La aventura del misterio

Lugares mágicos de Santiponce

15 sep 2019 / 07:54 h - Actualizado: 15 sep 2019 / 07:54 h.
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  • El monasterio San Isidoro del Campo.
    El monasterio San Isidoro del Campo.

A la larga, dilatada, apasionante, conmovedora, sangrienta, misteriosa, historia de la vieja Híspalis, se halla encadenada, cual reo a su grillete, la ciudad de Itálica, cuna de emperadores llamados a guiar los designios de la todopoderosa Roma y su Imperio. Se encuentra en la localidad de Santiponce, a escasos 7 kilómetros de la capital, en la carretera de Extremadura. Fue fundada hacia el 206 a.C. y despoblada hacía el siglo IV, con el auge comercial de la ciudad de Híspalis y la decadencia del Imperio Romano.

Fue Publio Cornelio Escipión “El Africano” quién repartió entre sus hombres algunas tierras del valle del río Betis (posteriormente llamado Guadalquivir) tras la victoria sobre el último ejército cartaginés en la batalla de Ilipa, la actual Alcalá del Río. También funda un pequeño asentamiento para sus veteranos, un “vicus civium romanorum” llamándole "Itálica" en recuerdo del lugar de procedencia de sus pobladores. Así nació Itálica, tras la Segunda Guerra Púnica, como primera ciudad romana en Hispania. Con el paso del tiempo, la urbe pasaría de ser un asentamiento de legionarios a ser toda una ciudad de recreo y lujo para los ciudadanos del Imperio. Las primeras familias que se asentaron llegaron a constituir una clase aristocrática. Dos de ellas, la de los Ulpios y la de los Delios, darán a Roma en el S. II a los emperadores, o césares, Trajano (97 - 117 d.C.) y Adriano ( 117 - 137 d.C.) quienes mimaron en extremo a esta elitista urbe hispana. Ello dio como resultado más inmediato, un incuestionable poder a las familias más notables de Itálica, en la política y la vida pública de Roma.

Varios italicenses, que así se llamaban los nacidos en Itálica, entran a formar parte del Senado y llegan a constituir un verdadero centro de poder y decisión, en la Roma del siglo II d.C. En este momento la ciudad vuelve a cambiar su status jurídico y pasa de la condición de municipio, a la de colonia. Ello comporta que, si antes como municipio disponía de una cierta autonomía y leyes propias, al pasar a ser colonia romana, su organización es copia exacta de la de Roma. El cambio es tan poco común que Adriano se sorprende, según cuenta Aulo Gelio en Noches Aticas, de que sus paisanos, como los de Utica, hayan tomado esa decisión. El momento en que esto se produce, hay que situarlo en el mandato de este emperador, toda vez que el nombre de la nueva colonia va a incorporar el gentilicio de Adriano para llamarse Colonia Aelia Augusta Italica.

Adriano parece ser que fue particularmente generoso con sus paisanos. Las excavaciones arqueológicas han proporcionado documentación abundante sobre los donativos de este emperador. Lo más notable es una ampliación de la ciudad por el lado norte. Comprendía la Itálica primitiva un par de pequeñas colinas junto al río Betis, que se denominan actualmente Cerro de San Antonio y Cerro de los Palacios. Ambos cerros fueron ocupados después por los vecinos de la moderna población de Santiponce, quienes se asientan allí desde finales del siglo XVIII.

En sus orígenes la ciudad tiene el carácter de un establecimiento militar, ubicado en las proximidades de Beturia, una región que se extendía entre los cursos inferiores de los ríos Guadiana y Guadalquivir, que ofreció durante algún tiempo, un serio peligro a la ocupación romana. Este carácter militar lo mantuvo la ciudad a lo largo de casi toda su existencia, como lo testimonia los documentos de la Legión VII Gémina y de una Cohorte III Gallorum, entre otros.

También es significativo el hecho de que en Itálica pasaron algún tiempo de sus respectivas carreras militares, varios personajes destacados, como Marco Ulpio Trajano, padre del emperador del mismo nombre, y Cayo Vallio Maximiano, general que apacigua la Bética, en un momento de peligrosas insurrecciones e invasiones norteafricanas, a finales del siglo II d.C.

Durante el mandato de Augusto, Itálica se ve transformada en un municipio, lo que le confiere la prerrogativa de acuñar moneda. Abre así una ceca que va a producir monedas de bronce desde el 15 a.C. con los retratos de Augusto primero y de Tiberio después. Entre los símbolos empleados en esta ceca local, abundan los temas militares, posiblemente relacionados con el origen mismo de la ciudad.

Adriano mandó construir un nuevo barrio, de amplias calles y grandes mansiones, al que llamaron la “nova urbs”, la ciudad nueva, ciudad que sólo tuvo actividad durante los siglos II y III. Ésta es la parte de la ciudad que el visitante puede ver en la parte excavada de las ruinas y que constituye actualmente el Conjunto Arqueológico de Itálica. La ciudad vieja (vetus urbs) se encuentra bajo el casco urbano de la actual ciudad de Santiponce, ya que esta parte de la ciudad es la que más continuidad tuvo, llegando hasta los tiempos de la ocupación musulmana.

Si le apetece el paseo por sus calles, cargadas de actividad, lujo e historia, podrá contemplar dentro de su conjunto arqueológico su otrora bello anfiteatro, hermano menor de aquel Coliseo romano, que tanta sangre vio correr en su “arena”. En este, tercero en capacidad del mundo romano, más de 25.000 espectadores aclamaban a los gladiadores, despedazando fieras o a otros luchadores.

El Teatro romano de Itálica, que fue construido sobre el Cerro de San Antonio, es la obra civil más antigua. Se empezó a construir a principios de nuestra era (del año 30 al 37) en tiempos de Augusto, enclavado dentro del casco urbano de la actual ciudad de Santiponce. Su uso se prolongó hasta el siglo III, cuando la decadencia de la ciudad hizo que quedara en desuso, y parte de sus terrenos se convirtieron en almacenes y corrales.

Tenía una capacidad para 3.000 espectadores, y en él se escenificaban representaciones de obras trágicas, cómicas y espectáculos de mimo. Excepcionalmente, se producían actuaciones musicales e, incluso, algún acto religioso, especialmente los relacionados con el culto al emperador.

En la grada superior (de las tres que posee) se acomodaban los patricios, la clase alta de la sociedad romana, y en las dos inferiores se situaban el pueblo y las mujeres. Las partes del teatro eran:

■ La cavea, que tenía forma semicircular y medía 71 m. de diámetro.

■ El porticus post scaenam (espacio abierto, que fue cerrado para crear un jardín donde se construyó en tiempos de Adriano (117-137), un templo dedicado al culto a Isis o Iseum).

■ El quadriporticus, pórtico de cuatro puertas.

■ La orchestra, espacio semicircular situado entre los graderíos y el escenario.

■ Pulpitum, la superficie del escenario.

■ Balteus, un antepecho de mármol.

■ Frons scaenae, la fachada.

Los materiales utilizados fueron principalmente argamasa y ladrillo, con decoraciones en mármol polícromo.

Fue descubierto en la década de los 70, del pasado siglo, siendo reconstruido fielmente del original, manteniendo todas sus características auditivas y de uso en la actualidad.

También encontramos el llamado “Traianeum” que es un templo dedicado al emperador Trajano. Fue erigido por su sobrino, el emperador Adriano. Se encuentra en una plaza de la “nova urbs” y tiene una superficie aproximada de una hectárea. Se trata de un templo octóstilo períptero ubicado sobre un podio en altura. Está construido en un gran recinto cuadrangular, circundado por un pórtico que limita el exterior con un muro compuesto por exedras rectangulares y semicirculares alternas. Las dimensiones de la plaza que albergaba el templo eran, de 86 por 56 metros de interior, escoltada por cien columnas de mármol de Eubea, pórticos con exedras que albergaban esculturas sobre pedestales, estatuas en la explanada, diversas fuentes, el gran templo elevado sobre un podio de 29 por 47 metros y un ara para los sacrificios, inscrita en un edículo rectangular situado frente al templo.

Sus termas aún parecen guardar los lejanos ecos y risas de aquellos romanos, que disfrutaban del placer del agua en sus interiores. Se construyeron en la ciudad dos complejos termales: Las Termas Mayores, que datan de la época de Adriano, ocupaban 32.000 m² y estaban situadas en el extremo occidental de la ciudad y Las Termas Menores de la época de Trajano. Bajo el mandato de Adriano fue reforzada su estructura. Ocupan una extensión de 1.500 m². El conjunto termal lo utilizaban los ciudadanos de Itálica para recibir masajes, tomar baños y realizar ejercicios, así como para participar en reuniones amistosas o de negocio, escuchar a los poetas de moda y consultar la biblioteca.

Y no podíamos olvidarnos de sus Casas Patricias, tan evocadoras de aquellos tiempos. De ellas destacan: La Casa de la Exedra con sus termas y su patio, donde en otros tiempos se encontraba la típica fuente romana, heredada en tantos otros patios sevillanos que hoy podemos contemplar en el Barrio de Santa Cruz. La Casa de Neptuno, que nos deslumbra con sus mosaicos de gran belleza, que adornaban sus suelos. La Casa de los Pájaros nos da la bienvenida con su jardín porticado o sus suelos, decorados con mosaicos de belleza indescriptible. Curiosa La Casa del Planetario, en cuyo pavimento destaca un mosaico, con siete medallones, que representan a los siete astros que dan nombre a los días de la semana. En su centro localizamos a Venus (Viernes), rodeada de la Luna (Lunes), Marte (Martes), Mercurio (Miércoles), Júpiter (Jueves), Saturno (Sábado) y el Sol (Domingo). No nos marcharemos, sin antes visitar La Casa del Pato Rodio o la Casa de Hilas... Todo en Itálica forma un infinito crisol, donde el esplendor del Imperio Romano parece rodearnos con sus embriagadores vapores, casi dos mil años después de haber sido fundada. Pero no se vayan todavía, que aún hay más. Cambiamos de sitio, pero no de población.

Monasterio de San Isidoro del Campo

Visitamos el majestuoso Monasterio de San Isidoro del Campo, situado en el municipio de Santiponce, provincia de Sevilla, cerca de las ruinas de Itálica y lo primero que nos sorprende , es conocer que fue el primer monumento en conseguir el título de Conjunto Histórico-Artístico de interés nacional, de la provincia de Sevilla, hecho que sucedió el día 10 de abril de 1872.

San Isidoro tiene una gran importan en la restauración eclesiástica, entre los años 1258 y 1287 y sus reliquias tienen fama de ser muy milagreras. Fue fundado por Alonso Pérez de Guzmán, conocido como “el Bueno” un noble español al que se considera creador de la Casa de Medina-Sidonia y su mujer Doña María Alonso Coronel, para sepulcro de sus cuerpos y como testimonio de su piedad, a partir de un privilegio concedido en 1298 por Fernando IV, rey de Castilla. La edificación tuvo lugar sobre una ermita mozárabe, que según la tradición fue donde estuvo enterrado San Isidoro, hasta su descubrimiento y traslado a la Colegiata de León. Justamente en ese lugar cuenta la leyenda que bajo el antiguo templo mozárabe, estaba enterrado el cuerpo de San Jerónimo. Encima de lo que fue este templo se construyó la primera parroquia. Resulta muy curioso para el visitante, comprobar que junto a la primera iglesia, pared con pared, se construyó un segundo templo, siendo ambos conocidos como “Las iglesias gemelas”. El porqué de esta segunda construcción tiene varias explicaciones, aunque quizás la buena nos la da Barranastes; “Es porque cuando se instituyo y fundo aquel monasterio Alonso Pérez de Guzmán dejo mandato a su hijo que no se enterrase él ni ninguno de sus descendientes en aquella capilla donde él se avía de enterrar, sino que hiciesen nuevos enterramientos, hizo el Juan Alonso de Guzmán para su enterramiento donde algunos años otra iglesia junto a aquella con un arco hueco.”

El 14 de febrero de 1301, se fundaba este monasterio con 40 monjes cistercienses, que permanecieron en él hasta 1431 y constituyó el monasterio cisterciense más meridional de toda Europa. Su fundador, Guzmán el Bueno, dejó bien claro algunos aspectos de cómo los monjes debían de respetar el patrimonio y dispuso que “desde el coro al altar mayor, para enterramiento propio y de su linaje, con la obligación de que los monjes diesen cada día diez misas, una de ellas cantada, por nuestras animas y en remisión de nuestros pecados, así como dos aniversarios por el alma de los fundadores y que la carta fundacional se incorporase a la regla del monasterio y se leyese en el cabildo dos veces al año”.

Los primeros monjes procedían del monasterio cisterciense de San Pedro de Gumiel de Hizán, Burgos y del de Aranda de Duero. Tras la muerte de Guzmán el Bueno, sus restos fueron sepultados en el monasterio. Cuando se cumplieron 300 años de la muerte de este valeroso militar, se procedió a instalar una inscripción, que dice así:

“Aquí yace don Alonso Pérez de Guzmán el bueno que dios perdone, que fue bienaventurado y que dudo de servir a Dios y a los Reyes, y fue con el muy noble Rey Don Fernando en la cerca de Algeciras y estando el Rey en esta cerca fue en ganar Gibraltar, y después que la ganó, entró en cabalgada en la sierra de Gaucín y ovo y fazienda con los moros y mataronlo en ella viernes 19 septiembre, era de mil trescientos cuarenta y siete, que fue año del señor de mil trescientos nueve”.

Sobre el año 1397, y tras un fallido intento por parte de los monjes Cistercienses de encabezar una reforma de la Iglesia, que propició su huida, en la que tuvo mucho que ver las lecturas de libros prohibidos por la Santa Inquisición, decide Don Enrique, hijo de Guzman el Bueno, acoger a los Jerónimos de Fray Lope de Olmedo. A mediados del siglo XVI se desarrolló en él uno de los primeros focos protestantes en España, ya que en su interior se leyeron y tradujeron al castellano, libros prohibidos por la Inquisición.

El monasterio en esta época sigue ampliándose, y se le añade una torre y varios claustros, así como hospedería e instalaciones agropecuarias que pretendían darle cierto carácter de autosuficiencia.

Sus propiedades incluían el propio pueblo de Santiponce, originalmente junto a la orilla del Guadalquivir, hasta que en 1603, fue destruido por una riada y sus habitantes fueron amparados por los monjes. El prior del Monasterio dio a los habitantes del antiguo pueblo nuevas tierras más altas sobre la ciudad romana de Itálica, dando lugar al actual Santiponce

En 1557 el monasterio de San Isidoro del Campo, se convirtió en símbolo de vergüenza para toda la orden religiosa, puesto que de él, huyeron hacia la luterana Ginebra una docena de monjes, culpados por protestantismo por la Santa Inquisición. Sus nombres son: Fray Francisco de Fría, prior que fue en aquel monasterio, fray Pablo, procurador, fray Antonio del Corro, fray Peregrina de Paz, prior que fue en Écija, fray Casiodoro, fray Joan de Molina, fray Miquel Carpintero, fray Alonso Bautista, fray Lope Cortés, y fray Juan de León, quien fue capturado y desterrado a España años más tarde. Entre los fugados hay que destacar a Casiodoro de Reina, autor de la primera edición de la Biblia del Oso, nombre que se le dio por aparecer en la página del título, un oso comiendo miel de un panal, publicada en Basilea en 1559. Esto hace que el Monasterio sea más conocido fuera que dentro de nuestras fronteras, y es lugar de peregrinación para los evangelistas de todo el mundo. Tan importante es para ellos este recinto, que en época reciente llegaron a comprar parte del edificio.

Otros no tuvieron la misma suerte de escapar, como hicieron los doce citados antes, como Juan Ponce, un noble sevillano amigo de los monjes del monasterio. Fue apresado el año 1557 en la ciudad de Écija, cuando estaba preparando su huida. Fue acusado de encabezar la avanzadilla protestante del monasterio. Lo condenaron a muerte y más tarde fue quemado en la hoguera.

Sobre los libros protestantes que manejaban los mojes del monasterio, nos habla Fray Antonio del Corro en sus escritos y paradójicamente, apunta que muchos de estos libros prohibidos, los sacó de los mismísimos archivos oficiales de la Inquisición, siendo los propios inquisidores, a cambio de donativos y agasajos, quienes se los facilitaron.

Muy interesante y digno de mencionar en esta guía secreta, son las historias de otras personas, que por traer libros al monasterio fueron procesados, pero no quemados. Como Fray Domingo de Guzmán, procesado en 1563 por encubrir a personas que simpatizaban con las ideas luteranas y por haber traído de Flandes misteriosos libros heréticos. A Fray Domingo, se le aplicó un correctivo ligero de penitencia. Cuentan los historiadores que se libró de la hoguera debido a la gran influencia de su familia dentro de la cuna inquisitorial.

Aunque el más fabuloso de los porteadores de libros vedados, y también uno de los más desdichados, fue Julián Hernández, más conocido como “Julianillo”. En julio de 1557 fue apresado por la inquisición y se le incautaron dos barriles de cerveza, llenos de libros de la más colérica literatura anticatólica. Al pobre lo torturaron y cantó todo lo que sabía, de donde venían y a quien iban dirigidos los libros. Con la gran “bondad” que caracterizaba a la inquisición, lo quemaron en la hoguera. Pero quizás, lo más importante, históricamente, de este personaje fue que, junto a los libros incautados, encontraron unas cartas de los monjes huidos. Dichas cartas fueron las impulsoras de, aproximadamente, diez años de persecuciones y Autos de Fe por la acción de la Inquisición, contra el movimiento emergente luterano.

Sobre la decoración inicial de este Monasterio-Fortaleza, poco podemos decir, ya que la arquitectura de la Orden del Cister, precisamente, llama la atención por su austeridad, tal como marcaban estas reglas: “Prohibimos que sean hechas esculturas o pinturas en nuestras iglesias o dependencias monasteriales: porque mientras que se presta atención a tales cosas, se descuida el provecho de una buena meditación o la disciplina de la serenidad religiosa. No obstante tenemos cruces de madera”

“Las letras deben ser de un solo color y sin pintar. Los cristales deben ser blancos y sin cruces ni pinturas”.

El monasterio de San Isidoro en tiempo de los Cistercienses estaba en su totalidad pintado en blanco, con una única cruz de madera.

Los restos mortales de San Isidoro de Sevilla se encuentran actualmente en la Basílica de San Isidoro de León, donde fueron trasladados en 1063, tras su descubrimiento. El hecho de llevarlos a León se debe, a que fue el monarca leonés Fernando I quien obtuvo las reliquias, del rey de la taifa de Sevilla, al-Mutamid, tributario suyo (que más tarde llamaría a la península a los almorávides, los cuales se anexionaron su reino). Existen también algunas reliquias suyas en la Catedral de Murcia.

Fue canonizado en 1598, y en 1722 el papa Inocencio XIII lo declaró doctor de la Iglesia. Recientemente ha sido declarado Patrón de Internet.

Según cuenta la leyenda, en 1063 Fernando I guerreó por tierras de Badajoz y Sevilla, e hizo tributario suyo al rey taifa de Sevilla. De él consigue la entrega de las reliquias de Santa Justa, pero cuando su embajada llega a Sevilla a recogerlas, no las encuentra. Sin embargo, una vez en Sevilla, el obispo de León, miembro de la embajada, tiene una visión mientras duerme, gracias a lo cual encuentran milagrosamente las reliquias de San Isidoro, en el solar donde después se construyó este monasterio, en el que había existido un colegio o convento, fundado por San Isidoro. El retorno se hace por la Vía de la Plata. Cerca ya de León, la embajada se interna en tierras pantanosas, sin que los caballos puedan avanzar. Al taparles los ojos a los caballos, éstos salen adelante dirigiéndose hacia la recién construida iglesia de los Santos Juan y Pelayo, que desde entonces se llamará de San Isidoro, en la que, hasta el día de hoy, reposan sus reliquias.

La estatua que preside la escalinata de acceso a la Biblioteca Nacional de España, en Madrid, representa precisamente a San Isidoro de Sevilla y está realizado por el escultor José Alcoverro

Son muchas las riquezas e historias que tienen cabida dentro de este histórico monasterio. Antes de entrar por la puerta principal el visitante tiene que pasar por un antiguo cementerio, el del monasterio, en el que recibían sepultura los monjes que fallecían, hoy convertido en el denominado “Patio de los Naranjos”, y en el que, actualmente, muchos recién casados posan para su reportaje de boda, ignorando que están realmente en un cementerio. Frente al patio, y en la misma pared de la entrada, vemos dos antiguas puertas cegadas, una “La Puerta de los Pies” que sirvió de acceso al monasterio para los conversos, la otra “La Puerta de los Muertos”, llamada así porque era la que comunicaba el monasterio con el cementerio. Esta pequeña Portada de los Muertos se cerró para siempre en el siglo XV, al quedar sin uso el cementerio, ya que a partir de 1436 los cistercienses serán sustituidos por los jerónimos y los “isidros” y estos se hicieron enterrar en el claustro monacal.

El Claustro de los Muertos, El Coro, El Refectorio. La Sacristía, La Sala Capitular, Capilla del Reservado, Los Presbiterios, son lugares mágicos y con muchas historias y leyendas por descubrir. Mensajes ocultos, como el que aparece en las paredes del Patio de los Evangelistas, donde un caldero y un calamar esconden un mensaje cifrado de amor. Vamos a descifrar este peculiar mensaje; El Caldero, es el símbolo del apellido de la familia Guzmán y si calamar lo convertimos al latín, se obtiene “Calamarus”.Veamos que tenemos: Guzmán Calamarus. Calamarus lo dividimos en dos palabras, quedando “Cal Amarus”. Y el resultado es Guzmán cal amarus, o lo que es lo mismo, Guzmán necesita amarte. Precioso mensaje ¿Verdad?

El monasterio es un lugar digno de visitar no solo por su historia protestante, o la historia de su valeroso fundador. Sino también porque es un lugar, donde cada piedra y cada rincón esconden una bella historia de amor.

Durante el siglo XIX se produjeron en el monasterio dos exclaustraciones: la primera con la invasión napoleónica y la segunda con la desamortización de Mendizábal en 1835. Después de estas etapas, el monasterio se convirtió en cárcel de mujeres y posteriormente fue dedicado a elaboración de tabaco y luego a fábrica de cerveza. A la postre acabó vendiéndose parte del inmueble y revirtiendo finalmente en 1880 al Duque de Medina Sidonia.

En 1956 vuelven los Jerónimos quienes permanecen hasta 1978, año en el que lo abandonan definitivamente.

El espacio monumental del monasterio ocupa más de 30.000 m², y para adaptarlo como espacio cultural y de visita, se han llevado reformas que han durado más de doce años. Estas reformas han recuperado para el visitante la zona más monumental, que le permitirá ver en casi todo su esplendor un lugar apenas conocido, incluso por los propios andaluces. Observaremos que se han restaurado la gran mayoría de las pinturas murales, así como el mobiliario. Sobresale el retablo que Martínez Montañés esculpiera con los relieves del Nacimiento y la Adoración de los Pastores.

Lugares mágicos de la bella localidad de Santiponce que no debemos perdernos.