Para una película como 2012, escribir la crítica resulta extremadamente fácil. Tanto, que podría empezar a poner titulares y ocupar con ellos una columna y media de texto con encabezados de todo tipo. ¿Qué no me creen? Pues probemos. Empecemos por los sensacionalistas: ¡Menuda catástrofe! ¡Emmerich hunde el cine! ¡El mundo se acaba!, ¡el cine también! Sigamos con los punzantes: Cine 0, palomitas 1. Que un Tsunami se lleve a Emmerich, por favor. El perfecto manual de cómo estirar un guión. Hundiendo al séptimo arte. Continuemos con los analíticos: Risible de principio a fin. Espectacularmente vacua. Épica sin sentido. Drama épico sin emoción. Con media hora de más. Epatando al respetable. Y terminemos con las poéticas combinaciones de palabras: Ruido para el fin del mundo. Pirotecnia sin alma y rumbo. Y podría seguir, pero dije que una columna y media y así ha sido.
Y si con todo lo que tienen al lado no se hacen una idea clara, puedo aclararles algunos términos. Para empezar, que la historia (si es que a un cúmulo de topicazos se le puede llamar historia) está estirada hasta lo indecible, recreándose el realizador en las, para qué negarlo, espectaculares escenas de destrucción masiva con las que trufa la mayor parte del metraje (y atención a la del hundimiento de Los Ángeles, asombrosa en todos los sentidos). Para seguir, y como suele ser tónica habitual en este tipo de filmes, que el reparto se pasea delante de enormes pantallas verdes sin saber muy bien que cara poner y que, cuando esto no es así y llega el momento de lucir sus capacidades interpretativas, la selección de actores se queda cortita.
Y para finalizar (que tampoco es cuestión de analizar de forma tan sesuda una cinta tan vacía), que uno no puede ir al cine pretendiendo ver Ciudadano Kane. 2012 es lo que es, un gargantuesco espectáculo palomitero para que las masas se lo pasen bomba viendo a nuestro planeta acabar con la humanidad. Tomado así, hay ciertos detalles que hasta se podrían olvidar, pero otros, como la interminable duración (dos horas y media eternas) o la desfachatez de Emmerich poniendo en pie de nuevo la misma historia que en El día de mañana, resultan de todo punto imperdonables.