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Abraham Lacalle

Hay cuatro sencillos aforismos aplicables a cualquier pintura abstracta de calidad que cumplen a rajatabla los cuadros de Abraham Lacalle.

el 14 sep 2009 / 22:57 h.

Hay cuatro sencillos aforismos aplicables a cualquier pintura abstracta de calidad que cumplen a rajatabla los cuadros de Abraham Lacalle. 1) La consecución de una armonía compositiva coherente sin que decaiga el misterio que encierra la representación de cualquier irrealidad; 2) saber mantener la dosis suficiente de tensión evitando las distracciones gratuitas y añadiendo detalles reconocibles que atrapen la atención; 3) concebir el equilibrio entre las formas y los colores como un argumento real necesario y no como un recurso efectista planificado de antemano; y 4) resolver la problemática entre fondo y figura sin recurrir a artificios evidentes. Sólo con este cuarteto de premisas bien apuntaladas, que ya es mucho pedir a una obra no representativa, los trabajos de Lacalle se garantizan una cimentación robusta y demuestran, sin hacer ostentación ni predicamento de nada, el acertado entendimiento del oficio que tiene el artista. Todo lo demás, por añadidura, es enriquecer lo que se realiza con decisiones personales; es decir, acumular experiencias y posibilidades para materializar sobre la tela o el papel cualquier imposible imaginable.

Tras visitar su última exposición en la galería Marlborough de Madrid este otoño, amén de otras piezas salpicadas que he ido viendo aquí o allá (mención especial merece la gran acuarela que tiene colgada en la tienda de Rico Sardelli en Sevilla), no puedo más que rendirme ante las excelencias de un pintor cuidadoso que sabe lo que hace y lo que quiere. Un artista completo que se deja de subterfugios y se entrega a su profesión con conocimiento y rectitud, demostrando que la pintura que perdura, esa que se edifica sobre onomatopeyas mentales y no sobre andamiadas efímeras, es duradera por sí misma sin necesidad de justificaciones teóricas. El mejor argumento de una buena pintura es el cómo, la manera acertada en que se utilizan los pinceles. El resto, incluido el tema o los recursos iconográficos, son simples agarraderas para asentar la mirada o desarrollar una idea.

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