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20 años de lección cofrade

el 16 sep 2009 / 01:04 h.

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Todo el mundo debería de ver alguna vez la salida del Cerro del Águila. El espectáculo es único. El barrio vive con intensidad cada chicotá, cada marcha, cada saeta, hasta aplauden la llegada de la banda de la cruz de guía. Han pasado 20 años de la primera estación a la Catedral, pero el ambiente festivo -y contagioso- de aquel Martes Santo de 1989 sigue igual. El cortejo en sí, desde el primer nazarenito de antifaz carmesí hasta el palio, es toda una lección cofrade.

La cornetería sube por la calle Afán de Rivera, esa otra carrera oficial formada por sillas y butacas de las casas. "Ya están ahí las bandas", exclama Enriqueta Ramírez, una vecina de Su Eminencia, que se emociona al recordar por qué está allí:"Vengo por mi sobrino, Rafael Montero, que sale desde que su madre cayó enferma". Cerca de allí hay otra historia, la de Angustias. Su entrevista por Charo Padilla en el programa El Llamador de Canal Sur es ya todo un clásico del Martes Santo. "La hermandad me ha dado una invitación para ver la salida dentro -relata a los micrófonos-, pero a mí me gusta verla venir, en la calle, de frente", confiesa desde la silla de ruedas que, dice, le ha "recetado el médico por pérdida de masa muscular en las piernas". Aún así, allí está apostada como otros tantos cerreños.

La salida del misterio arranca los primeros olés. "Aquí es del Cerro hasta el Longinos -que ayer cumplió 20 primaveras- y los soldados que van en el paso", apuntan con acierto desde la bulla. De ello puede dar fe el prioste José Luis López, que en su día no dudó en prestar su rostro al romano arrodillado, como recordaba ayer el autor de las figuras secundarias, el profesor Juan Manuel Miñarro que contemplaba "satisfecho" la nueva indumentaria del misterio.

Pese al fresco de la mañana, a la Virgen de los Dolores no le faltó el calor de su gente, aquella gente que, reliada en mantas, madruga para coger buen sitio, la que se hace varios kilómetros agarrada a su manto y la que enseña a los niños a lanzar besos desde los hombros de sus padres. "Ella es la Madre de la gente del Cerro", gritaba Paco Reguera ante el palio, que recibía el cariño del barrio entre lluvia de pétalos, vítores, suelta de palomas y la marcha Coronación. Frente al delirio, el mimo de las madres del Cerro que, en silencio, levantaban el faldón para aliviar el trabajo de los costaleros. Qué mejor lección.

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