Recuerdan aquel anuncio en televisión del Scattergories en la década de los 90? Sí, aquel en el que aparece un tipo enfadado con su juego de mesa bajo el brazo y que anuncia que se marcha: "Es mi scattergories y me lo llevo". Ante el ultimátum el anfitrión de la velada responde: "Aceptamos barco", a lo que el invitado interpela: "¿Como animal acuático?".
No sé por qué esta escena se me vino a la cabeza tras leer las crónicas de la reunión que el pasado miércoles mantuvieron la consejera de Obras Públicas, Josefina Cruz; y el alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, por la ampliación del Metro (aunque aquí no hubo amenazas de abandonar la casa). No me malinterpreten. Me parece una magnífica noticia que Junta de Andalucía y Ayuntamiento aúnen posturas para reclamar al Estado que financie las nuevas líneas del suburbano hispalense. Y estoy a favor de los acuerdos, del talante (que diría nuestro expresidente) y de que las cosas son mejor hacerlas por las buenas que por las malas. ¿Pero qué ha cambiado para que ambas administraciones acordaran dejar a un lado la confrontación política y trabajar unidos por el interés público después de meses de intensa disputa entre partidos? ¿La Navidad (ya saben en Sevilla se llama Navidad), la cercanía de las elecciones autonómicas o el sentido común? Sinceramente, espero que lo último. Sobre todo porque el panorama variar no ha variado mucho y las fiestas navideñas (con sus buenos propósitos) y los comicios andaluces pasarán, mientras el Metro y un modelo de movilidad seguirán en juego.
El Gobierno andaluz se mantiene firme en su idea de empezar por la línea 3, en concreto por el tramo que unirá allá por 2017 -según las previsiones de la Consejería de Obras Públicas- Pino Montano y el Prado, mientras Zoido continúa siendo partidario de acometer las obras de las líneas 2, 3 y 4 a la vez y además de que el Metro vaya soterrado el 100% del recorrido (el actual proyecto contempla que transcurra en superficie a su paso por la Isla de la Cartuja). La consejera andaluza sustenta su decisión en razones de población, rentabilidad y posibilidad de conexión con la 1 en el Prado. El alcalde aduce que Sevilla necesita ya una red completa de Metro y bajo tierra. No obstante, en este último punto el primer edil está dispuesto a recapitular si así lo consideran sus técnicos tras estudiar los diseños. Lo que me lleva a preguntarme, ¿durante todos estos años Zoido no se habrá opuesto a los trazados sin conocerlos pormenorizadamente? Seguro que no.
Así que quién o quiénes son los responsables de que el Metro de Sevilla avance más lento que el caballo del malo en una película del salvaje oeste? Ahora será la crisis económica, ¿pero y todas estas décadas de retraso? Sin duda, los políticos y sus guerras fratricidas. ¿Por qué Junta y Ayuntamiento-Ayuntamiento y Junta han tardado más de seis meses en sentarse a discutir las nuevas líneas del Metro aprobadas por los anteriores gestores de Plaza Nueva? ¿O es que quizás Junta y Ayuntamiento-Ayuntamiento y Junta se dieron cuenta el pasado miércoles de la envergadura e importancia de este proyecto? ¿O acaso Junta y Ayuntamiento-Ayuntamiento y Junta no vislumbraron las repercusiones económicas y las posibilidades de generación de empleo en una ciudad con más de 82.000 parados? Seguro que no. El problema (al parecer en una realidad alternativa lo es) es que el Metro es un proyecto muy jugoso y todos quieren una tajada, normalmente electoral, incluso perteneciendo al mismo partido. Hay reclamaciones lógicas (siempre que la rentabilidad económica no dicte lo contrario: hay estaciones de AVE para un único usuario) como la petición de que los vecinos de Bellavista, San Jerónimo o Palmas Altas también tengan una parada de Metro; y otras son estériles, como oponerse a que el Metro vaya en superficie en un 8% del trazado porque sería un tranvía... y qué: el de la Plaza Nueva, que sí lo es, lleva colgado estos días el cartel de no hay billetes. En fin, confiemos en que el acuerdo del pasado miércoles no sea sólo una tregua y que como el anuncio aquel Junta y Ayuntamiento no se den por imposible.
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