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¿A qué suena Sevilla?

el 14 sep 2010 / 19:41 h.

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Escuche el paisaje sonoro de su ciudad.

En 1973 a un señor llamado Murray Schafer se le ocurrió colocar unos micrófonos en la bahía de Vancouver. Lo que de allí salió fue el primer registro de un paisaje sonoro en la historia de la música. Por ahora a nadie se le ha ocurrido emular la hazaña en Sevilla. Claro que tampoco hace falta. Quizás en la ciudad canadiense eran necesarios unos pocos micrófonos para registrar el trasiego de barcos en su puerto pero en Híspalis, no habría suficientes para retratar los mil y un reflejos sonoros de sus calles.

Las campanas son un más que evidente punto de partida de este recorrido sonoro. Pero no cualquieras, las de la Giralda son diferentes: campanas renacentistas sobre fuste islámico. 25 en total, todas con nombre y con un sonar distintivo e inédito. Baste para comprobarlo disfrutar de su toque cualquier mañana de domingo, cuando el centro está despejado de trasiego. Ahí en lo alto se esconde una de las esencias más desapercibidas de Sevilla.Hay más. Las muy recientes de la Iglesia de los Gitanos repican con una inusitada fuerza a través de un compás cadencioso que se paladea como si fuera otra época en los vecinos Jardines del Valle, mientras se contempla la muralla almohade y se tiene la fantasía de que, puertas afuera, en lugar de coches y carril bici, hay un mercado de especias e Ibn Jaldun es la persona más célebre de la ciudad...

Ensoñaciones aparte, los sonidos de Sevilla pasan irremediablemente por las callejuelas del Barrio de Santa Cruz. El murmullo de sus fuentes con aguas que rielan constituyen una banda sonora ideal para internarse por una urbe, en principio, tan alejada del elemento acuático. Sin embargo hay quien opina que en esta Sevilla prendada del astro sol el agua, cuando cae o cuando brota, adquiere un no se qué especial. “Escuché llover en una calle desierta de Triana. Era un domingo de agosto. Agua inesperada... ¡y cómo sonaba!”, escribió el compositor israelí Josef Tal tras un viaje turístico. La ciudad del agua fue el título de una obra que alumbró después. Esa ciudad era Sevilla. Alguna razón tendrá.

Sonidos, ruidos y música se confunden en ocasiones. ¿Cómo no tildar de lo segundo el barullo de una noche en la Feria de Abril y cómo no calificar de arte la audición atenta de un compás de bulería? “La imagen sonora de un lugar está repleta de elementos antagonistas y de otros que su legitimo dueño –el habitante– ha de preservar como si fuera un monumento”. Así lo expresa, en términos académicos, el musicólogo Trevor Wishart. Sin embargo nadie parece muy dispuesto a cuidar el sonar de su tierra. Y ninguna comisión de patrimonio (sonoro) se ha abierto en Sevilla a tal efecto. Se cuidan las cosas por separado (el flamenco, las marchas de Semana Santa...), pero no las azarosas confluencias. ¿O es que acaso en algún otro lugar del mundo oirá el dúo que forman el toque del llamador y el siseo de la muchedumbre en la levantá de un paso una Madrugá de Viernes Santo?

No hay que ser enrevesados: Sevilla suena. Es probable que no tanto como Valencia, donde las tracas y los petardos apenas sí dejan espacio para algo más. Pero lo hace a su manera, como por ejemplo en la Plaza de América, con ese arrullo quejumbroso de centenares de palomas cuya estampa y cuyo cantar forman parte de la memoria intangible de miles de sevillanos. O incluso a ras del río en días de lluvia el paisaje se torna, además de fotográfico, musical gracias a la confluencia de dos aguas que se encuentran. Los sonidos de una ciudad no son inamovibles. Evolucionan a la par que lo hacen sus mismos habitantes.

Quienes hoy llevan unos años quejándose del ruido métrico y rítmico de las decenas de excavadoras y máquinas pica piedras que transforman la realidad, mañana comprobarán como éstas han dejado paso a nuevas instalaciones y a... nuevos sonidos. En 2010 el acerado paisaje urbano se abrió, entre cláxones y motores, a los mil y un timbres de bicicletas que circundan la orografía.

Abran paso, porque bajo tierra también hay otro sonar, el del Metro. Por ahora no somos dueños de una frase tan célebre como la popular megafonía “Mind the gap” del subterráneo londinense, pero todo llegará en su debido momento. Otro grande de los pentagramas, Pierre Henry, dijo una vez que “cualquier sonido, por cotidiano que éste resulte, es susceptible de ser convertido en un objeto musical”. No le han hecho mucho caso. Por eso hablar del paisaje sonoro parece cosa de unos pocos iluminados. Ilumínese usted, saque brillo a sus oídos y salga a la calle. Disfrute.

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