Cultura

20 dislates para abrir boca

el 03 ene 2010 / 20:29 h.

Idiomas.

Casi nadie habla idiomas. Que no sea el español, se entiende.En particular es imposible que halle a algún políglota en los sectores profesionales de los que usted más necesita: camareros, conductores (de taxi, carruajes o buses) policías y concejales de Turismo.

Resulta elogiable observar cómo el sevillano se esfuerza sobremanera para no revelar que no tiene ni idea de qué le preguntan en inglés o francés. Agarrado al mapa que enseña el turista, el interpelado recurre a una versátil gama mímica, una elevación del volumen, un silabeo más lento... y una progresiva actitud de enojo porque, a pesar de lo clarito que se está explicando en ‘otro' idioma, usted no se entera.

Las explicaciones.

Nunca olvide que, antes de preguntar algo a un ciudadano nativo, debe tener elaborado un plan de fuga viable.

Al contrario que en otras ciudades europeas -quizás ustedes hayan sufrido el gélido maltrato recibido en París, Praga o Madrid-, en Sevilla adoran que se pregunte. Observen que estos cicerones amateurs pasean por la zona monumental esperando enganchar con la mirada a algún turista que busca ayuda. O parece que la busca, no hacen remilgos. Y esa puede ser su mirada, por lo tanto ande listo.

Si se atreve a preguntar a alguien, no dude en que -tras la prolija explicación- le acompañará al sitio. Pero no crea que acaba ahí la cosa. Tras el paseíto, el sevillano se cerciorará de que lo que usted desea en ese lugar es correcto y ajustado a los cánones.

Ni se le ocurra dar propina alguna al guía espontáneo. Pero tampoco deje de agradecerlo -he aquí el quid para no desentonar- con referencias como las que se sugieren a continuación:

- Igual que en Barcelona, no son malajes allí.

- Da gusto venirse de Madrid a Sevilla.

O, si quiere dar por finalizada toda esta pesadilla en la que le han abismado:

- Nunca he conocido en ninguno de mis viajes una ciudad como Sevilla ni a una gente como los sevillanos.


Las vendedoras de romero.

Son unas señoras pesadísimas que conocerá nada más pise los alrededores de la Giralda.

Se les denomina así por la pura inercia de la costumbre. No son ninguna de las dos cosas. En primer lugar, la mata que portan en la mano no es romero. Los pocos especímenes de este humilde arbusto que hubo por la ciudad fueron ‘vendidos' cuando menos en la Expo 92. En lugar del fragante vegetal, blanden contra el turista o nativo con pinta de tal un trozo mutilado al seto más próximo.

Y la segunda mentira es que lo vendan. Estas señoras de bronceada tez le ‘regalan' el matojo. Pero como a usted, enternecido turista, se le ocurra aceptarlo, el gesto le va a salir caro. No dude en dar un ‘leuro' o dos sin más dilación si ya le han agarrado la muñeca. Suelte cinco ‘leuros' si logran inmovilizarle el antebrazo. Así evitará que la ‘vendedora' de ‘romero' empiece a ‘leerle' las líneas de la mano. Entonces la inmersión en el tipismo local no baja de 10 ‘leuros' de ninguna de las maneras.

Saben judo las señoras...


Los preguntadores de televisión.

Hay numerosísimos equipos de televisión entrevistando a gente en la calle. Como la totalidad de los sevillanos son tan ocurrentes, desprejuiciados y opinadores de toda temática, las televisiones nacionales realizan en Sevilla sus encuestas majaderas al ‘hombre de la calle'. Cobijan la fundada esperanza de que al menos haya uno que diga algo divertidísimo, o con un acento graciosísimo, o realizando unas muecas -incluso un característico arranque coreográfico con los pies mientras grita ¡comor!- que sirva para los telediarios del día, secciones Sociedad o Al Cierre.

Es difícil, en particular los lunes, caminar por el centro dada la alta densidad de unidades movibles con becarios enarbolando la esponjilla del micro.

La cultura de la bulla.

Una vieja leyenda, cuyo origen está documentado oficiosamente en la intoxicación por cazón en adobo de un columnista, afirma que existe una cosa nominada como La Cultura de la Bulla.

Jacarandoso viajero, no se ría. Usted, por si acaso, cuando vea mucha gente y escasa o ninguna policía tome las medidas de autoprotección habituales en estos casos.

De forma resumida, la leyenda indica que cinco, o diez mil o quince mil sevillanos, amontonados al azar en cualquier lugar de la ciudad, organizan sus movimientos corpóreos de forma automática y no escrita, como si conformaran un Único Ser.

Una bulla en Sevilla es un mogollón en el cual el turista incauto no puede esperar vivir ningún momento de leyenda, ni menos un movimiento cósmicamente organizado. Todo lo más puede aspirar a que no le roben algo del bolsillo. O de la autocaravana que dejó aparcada unas cuantas calles para allá, con unas bicis colgando de la puerta de atrás.

Que también son ganas de provocar la de los viajeros guiris éstos.


Las campañas publicitarias.

No debe tomar en serio algunas campañas de publicidad que se difunden sobre Sevilla.La más ladina intenta hacer colar que es posible viajar a la ciudad en verano, con el ardid de que bastan algunas mínimas precauciones para impedir las patologías asociadas: lipotimia cuando pasea, o el coma cerebral si lo que se le ocurre hacer es montar en coche de caballos o bus panorámico mientras todavía asolea.
El eje publicitario de la cosa es que, durmiendo la siesta a las horas más criminales del verano, recorrer la ciudad el resto del criminal día es posible, incluso placentero. Por completo incierto. De junio a septiembre haga como cualquier nativo cuando puede: largarse de Sevilla a la casa ilegal con piscina de las afueras, o a la playa.

Las guías de viaje.

Si usted lee alguna de las guías de viaje sobre Sevilla o -mucho peor- los reportajes sobre la ciudad que perpetran esas revistas a todo color y gran formato que reparten gratis en peluquerías, AVEs, bares y hoteles de lujo, es bastante probable que crea que es una coña.

Pasajes como "Sevilla embriaga con el dulce olor a azahar y deslumbra con su luz. Pero hay más. Sus sonidos llegan al alma: el paso de los caballos, el rumor de las fuentes o el cante de una saeta son algo único" dan que pensar sobre la estabilidad mental del escribiente, que casi siempre es alguien que se oculta en el seudónimo. Y por supuesto usted, ante la duda, preferirá irse a la playa.

No vaya a ocurrir que sean ciertas todas esas advertencias cañís.

Algunos de los más brillantes párrafos de esas guías se los recogemos aquí:

- 1.000 sitios que ver antes de morir: "Los marineros se mezclan con las pandillas de jóvenes de clase alta, una copa de vino es el mejor modo de igualarlos a todos". Marineros no quedan ni uno en la ciudad. El concepto sólo tiene vigencia ya en las fiestas navales del Ítaca, prestigioso club gay local. Con esta premisa se entiende en qué contexto fue redactada la alucinada frase de esta guía.

- Anaya: "Sevilla, esta sola palabra encierra en sí misma un mundo entero, radical, perfecto". Entero, radical y perfecto. Parece que cuando abordó el tomo de Sevilla el autor ya había abusado de los adjetivos habituales en otros.

- Aguilar: "Sevilla, una ciudad animada a orillas del Guadalquivir". Esta primera frase garantiza que la guía está escrita por alguien que al menos la ha visitado.

Pero el desiderátum guiístico viene del tomo de Salvat. Les ofrecemos algunas perlas causantes de que haya tanta gente que no venga a Sevilla para largarse a la playa. Helas aquí:

- Salvat:"En Semana Santa las calles resuenan con las saetas, los llantos, los gritos". Esto resultaría muy atractivo para esa abundante juventud gótica. Lástima que sea incierto.

En Feria "cuando el sol se pone, miles de farolillos iluminan la plaza de toros de la Maestranza". Hummm, esta disparatada visión del autor de la guía resulta sospechosamente lisérgica. Pertenecerá a la escuela de Jack Kerouac.

"No existe ningún edificio -iglesia, convento o de la Administración- que no tenga un cuadro de Velázquez, Murillo, Zurbarán o Valdés Leal". No se percató de que eran copias. Y que debajo le colgaba un almanaque.


Los Trianólicos.

‘El barrio de Triana como sexto continente' es el tema de multitud de conferenciantes que, a falta de un Ateneo de La Sevillanía, pululan por la calle en busca de alguien que los oiga.

Evítelos a toda costa. Si escucha expresiones como ‘Triana, puente y aparte', ‘Triana, república independiente', o ‘Triana no es Sevilla', ya es demasiado tarde: ha topado con uno de ellos.

La tesis argumental plantea que en ese barrio las cosas son diferentes, y todas se ejecutan con mucho más arte. Así, se tira la cerveza, se monta en bici, se canta, se escaquea uno del trabajo, se echa la sal al tomate, se torea o se cruza el paso de cebra de una manera muy distinta a la de Sevilla. Es un barrio "de toreros, alfareros y marineros", como dice la megafonía de los cruceros fluviales. Y los melancólicos trianólicos.

Usted, no les contradiga.


La noche de los tunos.

No viajar a Sevilla le ofrece la seguridad que de ninguna manera se verá inmerso en una de sus recientes tradiciones -la ciudad está plagada de recientes-tradiciones-de-toda-la-vida- más impactantes.

Una cita que habría de limitarse a mayores de 21 años. Como, por cierto, debería ocurrir con los clubes infantiles del Opus Dei. Hablamos de los cientos de puretones que salen a cantarle a la Virgen una madrugada al año vestidos con ceñidas mallas negras.

Es legítimo que usted crea que esa frase incluye todo un surtido de metáforas: virgen, madrugada, una al año, mallas negras... No, no, no. Se atiene estrictamente a la literalidad. Estamos hablando de ex universitarios cuarentones que vuelven a calzarse una vez más la vestimenta de tuno. Como su capacidad seductora sigue a cero (a lo físico se une ahora lo psíquico por conyugal falta de redaños), enmascaran por la vía mariana su crepuscular arrebato hormonal. Como dice el famoso refrán de los tunos: "Me han quitado la fuerza y me han dejado las ganas".

Procure no tropezarse, intrépida viajera, con uno de estos grupos. Puede protagonizar una enojosa situación: quizás la rodeen, le canten algo poniendo ojitos y boquitas, y un tipo con una mini pandereta bufe dando una especie de inexplicables saltitos sin conseguir -como parece intentar- golpearla con talón, rodilla o codo. Todo ello con un frenesí de cintas de colores que les cuelgan, como cierto órgano, de adorno.

Mientras esto ocurre, la Virgen mira al cielo en actitud implorante desde su estatua en la plaza de la Inmaculada.


La vestimenta de las bandas de Semana Santa.

Cuando los androides duermen, sueñan ovejas eléctricas. Ni en el peor viaje de ‘trippy' de los Pink Floyd son imaginables las combinaciones de tejidos, texturas, colores, ornamentos, correajes, ribeteados, bordados, larguras de sisa, cascos/gorras, bocamangas, bolsitos faltriqueros, mochilas, charreteras y/o plumaje que se encasquetan como uniforme los chicos de los piercings y los peinados mohicanos que, cuando no desfilan detrás de un palio, deberían estar encarcelados por beber alcohol en la calle (según los bienpensantes) desde que empezó el Ayuntamiento a cerrar bares...

Esta espectacular pasarela de la moda deriva de la fricción entre dos placas tectónicas sociales y estilísticas: el cani de montaraz espíritu y el delicado, melifluo y gesticulante señor que detenta el mando estético en el Pasopalio. Por alguna razón inexplicada en la vasta literatura cofradiera, el encuentro sísmico de ambos mundos no provoca un violento vulcanismo. Sino que cohabitan.

Una nueva prueba, ahora geológica, de que la Iglesia romana es la verdadera.


Los camareros cantantes.

Más de un brinco pegará estando adosado a una barra si no ha sido advertido de que en ese bar el camarero se arranca. A cantar.

Hay mucha vocación frustrada detrás de los mostradores. Y, en cuanto clarea una oportunidad, miran a los ojitos al cliente más cercano, estiran las manos, y le dirigen unos cantes. Es muy turbador. No sabrá si mantenerle la mirada a ese individuo -normalmente es un hombre mayor- que le grita armónicamente versos emocionados con un brazo extendido que gira en molinete, o seguir charlando con su compaña como si no tuviese al lado a un tipo blandiendo una mano tiesa o las dos, mientras coplea sobre el Rocío, Triana/Sevilla, la Feria o alguna talla religiosa.

No deje propina cuando acaba la canción, no se estila.


Los bares de no fumadores.

Son tres los existentes. Y resultan realmente extraños. Le atenderán sin que lo reclame levantando la voz. Están muy limpios. Ponen en la tele el canal que les solicita. No hay expositores okupando la barra. Y ofertan diferentes marcas de cerveza. Muy sospechoso todo, como si no quisieran que entrase gente. Tanto es así, que no indicaremos sus direcciones. Sería milagroso que sigan abiertos cuando esta guía llegue a sus manos.

Sobre todo por la evidente falta de sevillanía de estos locales.

Los ruidos de los bares.

Como hemos aprendido, un suelo tapizado de restos es para los bares en Sevilla un escaparate con el que fardar de su éxito de público y crítica. Pero estos locales recurren: la sinfonía de estruendos.

Entre los berridos pavorosos que debemos advertir al turista foráneo se hallan:

- El que produce una pequeña maquinita, cuya tarea consiste, no en cortar vigas metálicas, sino en convertir en polvo los granos de café. Fíjese en donde se ubica porque no da pistas -como un piloto rojo que destella, o un cartel señalizador de ‘evacuen la sala'- de su estrepitoso despertar.

- El cajón del café usado. El metálico artefacto con forma de maraca donde queda el café usado se limpia de la manera que están imaginando. A rotundos golpes en una caja igual de metálica.

- Otro utensilio diabólico es un pitorro brillante y torcido del que sale vapor de agua. Por si le interesa, su objeto es calentar un recipiente, también metálico, lleno de leche, muchísima leche, por lo menos debe caber como un cuarto de litro. De ahí que sea preciso que el ruido alcance cotas taladradoras. Si acaso coinciden (recuerden: a-la-misma-vez) ambos tumultos, la clientela no callará a la espera de su final. No. Aullará más alto para hacerse oír.

- Sitúese lejos de todo ello. Por lo menos tanto como del lavavajillas. La entrada de la bandeja con los vasos y platos sucios, y el movimiento inverso de salida, se efectúa por los camareros con un balanceo que hace estallar tímpanos. Pero ningún vaso, lo cual dice mucho de la calidad del menaje.

Los antirrocieros.

Sería desagradable, desafortunado viajero, que usted tropezara con un colectivo de la ciudad en extremo asocial.

Aunque las Administraciones tienen ya importantes recursos de integración para cuidar a las personas desestructuradas, a la vista está que no son suficientes. Estamos obligados a advertirles de que en Sevilla existe un grupo problemático. Son los que no aciertan a entender -por más que se lo explican de forma tan exquisita los medios de comunicación, en especial las teles locales- la grandeza, la sevillanía, el respeto medioambiental, la riqueza armónica de flauta y tambor, la hondura de (por lo menos) siglos, y, en general para no aburrir, el Potentísimo Sustrato Cultural de la romería de El Rocío. La nuestra.

Los verá -en apariencia normales, a pesar de su marginalidad- quejándose sin motivo por el atasco que sufren en la SE-30 cuando pasan esas jolgoriosas y coloristas carretas. O diciendo tonterías como que hay algunos que van de romería con criados y vajilla (como si no fuera de público conocimiento que conforman una clara minoría). O no se entiende qué de atravesar "un parque nacional". O farfullando sandeces sobre el sincretismo "tirando a herejía" que suponen los comportamientos que se tienen a lo largo del camino: parodia de bautismo con vino por parte de seglares en un riachuelo, etc.

En fin, advertido queda de estos esaboríos, gente que habla sin saber, porque no ha hecho El Camino y desconoce "el universo de sensaciones" que ofrece.

La Salve rociera.

Atención a esto. En una taberna rociera puede usted sufrir un ejemplo del sincretismo religioso-festivo sevillano. Una de las costumbres locales más desconocidas y que debe procurar no vivir en primera línea.

Para ello nada mejor que comprobar que su mesa no está junto a la pared y, a-la-misma-vez, debajo de un paño de cerámica (cosa localmente llamada azulejo) que muestra a una Virgen pintada junto a palomas y, quizás, ovejas.

Porque entonces, a medianoche sin falta, un grupo en especial exultante y encorbatado le rodeará. Enseguida se apagarán las luces; y entre todos iniciarán una canción, la susodicha Salve, mirando fijamente al azulejo. El dueño/a del local capitanea las operaciones. Hay textos que avanzan la tesis de que quienes abren una taberna rociera tienen como fin principal, no el honesto lucro económico, sino cantar la Salve sin que nadie le haga sombra ni se guasee de su voz destemplada y agorgoritada. Un karaoke místico-pastoril que sale por un pico.

Por supuesto, cuando el líder canoro y gerente del local finalice la Salve y le busque con la mirada, debe el viajero manifestar satisfacción. Un error en este momento resultaría fatal: puede influir en el precio de las gambas de Huelva que usted no pidió ("le voy a servir gloria bendita, déjeme a mí"), ni sabe el importe, porque "están fuera de carta, sólo las traigo si son superiores".

Por el contrario, si el viajero quiere ser tratado como un emperador, póngase a hacer fotos del momento Salve. Al finalizar ruegue que posen todos juntos. Y finalmente pregunte por los orígenes y el vigoroso presente de esta praxis cultural. Seguro que al despedirse le invitan a hacer El Camino (es decir, recorrer la vía pecuaria que va a El Rocío, no trabajar de peón caminero o estudiar la obra del Opus) el año que viene. Pero se trata de una fórmula ritual, no tome en serio la invitación.

Aunque es de buena educación insistir con vehemencia que el año próximo no se lo pierde.

Las colas.

Si usted es de esos viajeros que quiere salirse del circuito habitual para sumergirse en barrios y locales no turísticos, debe conocer cómo se organiza la cola ante los mostradores. Bueno, debe conocer muchas más cosas, pero esta es singular.

La primera norma es que la fila es virtual. El número de personas que halle no responde a la realidad. A cualquiera de las que vea por la zona debe preguntarle:

- ¿Quién da la vez?

Y entonces le señalarán a alguien, que es el último en la cola. Persona que puede ubicarse en la minifila o en cualquier otro punto del local, de charla con otra. Usted debe estar alerta a la susodicha para no perder la vez.

La segunda norma es que las colas pueden ser crecientes, pero no por detrás de usted, sino por delante. Ocurre cuando alguien advierte al que le continúa o, si es el último, al que va delante:

- Ahora vengo. Si llega alguien le dice que yo estaba detrás suya.

De tal forma que usted de coloca en la fila muy europeo y muy visitante de los barrios populares, y si no está al tanto de todo esto la fila se va llenando de gente por delante suya sin que, sorprendentemente, nadie proteste.


El mito de las cervecerías.

Una veterana leyenda urbana viene a relatar que en Sevilla la cerveza está más rica, fresca, espumosa, con fina burbuja y brillo dorado, mientras más pequeño, grimoso y de pegajoso mostrador sea el bar.

Cuando observe grandes concentraciones de gente en la acera, con un vaso con forma de tonel en la mano, la solana a plomo y continuos pitidos por los coches que han dejado en doble fila, está ante uno de esos casos. Usted mismo.


El arte de servir el tinto.

Existe una tremenda expectación ciudadana ante la llegada, a estas alturas parece que inminente, de la técnica de servir el vino tinto a la temperatura idónea.

De momento usted debe elegir entre dos sencillas opciones que el camarero, en funciones no homologadas de sumiller, le indicará con una naturalidad que no debe ocultar sus afiladas intenciones:

- ¿El vino, frío o natural?

La pregunta no tiene término medio. Y tampoco blandenguerías. Se trata de una sencilla alternativa. O no enterarse del sabor, porque a tres grados lo único que causa el vino es dentera. O retorcerse cuando baja ese líquido a la natural temperatura ambiente de la ciudad.


El flamenquito.

Estilo musical que mezcla con gran éxito popular los coros rocieros (multitudinarios grupos humanos que ejecutan una suerte de country almonteño) con pop-porreta.

Aunque ha calado mejor en otras ciudades menos dadas a la ortodoxia, el descuidado viajero debe prestar mucha atención si entra en algún bar con música (ya es rara su existencia en Sevilla) y en directo (algo prácticamente imposible tras el exterminador trabajo municipal). Pero, bueno, pudiera ser que termine en un bar con música en directo, no seamos negativos. Y que además, el colmo ya, el grupo previsto se dedique al flamenquito.

No se atemorice: es fácil reconocerlo y largarse antes de que empiece la actuación. Meramente por cómo se denomina. Si el nombre del combo es en diminutivo, tiene apócope, resonancias gitanas/hindúes/exóticas en general, faltas de ortografía aparentemente (sólo aparentemente) voluntarias, y/o nombre de playa gaditana, debe buscar de inmediato otros aires o se verá sometido a una sesión del susodicho flamenquito.

Que por si no ha quedado claro mezcla lo más facilón del flamenco con lo más granado del rollo jipi. Imagine, imagine...


Las niñas prodigio.

Pervive un grupo social del cual sólo se tiene prueba de existencia en esta ciudad: el de las niñas prodigio.

No hay todavía explicación a que en el género masculino se den tan poquísimo los prodigios artísticos. Porque se trata de prodigios en el ámbito artístico, nada del científico, humanista o literario.

No es raro ver en los bares grandes posters de niñas maquilladas como si fueran artistas de circo rumanas. Se trata de las cafeterías donde paran los padres a comerse la media con aceite. Y los camareros son, o amigos, o gente con poco cuajo para negarse a colocar el cartelón.

Y no se confunda. Los nombres de las niñas no son artísticos, son los de verdad. Esas Luna Rocío, Martha Desirée, o Candela Macarena, responden a las denominaciones oficiales según Registro Civil. Que para el caso más parece Penal. Chaves Nogales dejó escrito eso de que "la ciudad es pródiga en niños prodigio y carece de ancianidades venerables".

Las explicaciones de los cocheros de los coches de caballo.

Se produce a veces el intento por parte de las autoridades para que los cocheros aprendan inglés. Siquiera el suficiente inglés para explicar el circuito de la ciudad que van a recorrer, sin variar un ápice, durante el medio siglo de su vida laboral. En vano.

Es como el empeño, en espaciados ciclos históricos, para que los taxistas chapurreen inglés. O algún concejal del equipo de Gobierno. O algún policía local. O los camareros del centro turístico. En vano también. Si usted topa con un taxista que habla inglés, revise el billete de avión para confirmar que la agencia de viajes se lo ha sacado a Sevilla.


La paella.

La provincia de Sevilla está ubicada en España. Y además es la primera cultivadora de arroz del país. Pero encontrar un buen restaurante para comer paellas es otro yantar. Y si lo encuentra informe al e-mail que se adjunta, pues el sagaz equipo de autores de esta guía ya de referencia, no halló ninguno. A no ser que asimilemos como tal al arroz caldoso, rey del apartado arroces en los restaurán de residentes. Como las paellas precocinadas reinan en los de turistas.

 
Discotecas de futbolistas.

Sevilla tiene el honor de contar con dos equipos de fútbol (casi siempre) de Primera División. Esto motiva que exista una colonia doblemente numerosa de ese grupo social que tanto postín da a la vida cultural de cualquier urbe: los futbolistas profesionales.

Cuando sus numerosas obligaciones socioculturales se lo permiten, se acercan a alguna discoteca. Son tan jóvenes aún. Siempre eligen un tipo característico de dancetería, las llamadas con toda propiedad ‘discotecas de futbolistas'.

Es obligatorio en estos locales que tengan una zona privada o VIP. Pero resulta todavía más fundamental que la zona privada sea de público y ostentoso conocimiento. Que se vea bien, vamos.

Para ello colocan un cordón rojo de grosor formato ‘Elcano', y delante a un traje con un señor dentro, al cual se le nota tela que lo que le sentaría bien es el chándal del Betis. El señor coloca una posturita así como de tensa relajación, con los brazos muy separados del tronco, y tiene un micrófono en la solapa.

También es fijo un relaciones públicas con aspecto de ser otro exitoso ex alumno del Proyecto Hombre. Y camareras con ese aire de llevar esperando hace ya demasiado tiempo una oportunidad delante de la cámara, por lo que un futbolista no es mal plan b.

Como pueden imaginar, estas discotecas están solicitadísimas. Se forman largas colas en la puerta. Es por la exquisitez de su música.

Los Incienso-pubs.

Sevilla es el único lugar del país donde está sometido a la pecadora tentación de los bares de capillitas. Son lugares que sintetizan el mestizo universo local: trasegar unas copas rodeado de pías fotos, cuadros y esculturas.

Los incienso-pubs -orientados a los turistas- lucen un esmerado barroquismo en su aspecto. Ese barroquismo del horror vacui tan de aquí, desarrollado a través de la pésima digestión de lo clásico, y conservado merced a una falta de higiene que viene en llamarse La Pátina del Tiempo. Pátina que, en efecto, es protectora, eso debe ser admitido, incluso investigado por esos inútiles doctorandos de Letras.

Por cierto, aunque en su ambientación y tipo de clientela usted pueda capiscar una tendencia gay, no se trata de eso. O al menos no se trata exactamente de eso.

Para evitar sorpresas, pasamos a detallarles los matices que distinguen a los locales capillitas, porque son muy sutiles, casi subliminales:

- El ambientador exhala incienso sin parar.

- Hay una pantalla donde sólo se proyectan imágenes de procesiones, besamanos o besapiés.

- La música se ciñe a las marchas procesionales.

- Nadie se extraña del variopinto aspecto de los parroquianos: traje&camisa abierta, camiseta&costal, chanclas&bermudas (ese es usted, viajero, mire para abajo)

Matices que pueden pasar desapercibidos, como habrán de reconocer ahora. Así que tomen nota. Y compórtense con respeto. Son bares, pero acude gente muy piadosa, de la que nunca flaquea en su fe y renueva año tras año el abono en la carrera oficial.

El Museo Naval.

El Museo Naval resulta sin duda la cosa más sorprendente que puede visitar en Sevilla.

Usted nunca ha oído hablar del Museo Naval, ni le interesa, ni aparece en su guía. Usted va a ver la Torre del Oro, icono celebérrimo que se refleja en el canal de remo y piragüismo. Así que paga la entrada, penetra y -sorpresa- de repente se halla inmerso en el Museo Naval, una cosa inesperada que tapiza sin explicaciones todo el interior de la torre almohade impidiendo verla. Cuando vuelve a la calle y se gira hacia la Torre del Oro tiene la impresión de que todo ha sido un flash.

Río abajo.

Pocas excursiones más aburridas puede vivir como la de ir en barco desde Sevilla a la desembocadura del Guadalquivir.

Hay dos momentos cumbre. Uno: cuando la embarcación atraviesa la esclusa que hace de metálica frontera entre el canal de remo que atraviesa la ciudad y el río de verdad. Dos: cuando abre el bar del paquebote.

Recuerde sobre todo el punto dos. Porque usted empezará el periplo muy en su papel de turista de naturaleza y cultura. Sus prismáticos. Su libreta de notas. El vídeo cargado. Cinturón de Coronel Tapioca. Navaja multiusos. Guía de aves de la Península.

Dispuesto, sin dudas ni desfallecimientos, a empaparse de paisajes, de enclaves históricos. Dispuesto a ver Doñana desde una perspectiva privilegiada. A vivir las sensaciones que embargaban a Elcano, a Colón, cuando volvieron de descubrir mundos.

Una hora después estará en el bar. Cuando se haya hartado de no ver nada. Quizás unos eucaliptos. Quizás una bomba de riego del arrozal.

No es el Guadalquivir en este trecho un río de relieve. En realidad el desnivel entre Sevilla y la desembocadura es, exagerando, dos metros. Así que no se ve nada.

En fin, hasta que el cambio climático se materialice, siempre nos quedará Sanlúcar de Barrameda.

Servicios místicos After Hours

Sevilla es muy dada a apariciones y estigmas, según la bibliografía oficial. Por lo que si sufre algún tipo de emergencia mística la ciudad ofrece un servicio after hours, muy poco divulgado en los folletos que dan en la Oficina de Turismo.

Hablamos de un servicio 24 horas para orar en sagrado. Se llama ‘Eucaristía permanente'. El local está muy mal señalizado, aunque por el contrario en la céntrica Plaza Nueva.

Al entrar verá un libro con nombres y firmas. Cuidado, no es para que usted deje sus impresiones de turista agradecido. Sino el planning en el que se apuntan los fieles para los turnos de oración de madrugada, ya que lo peculiar del lugar no es tanto que siempre esté abierto, sino que siempre hay alguien rezando.

Así que no se confunda, a ver si va a inscribirse y lo sacan del hotel de noche porque le toca rosario y contrición.

 

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