Paisaje después del tenso combate de Villarreal: está muy claro... que nada hay claro. El juego del Betis, con demasiadas presiones, agobios y urgencias a que atender, ha entrado en claro marasmo. Pero como el resto de aspirantes tampoco da para mucho, el pírrico saldo de un punto en dos jornadas apenas basta para apartar al Betis de la zona de ascenso. Es más: en estas dos jornadas, con una derrota y un agónico empate, el equipo de Víctor ha conseguido reducir en un punto la distancia con el Hércules, que se ha desplomado clamorosamente.
Este empatito de Villarreal puede tener un valor diamantino cuando se ajusten las cuentas finales, dentro de 11 jornadas y 33 puntos, en pleno juego de cocientes generales y particulares y de diferencias de goles. El punto viene con cierto sabor a éxito, porque, además de su valor específico, conserva la limpieza de la ejecutoria de Víctor en los desplazamientos: con este técnico, el Betis aún no ha perdido fuera de Heliópolis. Pero, además de sabor a éxito, el 2-2 lleva cierto aroma milagroso. Pocos podrán olvidar que se marcaron los dos goles con Pereira lesionado, con Sergio García congelado bajo mínimos... y con un error disparatado del portero del filial del Villarreal para cerrar el marcador.
Para ascender, el Betis de Víctor debe impedir más desequilibrios, evitar que se caigan esos alfileres a los que está prendido: sin Pereira y con el actual Sergio, el ataque se vuelve bastante sospechoso. Ante Damià, Jefferson Montero parecía la reencarnación ecuatoriana de George Best. Mehmet Aurelio templa pero, a veces, el ritmo le excede cuando la cosa sube de revoluciones. Para este Betis, Emana es tan necesario como el balón, y no sólo por goles como el de ayer, sino por el impacto que causa en el juego y la atención que requiere de los rivales. Por suerte o por desgracia, el Betis va a una recta final de infarto... y sin Emana. Sólo cabe una idea: hay 33 puntos para ascender.