Eduardo Bejarano, padre, conoce a cada uno por su nombre y apellido. A ellos, y a sus esposas e hijos. Como abuelo de esta gran familia, recibe muestras de cariño a la entrada del patio de la casa hermandad de Santa Cruz, donde arriban los costaleros de la Patrona una vez que terminan la misa y la procesión: «Felicidades», «Ha ido todo bien, ¿no?», le saludan quienes zigzaguean por el barrio de la Giralda hasta desembocar en este rincón por donde parece que no pasan los años. Es mediodía. A esa hora, muchos de los peregrinos y devotos ya descansan en sus casas. No así quienes han tenido el «privilegio» de haber paseado a la Virgen de los Reyes. Con la ropa metida en mochilas y la emoción presente en los rostros, se disponen a compartir las experiencias de la trabajadera. La convivencia comienza con un ascenso por la calle Mateos Gago. La primera parada, en la taberna de Álvaro Peregil. Allí dos hombres de trajes y corbatas oscuras destacan sobre una bulla de gente, propia de las celebraciones de una familia numerosa. Hablamos de Eduardo Bejarano Uceda y su hijo Eduardo. «Es un momento que vivimos en familia. Con las mujeres y los hijos. Así somos la gente de la Virgen», precisa el patriarca de esta saga de capataces que lleva un siglo acariciando el león que guarda la Puerta del Alcázar. La ausencia del traslado del paso a la capilla, como viene siendo habitual tras la celebración de la misa, ha adelantado todo. Por eso no hay tanta prisa como otros años. Juan Antonio Sivianes, Sobrino, es uno de los primeros en asomar al patio convocante. Su devoción por la Virgen le viene de familia. Para este camionero el 15 de agosto tiene muchos matices: «Fue el día que conocí a la que hoy es mi mujer. Ella trabaja en la Catedral, junto a la Virgen. De hecho, ahora mismo está allí con Ella», explica quien ha sido contraguía durante muchos años con los hermanos Villanueva y capataz del Gran Poder. El patio va llenándose de reencuentros y de nuevas vivencias. En uno de los extremos, se escucha una voz ronca que evoca a los Miércoles Santos de San Vicente. Es Rufino Madrigal. El conocido capataz y hostelero de Umbrete está pletórico. No es para menos. Es la primera vez que hace todo el recorrido del 15 de agosto tras la «prueba» del año pasado en la extraordinaria. Rufino aún luce la ropa blanca de costalero a modo traje de gala: «Ha sido maravilloso. No se puede explicar con palabras. Es un privilegio que sólo tenemos en Sevilla», confiesa emocionado, en especial, cuando recuerda el origen de su devoción a la Virgen de los Reyes: «Mi madre era muy devota y siempre me decía que fuera costalero. Era algo que lo debía a mi madre», concluye. Entre tanto murmullo se pide silencio. El presidente y varios oficiales de la asociación de fieles de la Virgen de los Reyes se suman a la convocatoria. «Queremos dar un pequeño recuerdo a una familia [por los Bejarano] a la que le tenemos un agradecimiento enorme», expresa Antonio Ramos antes de entregar un cuadro conmemorativo de los 100 años en el martillo. Fluyen de nuevo las emociones a la sombra de los naranjos. Sorprende la veteranía de estos «25+5» costaleros de la Virgen. No es casualidad que la media de edad sobrepase los 30. Su acceso requiere de una experiencia previa, como explica David Muñoz, El Mosca, uno de los veteranos junto a Antonio González: «No hay ensayos. Es una responsabilidad mayor que en otros pasos. Además, por las dimensiones, al ser muy cuadrado, todos los movimientos son más suaves». Algo que también comparte Manuel Díaz de los Santos, actual contraguía del paso de la Patrona y años atrás costalero: «Aquí hay que venir con el tema aprendido», reconoce este fundador de la cuadrilla de la Hiniesta, quien apunta que «hay mucha gente esperando» para entrar. De hecho, de los 25 costaleros que calza el paso, hay siempre cinco de refresco que aguardan el momento del traslado del paso a la Capilla Real. «Este año se ha sustituido por la última chicotá, desde el cancel de la puerta hasta el Altar del Jubileo», asegura Eduardo hijo. Carlos Peñuela sabe muy bien lo que es esperar. El alevín ha aguardado su turno ocho años. Ahora tiene su recompensa: «Ni te lo imaginas. Es un lujo», coincide en destacar con otro novel, Rafael López de Lemus. Ambos reconocen que hacer el traslado o como ellos dicen «el patio» supone el primer paso del «sueño». «El que hace estos metros tan íntimos, ya puede decir que está dentro», remacha El Mosca. Industriales, pescaderos, fontaneros, repartidores, pasteleros o policías igualados por la trabajadera y la liturgia de «pasos cortos y racheaos». Ellos son los 30 latidos que pasean el reinado de la Patrona de Sevilla. Antes profesionales, ahora por vocación, todos obtienen al final de esta convivencia el mejor de los pagos posibles: una vara de nardo del paso. La del Mosca, apunta, tiene un destinatario concreto: «Para Rafa González Serna. Para que Ella le eche una mano».