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A Farruquito no le sonaron las maracas

‘Sonerías' no respondió a las expectativas que había creado. El espectáculo careció de buenas coreografías y el artista no bailó lo que se esperaba.

el 22 sep 2010 / 05:26 h.

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Juro por la memoria de Antonio el Farruco y El Moreno, el abuelo y el padre de Juan Manuel Fernández Montoya Farruquito, que deseaba más que nunca un aldabonazo incontestable en su estreno de anoche en la Bienal de Flamenco, Sonerías. Más incluso que el de la pasada edición del festival sevillano, que canté el seis por el medio y a compás en estas mismas páginas. Soy farruquero hasta la médula y había reservado para anoche los escalofríos que apenas he sentido todavía en esta Bienal, salvo en los fandangos acarboneraos de don Manuel Agujetas. Farruco fue el genio de todos los tiempos en su estilo. Su nieto nació con su don y la historia le tenía reservado desde que estaba en el vientre de su madre el pedestal de los revolucionarios del baile grande gitano.

Pero si no cuida más sus espectáculos, si no aprende a montar coreografías o se pone en manos de buenos coreógrafos; si no se para de una vez y medita sobre qué hacer en el futuro, se caerá del pedestal. Con Sonerías va a avanzar poco en su proyección artística porque la obra fue decepcionante. No le sonaron las maracas. La idea era atractiva y cuando se levantó el telón vimos un club de La Habana que invitaba a entrar y morirse de gusto escuchando cantar boleros al genial Moncho. Sentí unos escalofríos tremendos -de la emoción, claro-, pensando seriamente en que podía ser una gran noche para Farruquito y para los que estábamos nada menos que en el Teatro de la Maestranza. Farruquito se subió al escenario atravesando el pasillo central del patio de butacas con todo el elenco flamenco buscando un sonido y un lugar donde tomar unas copas y meterse en fiesta.

Después de los saludos correspondientes y de la colocación de cada uno en su sitio, el genio bailó por soleá y en seguida comenzamos a ver claros defectos de luminotecnia -no se le veía la cara, demasiada penumbra-, carencias coreográficas, y a sufrir el mal sonido, que deslucía el cante y el toque. Sin embargo, el genial artista sevillano bailó con nervio, con rabia, estupendamente plantado sobre el escenario; y con gusto. Como sólo él puede hacerlo porque lo ha mamado y tiene facultades de sobra. Fue lo único bueno de la obra, además del bolerazo de Moncho. Lo demás fue ya un desbarajuste de cabo a rabo, desde las guajiras que hizo con el cuerpo de baile, hasta las sevillanas flamencas, en las que Farruquito estaba demasiado acelerado. En realidad estuvo así todo el espectáculo: corriendo por la tarima, luciendo el palmito. Debió de pararse alguna vez y bailar como lo ha hecho siempre, como mandan los cánones del baile grande, como él sabe que tiene que hacerlo. Lo intentó en el taranto, donde de nuevo fracasó en la coreografía.

Se relajó un poco tocando una guitarra acústica con la que acompañó a la guapa Ángela Bautista. Pero no habíamos ido a escucharlo tocar la guitarra, por muy bien que lo haga, sino a partirnos la camisa con su baile, que falta nos hacía. Pero no pudo ser. Farruquito nos ofreció un espectáculo muy endeble en todos los aspectos, aunque vistoso. Le sobraron muchas cosas y le faltó lo imprescindible: el baile de Juan Manuel Fernández Montoya. Fue rácano con nosotros, con todos, porque no bailó todo lo que deseábamos que lo hiciera. No le voy a pedir que haga el espectáculo que siempre soñé para su abuelo y, ausente ya el genio, para él. He soñado muchas veces con Farruquito solo en un escenario, quizás con una guitarra de sonido gitano, una voz que hiera el alma y dos palmeros marcándole el compás. Nada más. Y a bailar se ha dicho. A este genio debería sobrarle todo lo demás, porque eso está alcance de cualquiera. Lo que no está al alcance de cualquiera es que el baile te duela en lo más profundo del alma, como duele cuando baila Farruquito. Cuando baila como él sabe y no como lo hizo anoche, que con tanto alboroto y ensalada musical y dancística, se le olvidó totalmente que habíamos ido al Maestranza a que nos diera eso que tan caro se vende hoy en el flamenco: los veinte reales del duro. Tendremos que esperar a contar con otra gran oportunidad para disfrutar de este genial bailaor sevillano. Merecerá la pena, porque siempre se puede esperar algo genial de quien nació para bailar con pellizco. Lo de anoche fue otra historia.

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