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¿A alguien le importa la cerámica?

Hay ofrecimientos que no se deben rechazar, y el Ayuntamiento tiene desde hace una década el de un coleccionista que prácticamente regala por 20 años una colección de barros y lozas que sería la envidia de cualquier museo. Pero no hay forma de que cuaje.

el 15 sep 2009 / 10:45 h.

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Hay ofrecimientos que no se deben rechazar, y el Ayuntamiento tiene desde hace una década el de un coleccionista que prácticamente regala por 20 años una colección de barros y lozas que sería la envidia de cualquier museo. Pero no hay forma de que cuaje.

La pregunta del titular de este artículo es, evidentemente, retórica, y pretende ser un aldabonazo para que quien corresponda -léanse el alcalde y el alcaide del Alcázar- se ponga las pilas para evitar lo que cada día es más que factible que suceda: que el coleccionista Vicente Carranza, que junto a su hijo ya fallecido Miguel Ángel ha amasado durante medio siglo una valiosa colección de cerámicas -las hay árabes, renacentistas y barrocas, y la mayoría salidas de los alfares históricos de Triana- acabe por desistir de su empeño y retire su ofrecimiento.

Y sucederá si de una vez el alcalde en persona no toma el toro por los cuernos y se planta en casa de Carranza -donde aguardan estos fondos con más de mil piezas- y endereza, vía diálogo y diplomacia, lo que ni el alcaide del Alcázar, Antonio Rodríguez Galindo, ni el anterior delegado de Cultura, Juan Carlos Marset o la actual, Maribel Montaño, han logrado.

Y así con todo no hay garantías plenas, porque el asunto se ha politizado tanto -con un Juan Ignacio Zoido, líder del PP, muy vivo a la hora de desempolvar un asunto que colea lastimosamente desde hace una década- que ha acabado por hastiar al coleccionista, que con razón se descuelga con aquello de: "Si es mi sueño que el pueblo de Sevilla disfrute de esta colección única, y se la ofrezco gratis por veinte años, ¿a qué viene dilatar el acuerdo y, sobre todo, hacerme el feo de quitarme el sitio que me prometieron en las salas de la zona alta del Cuarto del Almirante?".

las claves. Carranza ofreció su colección a la ciudad siendo alcaldesa Soledad Becerril, que obviamente la aceptó. Con el tiempo se decidió que el sitio idóneo para exponer ese fondo era el Real Alcázar, concretamente unas salas altas infrautilizadas por pertenecer a Patrimonio Nacional, ocasión que se aprovechó para reclamar su uso por la ciudad. El duque de San Carlos, cabeza visible del Estado, cruzó cartas ya con Monteseirín durante su primera legislatura, y al final accedió a que dichas estancias tuviesen tan notable fin. El Alcázar costeó su acondicionamiento y, "una vez listas, vine a Sevilla y me vi con Galindo y José María Cabeza, donde el primero dio el plácet para que mi asesor artístico, Alfonso Pleguezuelo, iniciara el proyecto museográfico".

Al tiempo, según su versión, llegó Marset y le ofreció otras estancias del Alcázar, aludiendo que el Patronato del Alcázar no deseaba hipotecar por dos décadas esas suculentas salas, a las que sus gestores están sacando partido con exposiciones temporales cuajadas de ingresos extras. Desde el Alcázar, además, se critica por desorbitado "los 30.000 euros que Pleguezuelo pretendía cobrarnos por el montaje de la colección", un montaje, no se olvide, por 20 años y muy delicado por los requerimientos de vitrinas y luces que precisan las cerámicas.

Sea como fuere, el asunto está enconado. No hay entendimiento y lo peor -según como se mire- es que Carranza es de ésos que se toman lo pactado muy en serio, y "si me ofrecieron estas salas del Alcázar en su día, que yo no pedí, es allí donde debe ir la colección si es que Sevilla la desea. No hay más sitios que valgan", recalca.

Lo dicho: la cosa está cruda.

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