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"A estas alturas creo que la muerte ha traspapelado mi número"

Entrevista a Genaro Reyes. 99 años. Probablemente el último superviviente sevillano de la Guerra Civil.

el 14 sep 2013 / 08:00 h.

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Genaro Reyes, fotografiado ayer en su casa de la Macarena, a punto de cumplir el siglo de vida. / Manuel R. R. (Atese) Genaro Reyes, fotografiado ayer en su casa de la Macarena, a punto de cumplir el siglo de vida. / Manuel R. R. (Atese) Ocho hermanos, cuatro hijos, 12 nietos. 99 años –100 el próximo 6 de enero– contemplan a Genaro Reyes Capdepons. Llegó muy joven de Villamanrique de la Condesa a la collación de la Macarena. Hoy, en su casa de la calle Feria, rememora con una salud y una vitalidad de hierro una vida azarosa y marcada por la Guerra Civil, donde se libró hasta en 12 ocasiones de la mirada tuerta y ceniza de la parca. Es probablemente el último superviviente sevillano de un conflicto que ha marcado la existencia de demasiadas miles de familias.   –¿Los 100 años son un punto de llegada o de salida? –Llevo años diciendo que mi meta está en los 105 años. A partir de ahí, todos los cumpleaños que vengan bienvenidos serán. A estas alturas de mi vida empiezo a pensar que la muerte ha traspapelado mi número. Mejor así. No me quejo de nada, voy de aquí para allá, juego al tute a diario, gano pulsos con quien se ponga por delante, disfruto como un niño con el chapolín. Y... de tarde en tarde, cuando ponen una buena película del oeste o hay un partido de fútbol importante me fumo un purito. –Quizás será porque ha esquivado tantas veces a la muerte que ya se ha olvidado de usted. –¡Será, será eso! A mí me tocó ir a la Guerra Civil con los nacionales. Y fueron 12 veces las que pude haber caído. Me salvé de milagro. Una vez en Cerro Muriano me lancé a una higuera a comer brevas y cayó una bala de cañón a mi lado, pero se enterró en la arena y la explosión no me pilló. Otra vez en una emboscada me dispararon y la bala me llegó ya flojita de fuerza... se quedó atravesada en el casco que llevaba. También pasó que otro día un compañero y yo nos dimos de bruces con un tanque del bando contrario... ¡un tanque! Dio la casualidad que transportábamos líquido inflamable, le prendimos fuego y de las llamas que se liaron los del tanque salieron corriendo. No nos mataron y, encima, ganamos el tanque. Y... ¡ah, sí! me operaron del apéndice y con toda la herida y los puntos tuve que salir corriendo campo a través de la enfermería porque venían a por nosotros. ¿Sigo? Mejor no, pregúnteme usted más cosas. Que no quiero aburrirle. –Andaba pensando que menudo cabreo el verse en esas contrariedades sin entender qué diantres hacía usted allí. –Aquello fue horroroso. A mí porque me cogieron los nacionales, que podía haberme ido con los otros. Yo no era ni rojo ni azul. ¿Qué más me daban unos que otros?Yo lo que quería es que aquello acabara. Era terrible ver a hermanos matándose entre una trinchera y otra. –¿Por qué cree que se salvó tantas veces? –Si fuera capillita acudiría a razones divinas. Como no lo soy creo que me salvé por insensato, por no tener miedo. Creo que me veían tan aguerrido que un comandante con el que trabé amistad decidió mandarme a cocinas para que no me la jugara más. ¡Pero yo no sabía cocinar! Casi todos los días ponía papas con tomate. Fíjese usted que menú. –Antes de aquello le dio tiempo a vivir la Exposición Iberoamericana de 1929. –Sí, sí. Y todavía tengo que escuchar a quienes dicen que fue mejor que la del 92. Mentira. Aquella lo único bueno que tuvo fueron los edificios que se construyeron.Pero la del 92 tenía una alegría especial. Antes... antes nada más que había miseria. –A mitigarla ayudó usted en lo que pudo con su tienda. –Casa Genaro. En la calle Bécquer. Ahí estuve. Vendíamos de todo y trabajábamos como ahora los chinos, de lunes a domingo. Durante años, viví con mi mujer y mis tres primeros hijos en la trastienda, en un espacio pequeñísimo. Pero era lo que había. Y, después de todo, no éramos infelices. Además... a nadie que pasaba por allí sin un céntimo le faltaban los avíos para al menos poner un plato de puchero. –¿El día más feliz de su vida? –El que entró mi mujer por la puerta de la tienda. Que me enamoré, vamos. Aquello fue amor a primera vista. –Hay quienes comen rábanos a diario, otros opinan que la clave es practicar deporte a diario... Tiene los 100 a la vuelta de la esquina. ¿Cómo se lo ha montado? –No perdiendo jamás la sonrisa. No me abandona ni hasta cuando rememoro los momentos más apurados de mi vida. Eso de “al mal tiempo buena cara” es mucho más que un refrán, es una norma de vida. Eso y trabajar. Trabajar mucho. Tirar para adelante siempre. ¡Maldito paro!

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