Cuidado con lo que deseas, porque podría llegar a cumplirse. La exposición fotográfica municipal 125 años de transporte público en Sevilla, que se extiende a lo largo de 750 metros desde la Puerta de Jerez hasta la trasera del Ayuntamiento, pasando por toda la Avenida de la Constitución, amenaza con hacer buena la paradoja de Oscar Wilde en una Sevilla que, a fuerza de relamerse la memoria una y otra vez como si fuera una herida abierta, anda cerca de verse forzada a revivirla con tanto descalabro económico, moral, político y social. Esto de tomárselo como una especie de tráiler de lo que el pasado nos podría deparar es quizá una interesante y original reflexión desde la que acercarse a contemplar todas estas docenas de fotos que, repartidas en esos expositores enormes y negros como el paralelepípedo de la película 2001: una odisea del espacio (otra paradoja de los tiempos, que concurren y se vaticinan unos a otros), muestran todo el folclore de la locomoción más castiza con su porte de tranvías antiguos; de viejos autobuses con cobrador; de gentecilla con gabardina; de curas, monjas, procesiones y guardias civiles.
¿Se aproxima de nuevo esa Sevilla en gris de zanjas y borriquillos, de carricoches de panadero, humaredas y chapas hirvientes? ¿Son recuerdos o premoniciones, estas fotos que despachan ante la vista todo un muestrario de expresiones paupérrimas, de anonimato militante, de curas bendiciendo autobuses regordetes, de paisanos como Dios manda, de atraso, de esto es lo que hay? Lo estremecedor de esta exposición, rematada con un soberbio ejemplar de tranvía antiguo en la Plaza de San Francisco (una de esas populares teleras de los años cuarenta, la que iba a la Puerta Osario, y a la que no dejan subir), es que 125 años de transporte público dan para que todos, sea cual sea la edad de cada cual, vean retratada su infancia, la línea que los llevaba y los traía y, más allá, la muerte: tipos, calles, modas, miedos y lugares que dejaron de existir. Entre otros futuribles.
