A Chile, taconeando

Que nadie les tenga celos. Achares, un grupo flamenco del pequeño pueblo de La Campana, ha conseguido cruzar el charco y cantar en Sudamérica ante cientos de emigrantes andaluces.

el 27 jul 2014 / 11:00 h.

El grupo Achares junto a la academia de flamenco chilena José Luis Sobarzo. El grupo Achares junto a la academia de flamenco chilena José Luis Sobarzo. A cualquier persona de cualquier punto de la provincia de Sevilla le cuesta colocar en el mapa a La Campana. En plena campiña, a mitad de camino entre Lora del Río y Fuentes de Andalucía, y escoltada por las vetustas Carmona y Écija, se levanta este pueblo, morada habitual del Águila Real y con un rico patrimonio a pesar de contar con tan solo 5.000 vecinos. Un buen día, Ana Mari, Anabel, Esmeralda y Pilar intentan dar un giro a su gusto por la música y deciden abandonar el coro rociero al que pertenecían porque, como ellas mismas dicen, «no nos resultaba suficientemente gratificante, ya que no se adaptaba a nuestras expectativas». Por ese motivo, hace más de dos años contactan con Ángel, Jorge y Antonio Carmona, los músicos, para formar un grupo flamenco, tan en auge en los últimos años. Con este camino comenzado «y a base de muchos ensayos y mucho esfuerzo», consiguen estar satisfechas personalmente en este mundo. El nombre de Achares rompe con la monotonía de los típicos carteles de estructura ‘Los...’ o ‘Las...’. Los achares para un calé son los celos para un payo. «No queríamos una palabra que al escucharla malsonara, necesitábamos una que creara interés al escucharla y cuando se propuso en el grupo, nos gustó a todos», indica Esmeralda, una de las vocalistas. Las casualidades de la vida y el albero del Real cambiaron el destino de Achares. En abril de 2013, varios vecinos de La Campana con caseta en la Feria de Sevilla llaman al grupo para actuar. Anabel, otra de las integrantes cuenta el momento clave: «Mientras actuábamos se nos acercó un señor, Juan José Jiménez Barco, un chileno con sangre campanera», uno de los cientos de emigrantes que de este pueblo jornalero tuvo que hacer las Américas. «Nos dijo que en 15 años que llevaba viniendo a la Feria de Abril no había visto un grupo como el nuestro. Quedó tan impactado que esa misma noche nos dijo que le encantaría que fuéramos a Chile». Y además, como mandan los cánones de los sueños, con el plan establecido: «Nos ofreció viajar a gastos pagados, sin tenernos que gastar un euro allí, a cambio de no cobrar, para celebrar el XXV aniversario de la Colectividad Andaluza de Chile en diciembre». Lo que pareció ser una propuesta ilusionante pero arriesgada se hizo realidad con la llamada de Barco el verano pasado para cerrar el acuerdo. «Sólo esperaba que le diéramos el sí». Y así fue. Así fue como el calor les sobrevino en Santiago de Chile dejando atrás el frío invierno. Allí les esperaban los miembros de la Colectividad. Anabel y Esmeralda explican que es «una asociación de chilenos hijos de andaluces (y no andaluces) que tuvieron que emigrar por uno u otro motivo a Chile y decidieron fundarla para no olvidar sus costumbres». Allí, celebran la Feria de Abril en Chile, misas en honor a la Virgen del Rocío, el 28 de febrero, el 12 de octubre y fiestas flamencas para no olvidar las raíces. Raíces que un día dejaron atrás. Allí, Achares se dio cuenta que el flamenco se valora más «no porque se entienda más de flamenco, que entienden y mucho, sino porque es menos frecuente este tipo de actos», aunque remarcan que «por supuesto que aquí también se nos valora». Y la prueba es que no les faltan bolos ni decenas de seguidores en diferentes puntos de la geografía andaluza, quizás porque «es raro ver a cuatro voces femeninas sonando al unísono, donde los únicos varones son los músicos». Precisamente, uno de ellos, Rafa, el último en incorporarse por Antonio Carmona, tuvo la oportunidad de volver en marzo para una boda donde tocó a una pareja de recién casados. Gracias a las redes sociales mantienen el contacto prácticamente a diario. Por esto, Esmeralda y Anabel cuentan que desde allí «a Andalucía la ven como tierra de cultura y tradición, y de buenos alimentos». Una de las tardes de estancia en el país andino, en una de las tertulias con una mirinda refrescante por el calor de su verano en diciembre, los siete componentes se miraban a los ojos y decían entre ellos que «si nosotros sentimos melancolía por nuestra tierra y por la gente que habíamos dejado en La Campana cómo se podían sentir todos estos emigrantes que estaban allí por necesidad». Pero siete campaneros lograron llevarle el aire fresco de La Campiña, aunque fuera sólo por seis días.

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