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A golpe de caderas

el 20 feb 2011 / 08:08 h.

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La atracción de El Canguro es muy común en las ferias locales.

En Barranquilla, esa ciudad dura y tumultuosa adonde dice la cumbia que se fue el caimán, vino a nacer hace 33 primaveras Shakira Isabel Mebarak Ripoll. Nadie se extrañe de la mezcla de apellidos árabo-catalanes, pues Colombia fue desde antiguo hospitalaria con los emigrantes mediterráneos, y salta a la vista que la mezcla de sangres mejora la raza.

Pero no queremos subrayar la evidencia de que se trata de una mujer bella, dueña de una sensualidad torrencial y un repertorio coreográfico que quita el hipo: Shakira es algo más que una chica mona que ha recibido con provecho cuatro clases de danza del vientre. Es una luchadora, una conseguidora a la que nadie regaló nada, una peleona que grabó su primer disco con 14 años, componiendo canciones propias como Esta noche voy contigo o Tus gafas oscuras, sin apenas comerse una rosca, artísticamente hablando, claro está.

Diez años estuvo incubando su sueño, diez años que según el tango son la mitad de nada, pero que a esa edad se hacen largos, muy largos. Una década en la que se iban sucediendo los discos y los conciertos, pero donde cada peldaño de la escalera hacia el éxito era una gesta, un himalaya, un ochomil.

Y así iba emborronando cuadernos y ensayando sus característicos gorgoritos con futuros hits como ¿Dónde estás corazón? o Ciega, sordomuda, mientras se iba dando a conocer en ese país donde infierno y paraíso parecen tan avecindados, y que tan pronto pare a un Pablo Escobar que a un García Márquez.

Fue a partir de Servicio de lavandería (2001) cuando el mercado internacional reparó en la joven fiera escénica, y de ahí a sus dos premios Grammy y sus siete Grammy Latino, los 60 millones de discos vendidos en plena eclosión de la era internet o el billón de reproducciones de sus vídeos en Youtube, todo fue rodado.

Muy pronto iba a codearse con colegas de la talla de Alejandro Sanz, Beyoncé, Pink o Madonna, y -quién lo habría imaginado cuando se batía el cobre con los toscos directivos de las discográficas bogotanas- acabaría actuando en la investidura del mismísimo presidente Barack Obama.

Shakira se impuso en la industria a golpe de talento y de caderas, y hasta supo ironizar acerca de su magnetismo físico proclamando en una de sus canciones, Hips don't lie, que las caderas no mienten. Sin trampa ni cartón, pero sobre todo sin apearse de los top ten de aquí y allá, llegó hasta Sudáfrica y puso a media Humanidad y parte de la otra media a bailar su Waka-waka, un tema desarrollado a partir de una canción militar africana, reconvertida para la ocasión en superventas bailable.

Nunca le faltó tiempo a Shakira para comprometerse en causas filantrópicas, ya fuera como embajadora de buena voluntad de Unicef o como madrina de una fundación para la preservación del agua; ni para enamorarse, siendo el más aireado de sus romances el que sostuvo con Antonio de la Rúa, hijo de un presidente argentino que pasó sin pena ni gloria por la Casa Rosada.

Ahora, la artista barranquillera vuelve a ser codiciado objeto de deseo para la prensa rosa a partir del anuncio de su relación con el futbolista del F. C. Barcelona Gerard Piqué. El idilio ha dado lugar a todo tipo de comentarios, de los cuales no es el más infame el de achacarle a Shakira las últimas derrotas del equipo azulgrana. Pero poco tendrán que hacer las hienas del papel couché frente a La Loba, que recibirá en breve el premio de honor de la Fundación Harvard. La colombiana parece vacunada contra todos los venenos, salvo ese invisible con que untó Cupido sus doradas y puntiagudas flechas.

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