Veranos de cine

«No volverán. Las noches que eran siempre igual», cantaba Ana Belén. Esas noches de verano, no volverán

30 jun 2015 / 11:51 h - Actualizado: 30 jun 2015 / 11:52 h.
"Cine","El escabel"
  • Los cines de verano, esos que ya no volverán. / El Correo
    Los cines de verano, esos que ya no volverán. / El Correo

Una salamanquesa se arrastra a intervalos embriagada por la luz desde un lateral de la pantalla. Ruidos de sillas que se abren y se cierran, numerosas cabecitas asomando por las azoteas vecinas. Rebecas, gusanitos, piruletas de corazón, bolsas de plástico transparente con bocadillos de chopped y una latita de Coca Cola para niños y mayores que no pueden visitar el ambigú. La noche quiere entrar, pero no le da tiempo. Son las diez en punto y el sol no tiene ganas de acostarse, pero pierde su fuerza y se va rindiendo poco a poco mientras la salamanquesa ya toma posiciones. Huele a verano y a humedad. Los mofletes acalorados después de absorber todo el sol playero reciben el frescor de la noche con entusiasmo y gratitud. Algún mosquito intenta cargarse el buen rollo, pero un manotazo y... ¡listo!

Un trailer, dos,... se escucha entre murmullos un «esa no me la pierdo». Los más tardones no dejan de entrar y de hacer ruido, y algún padre que otro no tiene más manos para traer los vasitos de plástico con refrescos desde el bar. Las pandillas de preadolescentes, que no dejan de hablar y de intercambiarse chuches en su primera escapada sin control paterno, saben que tienen dos horas de tregua como adultos, porque a la salida del cine estarán esperándolos para llevarlos de vuelta a la niñez (esa vieja amiga que ya no es tan guay).

La luz del faro empieza a colarse, intentando quitar protagonismo a la bombilla del proyector. La nivea se mezcla con el olor a chicle del chupa chups Goya, mientras el «ya empieza» de los chiquillos hace los honores y preludia la entrada de la banda sonora de la noche.

Que nadie se mueva, solo el sol, que se despide de la luna para darse el relevo. «¿Todo bien?», pregunta el satélite. «Perfecto, hoy echan una de extraterrestres. Siempre me las pierdo», contesta el astro sol. Mientras, el relente empieza a buscar acomodo entre los cinéfilos, que a carrillo se zampan el bocata porque no tienen espera. Tanta agua da mucha hambre...

Un niño llora, las estrellas brillan en lo más alto rodeadas de un cielo oscuro y despejado, mientras que la tensión se refleja en las caras, con los ojos casi fuera de sus cuencas y al ritmo compulsivo que marca la ingestión de palomitas, una tras otra. Sin saborearlas. Sin ser conscientes de que ese placer indescriptible, que va a formar parte de su recuerdo durante toda su vida, tiene los días contados.

La televisión privada, los vídeos beta y vhs, la crisis... dejó sin cines de verano la geografía española. Ahora las descargas, el blue-ray, los discos duros, las películas online y la TDT nos anclan en el salón de casa. Sin recuerdos, sin historia, sin dinero y sin movilidad. Solo sucedáneos para románticos nostálgicos acuden aún al Patio de Diputación de Sevilla, a pantallas improvisadas al aire libre o a centros de ocio con cine y noria incluida. Pero en dichos cines ya no echarán ET, ni nos traumatizaremos para siempre con las imágenes tomadas bajo el agua de Tiburón, no nos moveremos en nuestros asientos con los acordes de Grease, ni tendremos la necesidad de bailar como Jennifer Beals en Flashdance, ni de ser más chulos que John Travolta en Fiebre del sábado noche o de sentir el olor a hierba fresca de las montañas autriacas mientras aprendíamos las notas musicales con Sonrisas y lágrimas.

Esos veranos de cine se fueron. Ya no están y no volverán. Con la desaparición de los cines de verano se perdió un trozo de nuestra historia. De nuestra vida. Guardemos un eterno minuto de silencio.