pueden tener como protagonistas a anónimos ciudadanos de ésta ciudad o, a personajes como Gustavo Adolfo Bécquer

06 mar 2016 / 12:47 h - Actualizado: 06 mar 2016 / 12:54 h.
"La aventura del misterio"
  • La ‘Venta de los Gatos’

La Venta de los Gatos estaba en el camino al cementerio, desde La Macarena, en la Avenida de Sánchez Pizjuán, y estaba allí desde el siglo XVII, muy cerca del río –en la época- y hasta allí iba mucha gente a tomar el sol, pasar la tarde o disfrutar del paraje verde y frondoso. Sin embargo fue Gustavo Adolfo Bécquer el que popularizó el lugar en 1854. Allí un chico se quedó prendado de una jovencita, sacó papel y lápiz y le hizo un hermoso retrato que luego regaló al novio de la chica. Agradecido éste le contó que la joven la había recogido en su casa su padre, el dueño de la venta, de la Casa Cuna y que con el tiempo había nacido entre ellos el amor. La chica se llamaba Amparo.

Bécquer estuvo unos años en Madrid y al regresar quiso pasarse por aquel lugar quedando desagradablemente sorprendido al ver como se había transformado en un lugar gris, de negro luto, por la proximidad del cementerio de San Fernando recién construido. Allí ya no había niños jugando a la gallinita ciega ni jóvenes columpiándose de los árboles, sino cocheros y sepultureros...

Bécquer entró en la venta y preguntó por el joven y por Amparo, y el tendero le contó su triste historia: dos caballeros de Sevilla llegaron una tarde a la «Venta de los Gatos» preguntando por la chica, el tendero les dijo que era su hija, tal y como la había criado sintiendo veneración por ella, aquellos caballeros le dijeron que era el fruto de una relación prohibida y que ahora, años después, su familia la reclamaba.

De nada sirvió que les comunicara el enlace entre los dos jóvenes... Su madre natural, adinerada, quería una boda con alguien importante para la joven y así lo dispuso.

Su madre no la dejaba salir, la aisló del mundo creyendo que así olvidaría su anterior vida a favor de una de mayor privilegio y comodidad... Pero a chica languideció, perdió la alegría y la salud. Ambos jóvenes morían día a día de pena... Él mirando aquella carretera por la que la vio alejarse y que ahora sólo veía coches fúnebres y familias rotas de dolor, y ella mirando por aquella ventana al verde jardín que tanto le recodaba a su amor y a aquella «Venta de los Gatos».

Un día el joven contempló a una acaudalada familia enterrando a un familiar fallecido... Antes de cerrar la tapa de aquel féretro vio el rostro de una joven... ¡Era Amparo! Había muerto de amor y de pena. El chico cayó al suelo, todos acudieron a reanimarlo y cuando al fin recobró el sentido descubrieron que había perdido para siempre la razón.

Quedó recluido en su habitación donde de vez en cuando se le escuchaba cantar:

«En el carro de los muertos,

la pasaron por aquí,

llevaba una mano fuera,

por eso la conocí».

Y nuestro Gustavo Adolfo Bécquer lo inmortalizó así en sus eternas palabras:

«Figuraos una casita blanca como el campo de la nieve, con su cubierta de tejas rojizas las unas, verdinegras las otras, y entre las cuales crecen un sinfín de jaramagos y matas de resedas». «Por último, llegué al ventorrillo; lo recordé más por el rótulo, que aún conservaba escrito con grandes letras en una de sus paredes, que por nada; pues en cuanto al caserío, se me figuró que hasta había cambiado de forma y proporciones. Desde luego puedo asegurar que estaba mucho más ruinoso, abandonado y triste.»

Refiriéndose a esta «Venta del Gato» que como en la Vida tuvo Amor, desconsuelo y muerte.