Dos vecinos que vivían en dos mundos diferentes se daban la espalda en los Pirineos. Así fue más o menos como se vivió desde la España franquista el mayo francés de 1968: los revolucionarios galos, aburridos de la sociedad del bienestar, y los españoles, de una dictadura interminable.
Y es que, junto a las voces que intentan apagar la memoria de aquel desafío a las estructuras de poder, otras reavivan el ánimo de cambiar el mundo y la vida. El filósofo José Luis Pardo era ese año un escolar madrileño vinculado a Francia por su familia materna. Cuarenta años después, hace su diagnóstico: "Mayo del 68 liberó una serie de micropoderes, pero entretanto hemos aprendido que esta liberación no es forzosamente progresista y puede crear situaciones regresivas. Lo que no hay que hacer es mitificarlo, como Sarkozy, convertir el 68 en fuente de todos los males (ni de los bienes)".
Pardo considera que la crisis de autoridad no viene tanto del 68, "sino de que sus responsables son los que desmontaron o dejaron desmontar el Estado de Bienestar".
El escritor Luis Racionero, urbanista y economista, recuerda que en 1968 era "un hippy de Berkeley" (California), que cuatro días antes del estallido salió de París -donde se encontraba por asuntos de arte- "sin sospechar lo que se anunciaba". Ahora cree que de todo aquello sólo ha quedado "droga, sexo y rock & roll".
La novelista Soledad Puértolas, una de las alumnas expedientadas en 1968, se encontró, al salir de las monjas, en la mayor concentración universitaria del rojerío, la Facultad de Políticas y Económicas en la Universidad Complutense. "Caí en una realidad de potente lucha política, con encierros diarios y manifestaciones para pedir democracia y libertad", cuenta la escritora.
Sin nostalgia. Jaime Pastor es profesor de Ideologías Políticas Contemporáneas en la UNED y puntualiza que mayo del 68 no significa "nostalgia", ni búsqueda de un "manual revolucionario", sino "una historia imposible de enterrar, cercana a los desafíos de lucha política que nos plantea el capitalismo global". Miembro de IU y ex dirigente de la Liga Comunista Revolucionaria (la IV Internacional), Pastor recordó aquel 1968 en que era un estudiante del Frente Liberación Popular, FLP (los llamados felipes), en la España de la lucha antifranquista, hasta ese verano en que se exilió. Según sus recuerdos, durante esos meses "sí que hubo una efervescencia colectiva estudiantil" en su facultad -Políticas y Económicas-, y "una ilusión por seguir los pasos de Francia".
En las costumbres "llevábamos retraso", añade, y si había mujeres en las clases, en feminismo íbamos muy por detrás de EEUU, de Alemania o de Francia. Pastor evoca la "tímida liberalización" que asomó en España desde 1965 hasta 1968, periodo en el que se creó el sindicato de estudiantes y él, como delegado de clase, acudía a las juntas de facultad a discutir con los profesores. "Éramos ilegales, pero teníamos nuestras multicopistas y más o menos se nos toleraba", recuerda. Y cómo "todo se cortó a finales de 68, con un estado de excepción".
"En la transición empezó un proceso hacia una universidad pública de calidad y de servicio a la sociedad que se desvió para adaptarse a la ola neoliberal", concluye Pastor.
¿El fin de la política?"La crisis actual de las instituciones públicas, de la política democrática y del Estado de Derecho no es fruto de ideas irresponsables de Mayo del 68 -sostiene José Luis Pardo-, sino del modo como aprovecharon esas ideas las fuerzas más reaccionarias", como "coartada ideológica revestida de progresismo revolucionario". Cuando el marxismo ha dejado de ser horizonte de la lucha política progresista, la política se ha redefinido -explica-, y ya no la deciden sólo el Estado y sus poderes.
Asuntos "privados" (de pareja, laborales, profesionales, lingüísticos...) han entrado en lo público; los poderes clásicos se han despolitizado relativamente y otros poderes no clásicos (médico, policial, mediático, de género, de identidad...) se han politizado.
En ese contexto, subraya el filósofo, "los poderes más reaccionarios han puesto en marcha un proceso de privatización (no sólo económica) del mundo, que ha desactivado los modelos clásicos de la actividad política sin dar lugar a nuevas formas". "Allí donde todo es político -como pretendían los líderes intelectuales del 68-, nada es político", resume Pardo, "como han entendido perfectamente los líderes de la derecha".
Lo peor, a su juicio, es que los argumentos del 68 "han sido reciclados por los conservadores y gurús de la ideología empresarial para desmontar el Estado del Bienestar".
En la España de la dictadura, Soledad Puértolas, una joven educada en el Sagrado Corazón, se topó con una realidad de lucha política y compromiso. "Fue un momento decisivo de mi vida, cuando tu yo choca con lo colectivo", evoca de esos tiempos críticos que acaba de abordar en una novela, Cielo nocturno, que acaba de publicarse.
Luis Racionero recuerda que en junio de hace ya 40 años se fue a la universidad de Berkeley a estudiar urbanismo. Y se hechizó con las flores. "El 68 ya liquidó su lado político, pero no su lado cultural", dice satisfecho porque "los cambios cualitativos de los estilos de vida vienen de California, de los hippies, y eso nunca se liquidará". Los anti-globalización le parecen desfasados "porque sus defensores no saben nada de cuestiones económicas".
Esos movimientos globales son "la mejor herencia que dio el 68, lo más cercano a aquél gran acontecimiento político que se frustró", según asegura desde el otro lado de los asientos Jaime Pastor.