Concha observa el balcón de enfrente, plagado de excrementos de palomas.
Cuando Concha Leal y su familia decidieron mudarse al Centro de Sevilla no esperaban que su estancia fuera a convertirse en un suplicio. En enero hará tres años que se trasladaron a la calle Misericordia, justo frente a la residencia de ancianos que la orden de San Juan de Dios tuvo abierta hasta hace unos ocho meses. Fue precisamente su cierre lo que provocó una situación insostenible para la familia, ya que el edificio, abandonado desde entonces, dejó de ser un hogar de ancianos para convertirse en el hogar de una plaga de palomas cuyos excrementos y ruidos alteran el ritmo de vida normal de los vecinos.
Nada indicaba que la vida de Concha y su familia pudiera complicarse tanto cuando llegaron a este piso. "Buscábamos un hogar que se acomodara a las necesidades de mi familia y éste era perfecto".
Por aquel entonces la actividad de la residencia era plena, y la orden no escatimaba gastos en la conservación de este antiguo edificio. Sin embargo, cuando los ancianos fueron trasladados a la calle Sagasta comenzó el calvario de Concha.
"En ocho meses no se ha visto ningún tipo de limpieza ni de conservación de la fachada, y ha llegado un punto en que la situación es insoportable".
En verano, la situación se agrava y es imposible vivir sin tener todas las ventanas cerradas. Concha se vio obligada a marcharse de casa: "El 31 de julio tuve que irme del piso porque el olor a excrementos era muy fuerte. Era imposible vivir con las ventanas abiertas y todo el día teníamos puesto el aire acondicionado".
Su éxodo se mantuvo hasta el 9 de noviembre, cuando por problemas de salud de su madre se vio obligada a regresar. La plaga de palomas no sólo no había desaparecido, sino que había empeorado.
Concha asegura que puede soportar el ruido de los coches o los gritos en su calle, pero no el olor de las palomas: "Así no se puede seguir viviendo".
La situación está llegando a límites más graves de lo que esperaban. Las palomas en las cercanías de la vivienda y el fuerte olor que desprenden está comenzando a afectar a la salud de la familia.
Los síntomas de sus miembros son comunes: dolor de garganta, carraspeo, tos y mucosidad abundante. "Es como si siempre estuviéramos resfriados o hubiéramos inspirado lejía".
La propietaria del edificio, la Orden de San Juan de Dios, reconoce la dejadez en la conservación de la fachada y es consciente de su estado. El hermano José Miguel Valdés, de la Curia Provincial Bética, asegura que aguardan la licencia municipal para acometer la restauración del edificio. Hasta entonces, todo seguirá igual.
Concha ha llamado a Lipasam, pero poco puede hacer la empresa pública, al ser un edificio privado cuya conservación compete a los dueños.
Esta vecina tiene claro que su futuro a corto plazo está lejos de esa casa, pero espera que la situación se arregle "por el bien de los vecinos y por la seguridad de las personas que pasan por la calle".