Leyendas y más leyendas sevillanas

En diciembre encontramos algunas de las más hermosas leyendas sevillanas que podemos encontrar como parte del acervo cultural de esta tierra. Repasamos algunas

27 nov 2016 / 21:46 h - Actualizado: 28 nov 2016 / 08:00 h.
"La aventura del misterio"
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Abandonado en próximas fechas el mes de noviembre, se inicia el último ciclo del año, diciembre, y dentro del mismo mes de cierre de año encontramos algunas de las más hermosas leyendas sevillanas que podemos encontrar como parte del acervo cultural de esta tierra. Repasamos a continuación algunas de las más intrigantes y llamativas.

DOÑA MARÍA CORONEL

Pocos en Sevilla no han escuchado hablar de la momia de Doña María Coronel y su trágica historia. Un personaje real de Sevilla cuya vida parece más sacada de la ficción que de la propia realidad. Vivía en la esquina de la calle Arrayán con la calle Feria y pertenecía a una influyente familia sevillana, aún quedan parte de sus restos en el actual Palacio de los Marqueses de la Algaba bajo la administración pública.

Su nombre completo era Doña María Coronel Fernández y pronto contrajo matrimonio con un caballero que estaba emparentado con la casa real de Aragón, don Juan de la Cerda. Con el levantamiento de los Trastámara contra el rey Pedro I, éste se unió a la causa rebelde aportando dinero, soldados y todo cuanto hizo falta. Su tragedia, la de Juan de la Cerda, es que cayó prisionero en la contienda y el rey mandó decapitarlo.

El tiempo pasó y Doña María Coronel vivía tratando de administrar los bienes que no habían sido confiscados por el rey; y Pedro I tuvo conocimiento de la joven y bella viuda del caballero de la Cerda; quedó prendado de ella, enamorado y fuertemente atraído, así que comenzó a acosarla, a perseguirla... Pero Doña María Coronel lo rechazaba sistemáticamente y huía de él.

Huyó a casa de sus padres en la calle Arrayán, pero el rey se enteró de dónde estaba y decidió asaltar la casa y secuestrarla. Doña María sintió el alboroto y huyó por la puerta que daba a la iglesia de Omnium Sanctorum y de allí a la calle Feria, rodeó la Laguna –que es la zona de la Alameda- y fue al convento de Santa Clara a pedir refugio.

Las monjas la escondieron en una zanja en el jardín que cubrieron con hierbas y tierra sobre unas tablas. A la mañana siguiente llegó el rey, cuentan las crónicas que las monjitas narraron cómo sobre la tierra que colocaron sobre aquellas tablas que cubría la zanja crecía la hierba y las flores, un milagro... El rey no pudo descubrirla, pero sospechaba que allí se escondía y no tardó en regresar y cogerla desprevenida comenzando a perseguirla por todo el convento... Quería llevársela al Alcázar a la fuerza...

Al pasar por la cocina, Doña María observó una sartén que tenía aceite hirviendo y optó por echárselo en la cara para que se la desfigurara horriblemente... El rey, al entrar en la cocina, contempló la dantesca imagen que él había provocado y quedó perplejo y con un gran sentimiento de culpa.

Pedro I mandó llamar a la abadesa del convento y ordenó que la cuidara así como le pidió que fuera atendida, que él concedería a Doña María todo lo que desease.

Se recuperó, no así sus marcas por quemadura, y pidió al rey el solar de su casa en las cercanías de la iglesia de San Pedro y allí fundó un convento, el convento de Santa Inés del que fue priora. Al morir fue enterrada en el coro y en el siglo XVI se encontró su ataúd contemplando con asombro cómo sus restos estaban incorruptos, así que fueron colocados en una urna de cristal.

Desde entonces, el día 2 de diciembre de todos los años se puede contemplar su cuerpo en la iglesia de Santa Inés.

MAESE PÉREZ EL ORGANISTA

¿Has escuchado alguna vez la leyenda del espectro de Maese Pérez de Gustavo Adolfo Bécquer? No nos resistimos a dejar de contarla porque muchos son los que buscan su fantasma aún en el viejo convento de Santa Inés. Había en un convento sevillano, llamado Santa Inés, un famoso organista llamado Maese Pérez, al cual iba a escuchar toda Sevilla. Un año, la misa del Gallo se retrasa porque Maese Pérez está enfermo y un organista envidioso y enemigo de Maese se ofrece para tocar. En esto, aparece Maese Pérez que es llevado en un sillón por sus incondicionales diciendo que no quería morir sin tocar en aquella misa. Cuando comienza la Consagración resuena majestuoso el órgano hasta que de repente se queda mudo, Maese Pérez acaba de morir.

En la Misa del Gallo del año siguiente, para sustituir a Maese Pérez, viene un nuevo organista al que toda la gente creía muy malo. Sin embargo, la melodía del órgano sonaba como siempre había sonado con Maese Pérez. Al terminar de tocar, el nuevo organista juró que jamás volvería a tocar ese órgano.

A los dos años de la muerte de Maese Pérez, la madre superiora encargó a la hija de éste, la cual había entrado de novicia, que fuera ella la encargada de tocar el órgano. En el momento de la Consagración, la hija de Maese da un grito diciendo que ve a su padre tocando, pero el órgano suena solo sin que nadie lo toque.

‘LA MALDEGOLLADA’

Hay muchas historias trágicas de pasiones y amores en Sevilla, la de La Maldegollada es una de ellas...

Nuestra historia comienza un día de 1624, en la calle Hernando Colón que antes se llamaba calle Tundidores. Allí vivía un sastre llamado Cosme, y Manuela Tablantes, su esposa. Tenían a un criado que se llamaba José Márquez con el que Manuela mantenía relaciones amorosas extramatrimoniales y secretas, obviamente.

El joven era tan fogoso que aprovechaba cualquier situación para ir a ver a Manuela, y era ya tan asiduo que levantó las sospechas de Cosme, quien los pilló in fraganti. Cosme, el marido traicionado, denunció a la pareja ante la Real Audiencia exigiendo la pena de muerte, tal y como contemplaban las leyes. El 22 de octubre de ese mismo año se confirmó la pena de muerte en la horca y en racimo para estos casos, comenzándose a construir el cadalso en la Plaza San Francisco.

Llegó el momento de la ejecución, apareció la comitiva de frailes que pretendía boicotear el mismo y salvar a los sentenciados, el pueblo de Sevilla protestaba por aquella sentencia tan extrema (pero contemplada por la Ley). Un pelotón de soldados evitó el acto de sabotaje y sólo un corpulento fraile alcanzó a Cosme y en un acto desesperado metió un crucifijo en la boca del esposo ultrajado afirmando que el marido «¡ha perdonado!», mientras éste trataba de zafarse del fraile y del crucifijo...

La ejecución siguió, pero los estudiantes y otros alborotadores retiraron de la horca a los sentenciados y se los llevaron entre vítores por las calles de Sevilla. Cosme quedó en el patíbulo solo...

La Real Audiencia llamó a Cosme y le pidió que perdonara a la pareja por el bien social de la ciudad, evitando nuevos enfrentamientos... Márquez fue castigado a galeras durante unos años, y Manuela ingresada en un convento...

Cuando ambos cumplieron su pena se reencontraron y a Manuela se la llamó desde entonces La Maldegollada.

LA TUMBA DE DON JUAN TENORIO

Pese a que es un personaje ficticio creado por Don José Zorrilla inspirado en diferentes personajes de la Sevilla de su época, la historia de Don Juan Tenorio es un drama que tiene diversos actos, el primero en una hostería, la llamada Hostería del Laurel, dentro de las llamadas Casas de la Gula.

El pasaje literario del convento de las Calatravas tenía su ubicación en un convento real que existía en la calle haciendo esquina con la calle Fresa. La casa que compró don Juan tras su destierro estaría hoy en la calle Génova. En la Avenida de la Constitución, en el edificio del antiguo Banco Central, en la puerta de aquel edificio moriría don Juan Tenorio a espada del capitán Centellas.

El cementerio que aparece en la obra parece que existió y que pertenecía a una familia que se apellidaba Tenorio, era un cementerio propio que quedaba fuera de los límites de la ciudad, es decir: extramuros.

El cementerio de la obra de Zorrilla se localizaba en el lugar en el que hoy encontramos el Instituto Murillo. Curiosamente cuando se realizaron las obras de 1929 de cara a la construcción de los pabellones de la Exposición Iberoamericana celebrada en Sevilla aquel año se encontraron un lápidas y tumbas, en aquel mismo lugar... Al ir amontonándolas a un empleado de aquella obra le llamó la atención el nombre que figuraba en una de ellas: Don Juan Tenorio, como el personaje ficticio de Zorrilla... ¿o tal vez no?

EL LEGO ESPADACHÍN

En tiempos del rey Pedro I no había demasiadas distracciones reconfortantes para el monarca, que veía transcurrir los días sin ninguna actividad, ajena a su noble labor, que mereciera la pena... Don Pedro era un más que hábil espadachín, su infancia había girado en torno a las armas y a las clases de esgrima con los mejores profesores que su padre había puesto para el entrenamiento del joven.

Corrió el rumor por Sevilla de que a la ciudad había llegado un fraile, un hombre misterioso, el cual tenía merecida fama de ser un experto espadachín, casi invencible... Se desconocía de él todo: sólo se conocía que había llegado desde lejos pero que tenía un porte noble y su acento y personalidad parecían indicar que era algo más que un humilde y peregrino lego.

El rey, intrigado y admirado, decidió batir su espada con aquel extraño... Decían que venía de Navarra y Pedro I ya había vencido a todos los castellanos... Sería una buena ocasión para batirse con un navarro. Así, decidido a probar su espada, quiso ir, de incógnito, al convento de los frailes franciscanos, al convento de San Francisco, cerca del Alcázar, y tras muchos días logró dar con el misterioso lego navarro a la altura de la calle –hoy día– Méndez Núñez...

Allí, el rey sorprendió al lego, que creyéndose asaltado por un ladrón desenfundó su espada y comenzó un tremendo duelo con su asaltante... El rey trataba de llegar una y otra vez al lego, que repelía con maestría y facilidad los ataques del muy experto rey.

El duelo se mantuvo durante mucho tiempo hasta que el lego desarmó al rey, quien asombrado ante la espada en alto de lego gritó: «Detente, soy el rey». Y el lego le dijo: «Ya me lo imaginaba, señor. Ningún esgrimidor en todo el reino hubiera podido mantenerse frente a mí durante tanto rato, y ponerme en la recios apuros como me habéis puesto. Y no os avergüence el haber sido desarmado perdiendo la espada, pues no habéis sido vencido por un vasallo, sino por un igual vuestro. No diré mi nombre, porque me ha sido impuesto en penitencia por el propio Santísimo Padre en Roma el guardar el secreto de mi nombre por humildad. Pero baste deciros que en mis venas hay sangre de la estirpe real de Navarra, y de la estirpe imperial de Carlomagno».

El rey Don Pedro, consternado, le dijo al lego que si necesitaba alguna gracia y el fraile le pidió agua, pues el pozo del convento daba agua de mala calidad y salobre... Al día siguiente, desde el mismo Alcázar se comenzaron las obras para nutrir de agua al convento de San Francisco.