Hay personas a las que no les gusta el jazz, igual que hay peces (dicen que la mayoría de ellos: no se ha hecho la prueba con todos) que mueren asfixiados al respirar el aire de la montaña, por ejemplo, por más puro que sea éste en opinión de los médicos. Es la maravillosa diversidad, que produce, en su descoque, fantásticas criaturas no todas provistas del mismo sistema inmunológico. Pero hay un problema añadido, que es el siguiente: a decir verdad, el jazz no gusta o deja de gustar, sino que uno es jazz o no lo es. Si acaso, desde el punto de vista de la química orgánica, se puede estar compuesto de moléculas de jazz en un alto porcentaje o no estarlo en absoluto. Por eso tal vez, sólo tal vez, y en atención a las tesis darwinistas, quepa esperar que no se vean esta noche grandes masas populares dirigiéndose enaltecidas al Teatro Alameda para participar (para respirar, que de eso se trata) en el 13 Jazz Festival de la Universidad de Sevilla. Tampoco cuenten con ver muchos peces.
Pero suponiendo que vean alguno, no se les ocurra comérselo: el artista de esta noche viene de Nueva Orleáns, capital de la música negra y, en los últimos días, de unas mareas de idéntica tonalidad. Se trata de Nicholas Payton, el señor de la foto de arriba. No les extrañen los desastres naturales que sufre el citado lugar, tratándose de un sitio donde regalan trompetas a los niños a la edad de cuatro años. Con la salvedad de que en algunos casos, como el de este hombre, esa pequeña dosis de martirio vecinal acabó reportando al mundo un descomunal y polifacético músico que acaba de grabar un impresionante himno de amor a su ciudad (Into the blue) y que regresa a Sevilla junto a su quinteto con idea de revisarles los empastes a los feligreses: fíjense en las bocas abiertas.
Bonita noche, la de hoy. Se acostará con los oídos llenos de metal. Mañana, otra ración; esta vez será un surtido variado o, lo que es igual, el equivalente en jazz a un espectáculo de clausura con fuegos artificiales: Steve Swallow, Dave Liebman y Adam Nussbaum. El primero es una vieja gloria del arte de hacer levitar a la audiencia, así que llévense un lastre si no quieren que les quiten el sitio en mitad del concierto. Dave Liebman es de la escuela de John Coltrane, o sea, un saxofón con forma de persona. Por cierto: Adam Nussbaum, el tercero del lote, es otra forma de llamar a una batería. En fin, una noche llena de redundancias y hermosos trastornos de personalidad y marcada por la originalidad y la diversión, para quien considere que hay vida fuera de la tele. O del agua, por seguir con el mismo ejemplo del pobre pececillo.
No se alarmen las madres, si acaso han leído esa frase de Duke Ellington en la que este genio sostenía que el jazz es como el hombre que nadie querría para su hija. Sólo quienes saben improvisar la genialidad están en condiciones de ser buenos (puede que salvo consigo mismos, pero desde luego que siempre con las hijas ajenas: el jazz es una categoría superior del sufrimiento). Entre las muchas manifestaciones de su caballerosidad, el precio: 12 euros para el público en general y 5 para los miembros de la comunidad universitaria. Y después de los conciertos, un paseíto nocturno hasta las primeras estribaciones de Santa Cruz para asistir a las sesiones de improvisación o jam sessions del Trío Manuel Calleja e invitados en la sede del CICUS, que son gratis además. Es el festival número 13. Qué suerte, quienes vayan.