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¿A qué olía Tartessos?

Completísima, clarísima, luminosísima... y un poquito fría, la nueva sala del Tesoro del Carambolo confina el enigma de una civilización en una sucesión de vitrinas.

el 23 ene 2012 / 19:44 h.

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¿Es la frialdad una condición del rigor científico? La divulgación seria del pasado, ¿debe ceñirse con asepsia al dato preciso, a la pura exposición del objeto sin más, o tiene derecho a servirse del contexto de las emociones, las sensaciones y las leyendas vinculadas a los hechos para explicarlos mejor y hacerlos más interesantes? El Museo Arqueológico acaba de responder contundentemente a estas preguntas habilitando una impecable sala para el Tesoro del Carambolo (el original, no la copia) y otras maravillas relacionadas con la tan histórica como legendaria civilización de Tartessos; una estancia luminosa y repleta de urnas y paneles didácticos pero absolutamente vacía de magia y de misterio.

Todos los sevillanos adultos recordarán, sin duda, aquel primer día de su infancia en que fueron al Museo Arqueológico; se acordarán de los leones de piedra, de la estatua de Diana y de los mosaicos romanos, pero sobre todo tendrán en su mente la huella vívida de aquella sala oscura donde un foco, cayendo a plomo sobre los brazaletes y pectorales dorados, confería a la experiencia un aire entre tétrico, solemne, antiquísimo y misterioso, que la sonrisa de la pequeña Astarté, desde su rincón, alimentaba aún más. Tartessos era sin duda, para aquellos niños que entraron boquiabiertos a dicha sala, algo fuera de serie. La explicación de lo que era un mito había quedado perfectamente grabada en ese acto. Pero las cosas han cambiado. Este esfuerzo admirable de ahora por exponerlo todo coherentemente, intentando que se vea bien hasta el último brillito de la última rosetita, y acompañar este itinerario con unas sencillas y clarificadoras lecturas explicativas y bien hilvanadas, ha dado como resultado un espacio excelente, en el que se echan de menos, sin embargo, algunos de esos elementos de contexto que no solo sirven para fascinar a los chiquillos y encandilar a los entusiastas, sino también para completar la perfección, la atmósfera y la verosimilitud del relato con elementos que la simple exposición de objetos no aporta.

Por ejemplo: una de las piezas que se exponen (como todas, tras un cristal), que además es de las más bonitas por su originalidad y sencillez, es un trozo de pavimento hecho de conchas marinas por el que se accedía a la zona de culto de la diosa Astarté, en el santuario de El Carambolo. El simbolismo es muy evidente: la almeja era una metáfora de la fertilidad femenina, de la cual era contumaz representante la referida deidad. ¿Se imagina que, además de ese trozo debidamente protegido, hubiesen puesto una réplica en el suelo para que usted pudiese caminar por encima y experimentar la misma sensación que aquellos paisanos de hace 2.500 años? Luces, aromas, tactos... Es lo que falta en una exposición que, por lo demás, lo tiene todo.

Entre ese todo que tiene, destaca un mapa con el contorno que por aquel entonces, en la época de Tartessos, seguía la costa a la altura de la desembocadura del Guadalquivir, habida cuenta de que lo que hoy es Sevilla (y de ahí hacia el sur) era un lago inmenso unido al mar. Calcular en qué lugar de esas orillas pudo alzarse la capital tartésica, si es que existió, forma parte de los encantos de la visita. Como lo es, también, el recorrido por los demás tesoros y hallazgos, aparte el del Carambolo (no deje de leer los paneles: son tan interesantes como las joyas expuestas). Y los dioses: infórmese sobre Baal y Astarté, dos de los grandes cultos tardíos de Tartessos por influencia oriental, y diga si ha conocido alguna vez religión más curiosa y cargada de amor y de furia por la tierra, por los elementos. En particular, note la personalidad arrolladora de ella, que era de armas tomar (aunque no siempre).

El repaso a los dioses y la exhibición de los candelabros de Lebrija y los tesoros de Ébora y Mairena completan el recorrido por esta sala a la que puede acceder directamente, en ascensor, entrando en el edificio y tirando a la izquierda por la galería. Pero mucho mejor si tira a la derecha y hace el recorrido entero. En el Arqueológico, el oro no es lo único que reluce.

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